Escuchar "La Dama De Elche de París a Madrid"
Síntesis del Episodio
La Dama De Elche de París a Madrid
El 4 de agosto de 1897 unos obreros agrícolas trabajaban en la finca del doctor Manuel Campello, en La Alcudia de Elche.
Al rato, descansaron de su labor diaria.
Todos menos Manolico, el joven siguió cavando en un terraplén.
Al dar un golpe de azadón, Manolico se dio cuenta de que había topado con algo duro.
Y corrió a avisar a sus compañeros.
Los hombres escarbaron la tierra y ante sus asombrados ojos, apareció el busto de una mujer engalanada.
Una escultura muy llamativa.
El doctor Campello, el propietario de esas tierras, era un humanista y arqueólogo aficionado.
Además, poseía una considerable colección de piezas íberas que habían ido apareciendo en sus tierras de labor a lo largo de los años.
Pero esta escultura parecía excepcional.
La noticia de semejante hallazgo corrió como la pólvora en Elche.
La gente acudió en masa a la finca para tratar de verla de cerca.
El doctor Campello expuso la pieza en un balcón de su casa.
Para que pudiera ser contemplada y admirada por el pueblo.
Al principio le atribuyeron un origen morisco y la bautizaron como la Reina Mora.
Aquel revuelo llamó la atención de los cazatesoros extranjeros.
El Museo del Louvre andaba en la búsqueda de piezas arqueológicas de todo el mundo.
Y envió a Elche al arqueólogo Pierre Paris.
La excusa de su visita fue que estaba interesado en conocer el famoso Misterios de Elche.
Un drama religioso del siglo 15 que se escenifica sobre el 14 y 15 de agosto.
En esa época, España ofrecía facilidades para la adquisición de antigüedades ya que ninguna ley regulaba su venta.
Un vacío legal al que se le sumaba la indolencia de las autoridades.
Pierre Paris vio a aquella ‘Dama’ y le ofreció 4.000 francos al doctor Campello, unos 1.700 euros, al cambio actual.
Al final, el doctor aceptó el pago a pesar de la oposición de su esposa, y del tío de esta.
Pedro Ibarra, el tío de su mujer, fue el primero en medir y dibujar la pieza.
Para elaborar una descripción de la misma.
Incluso, mantuvieron tratos con Juan de Dios de la Rada, el director del Museo Arqueológico nacional de Madrid.
Pero los trámites fueron demasiado lentos y los franceses terminaron comprando a la Dama de Elche.
Así que la escultura inauguró la colección íbera del Museo del Louvre a principios del siglo 20.
De hecho, fue allí donde recibió su actual nombre.
Durante 4 décadas, estuvo expuesta en la vitrina del Louvre.
Hasta que en 1941 París cayó en manos de los nazis.
El Gobierno colaboracionista de Vichy decidió devolverla a España como un gesto amistoso hacia Franco.
De vuelta a su país, la dejaron en el Museo del Prado.
Fue recibida con grandes honores.
Se anunció en el No-Do, el noticiario cinematográfico oficial y se imprimió su imagen en los billetes de una peseta.
En 1971 volvió a ser trasladada al Museo Arqueológico Nacional.
Desde entonces, preside la sala íbera del museo y es su principal atracción.
Pero…¿quién era?
¿Representa a una diosa íbera o a una mujer de la nobleza?
Su indumentaria y sus joyas son características de los íberos.
Incluso, se conocen otras muchas esculturas de damas iberas relacionadas estilísticamente con la Dama de Elche.
Como la de Baza, Porcuna, o Cabezo Lucero.
Sin embargo en 1995 el historiador de arte norteamericano John F. Moffitt afirmó que esta escultura era una falsificación.
Y hasta se atrevió a ponerle nombre y apellidos al presunto imitador: Francisco Pallás Puig.
A pesar de no ser cierto, las acusaciones del norteamericano tenían una cierta base.
A finales del siglo 19 existió un próspero negocio de falsificaciones en el Levante español.
El Museo Arqueológico Nacional adquirió varias esculturas del santuario ibérico del Cerro de los Santos en Albacete.
Pero resultaron ser falsas.
Un análisis por Carbono 14 sería la prueba definitiva para salir de dudas.
Aunque los restos orgánicos de la pieza estaban demasiado contaminados para proporcionar un resultado fiable.
Hasta que en el 2005, el equipo de María Pilar Luxán, del CSIC, analizó los restos de policromía que conserva la escultura.
Y comprobaron la antigüedad del pigmento.
La Dama de Elche es un busto esculpido en piedra caliza entre los siglos V y IV a. C.
