Escuchar "Capítulo 10. La radio aprende"
Síntesis del Episodio
Liceth Torcoroma Rojas - [email protected]
Juan Pablo Avendaño - [email protected]
Sentados frente a una taza de café, mirando al patio de su casa o a la plaza del pueblo, acompañados de su mascota y de la mamá que apresurada alistaba el almuerzo para compartir lo poco que quedaba en la alacena, así empezaba el sueño de la radio universitaria para 16 radio apasionados de la Universidad Francisco de Paula Santander que nunca pensaron que el mundo se detendría inusitadamente y nos trasladaría a un espacio destinado para descansar y recibir amor, pero que sería el mejor laboratorio para escribir guiones, realizar entrevistas, editar piezas y contar con el alma: “3, 2, 1…al aire”.
Pasamos de compartir el salón a escribirnos permanentemente por correo electrónico, entendimos que la distancia se podía acortar gracias a la magia de la internet; con poca resignación y con profundo amor cambiamos los micrófonos por los altavoces del computador o el celular y convertimos la habitación en la cabina de radio más especial. El ruido de la cotidianidad de los hogares de estudiantes y profesores fue el ambiente ideal para corroborar que la radio está impregnada en la piel de cada habitante del planeta tierra y que cuando nos enamoramos de ella, ella se queda para siempre en nuestras vidas.
El celular fue una gran herramienta de trabajo, el WhatsApp dejó de ser solo una aplicación de mensajería para convertirse en una poderosa sala de redacción; por otra parte, la mamá, los hermanos y hasta los amigos que dejamos de ver, pasaron a ser los protagonistas de colosales crónicas, entrevistas y reportajes. Cada uno de los estudiantes entendió que todos los seres humanos tienen una historia que contar, sin importar si es presidente, médico, alcalde o el vendedor de aguacates que pasaba cada vez que intentamos grabar.
La radio universitaria en tiempos de Covid-19 aprendió que la cabina es un puente, que las voces pueden estar en cualquier lugar y sentirse tan cerca gracias a la tecnología, que para aprender no solo se necesitan herramientas, también es clave un toque de amor y actitud y, por supuesto, un sello característico que nadie robará y hará la diferencia. La radio nos recordó que las voces enamoran, que las historias nos recrean mares, montañas, ciudades y hasta el mismo cielo, sin estar pisando estos escenarios.
A nosotros, los profesores, nos queda un salario emocional que jamás habíamos sentido, una hermosa recompensa al saber que la radio no silenció sus micrófonos y que, por el contrario, aprendió mucho y nos dio vida, cuando el mundo empezó a contar muertos.
Juan Pablo Avendaño - [email protected]
Sentados frente a una taza de café, mirando al patio de su casa o a la plaza del pueblo, acompañados de su mascota y de la mamá que apresurada alistaba el almuerzo para compartir lo poco que quedaba en la alacena, así empezaba el sueño de la radio universitaria para 16 radio apasionados de la Universidad Francisco de Paula Santander que nunca pensaron que el mundo se detendría inusitadamente y nos trasladaría a un espacio destinado para descansar y recibir amor, pero que sería el mejor laboratorio para escribir guiones, realizar entrevistas, editar piezas y contar con el alma: “3, 2, 1…al aire”.
Pasamos de compartir el salón a escribirnos permanentemente por correo electrónico, entendimos que la distancia se podía acortar gracias a la magia de la internet; con poca resignación y con profundo amor cambiamos los micrófonos por los altavoces del computador o el celular y convertimos la habitación en la cabina de radio más especial. El ruido de la cotidianidad de los hogares de estudiantes y profesores fue el ambiente ideal para corroborar que la radio está impregnada en la piel de cada habitante del planeta tierra y que cuando nos enamoramos de ella, ella se queda para siempre en nuestras vidas.
El celular fue una gran herramienta de trabajo, el WhatsApp dejó de ser solo una aplicación de mensajería para convertirse en una poderosa sala de redacción; por otra parte, la mamá, los hermanos y hasta los amigos que dejamos de ver, pasaron a ser los protagonistas de colosales crónicas, entrevistas y reportajes. Cada uno de los estudiantes entendió que todos los seres humanos tienen una historia que contar, sin importar si es presidente, médico, alcalde o el vendedor de aguacates que pasaba cada vez que intentamos grabar.
La radio universitaria en tiempos de Covid-19 aprendió que la cabina es un puente, que las voces pueden estar en cualquier lugar y sentirse tan cerca gracias a la tecnología, que para aprender no solo se necesitan herramientas, también es clave un toque de amor y actitud y, por supuesto, un sello característico que nadie robará y hará la diferencia. La radio nos recordó que las voces enamoran, que las historias nos recrean mares, montañas, ciudades y hasta el mismo cielo, sin estar pisando estos escenarios.
A nosotros, los profesores, nos queda un salario emocional que jamás habíamos sentido, una hermosa recompensa al saber que la radio no silenció sus micrófonos y que, por el contrario, aprendió mucho y nos dio vida, cuando el mundo empezó a contar muertos.
Más episodios del podcast Radio y coronavirus
Capítulo 1. El sonido
30/06/2020
Capítulo 2. La programación radial
30/06/2020
Capítulo 3. La radio hablada
30/06/2020
Capítulo 4. Reaprender en el dial
30/06/2020
Capítulo 5. Radio y ciencia
30/06/2020
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30/06/2020
Capítulo 8. Radio y virtualidad
30/06/2020
Capítulo 9. Radio y redes sociales
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