Mide aproximadamente 56 cm de altura, 45 cm de ancho y pesa unos 65 kg.
Representa a una mujer aristocrática íbera, con rostro idealizado y facciones muy refinadas.
Lleva un complejo tocado con dos rodetes laterales, una tiara, velo y diadema que enmarcan el rostro.
Viste una túnica interior, un vestido o toga y un manto que cae en solapa sobre el pecho.
Porta joyas ibéricas: tres collares con anforillas, ínfulas y pendientes, y una fíbula que cierra la túnica.
En la espalda tiene una cavidad esférica de unos 18 cm de diámetro y 16 cm de profundidad, probablemente usada como urna funeraria.
Originalmente estuvo policromada con pigmentos rojos, azules, amarillos y restos de pan de oro en las joyas.
Su túnica interior era de tono azul, la mantilla rojiza, y el manto ocres con ribetes rojos.
Los labios conservaban restos del color rojo intenso, y se aprecia azul en el tocado y amarillo dorado en las joyas.
Los ojos originalmente tenían incrustaciones de pasta vítrea, hoy desaparecidas.
La superficie estaba cubierta por una fina capa de estuco blanco que servía como base para la pintura.
Ni diosa ni mortal, la Dama de Elche sigue siendo una de nuestras señas de identidad.
Puede que fuera una mujer o un mito. Pero, sin duda es, inmortal.
El 4 de agosto de 1897 unos obreros agrícolas trabajaban en la finca del doctor Manuel Campello, en La Alcudia de Elche.
Al rato, descansaron de su labor diaria.
Todos menos Manolico, el joven siguió cavando en un terraplén.
Al dar un golpe de azadón, Manolico se dio cuenta de que había topado con algo duro.
Y corrió a avisar a sus compañeros.
Los hombres escarbaron la tierra y ante sus asombrados ojos, apareció el busto de una mujer engalanada.
Una escultura muy llamativa.
El doctor Campello, el propietario de esas tierras, era un humanista y arqueólogo aficionado.
Además, poseía una considerable colección de piezas íberas que habían ido apareciendo en sus tierras de labor a lo largo de los años.
Pero esta escultura parecía excepcional.
La noticia de semejante hallazgo corrió como la pólvora en Elche.
La gente acudió en masa a la finca para tratar de verla de cerca.
El doctor Campello expuso la pieza en un balcón de su casa.
Para que pudiera ser contemplada y admirada por el pueblo.
Al principio le atribuyeron un origen morisco y la bautizaron como la Reina Mora.
Aquel revuelo llamó la atención de los cazatesoros extranjeros.
El Museo del Louvre andaba en la búsqueda de piezas arqueológicas de todo el mundo.
Y envió a Elche al arqueólogo Pierre Paris.
La excusa de su visita fue que estaba interesado en conocer el famoso Misterios de Elche.
Un drama religioso del siglo 15 que se escenifica sobre el 14 y 15 de agosto.
En esa época, España ofrecía facilidades para la adquisición de antigüedades ya que ninguna ley regulaba su venta.
Un vacío legal al que se le sumaba la indolencia de las autoridades.
Pierre Paris vio a aquella ‘Dama’ y le ofreció 4.000 francos al doctor Campello, unos 1.700 euros, al cambio actual.
Al final, el doctor aceptó el pago a pesar de la oposición de su esposa, y del tío de esta.
Pedro Ibarra, el tío de su mujer, fue el primero en medir y dibujar la pieza.
Para elaborar una descripción de la misma.
Incluso, mantuvieron tratos con Juan de Dios de la Rada, el director del Museo Arqueológico nacional de Madrid.
Pero los trámites fueron demasiado lentos y los franceses terminaron comprando a la Dama de Elche.
Así que la escultura inauguró la colección íbera del Museo del Louvre a principios del siglo 20.
De hecho, fue allí donde recibió su actual nombre.
Durante 4 décadas, estuvo expuesta en la vitrina del Louvre.
Hasta que en 1941 París cayó en manos de los nazis.
El Gobierno colaboracionista de Vichy decidió devolverla a España como un gesto amistoso hacia Franco.
De vuelta a su país, la dejaron en el Museo del Prado.
Fue recibida con grandes honores.
Se anunció en el No-Do, el noticiario cinematográfico oficial y se imprimió su imagen en los billetes de una peseta.
En 1971 volvió a ser trasladada al Museo Arqueológico Nacional.
Desde entonces, preside la sala íbera del museo y es su principal atracción.
Pero…¿quién era?
¿Representa a una diosa íbera o a una mujer de la nobleza?
Su indumentaria y sus joyas son características de los íberos.
Incluso, se conocen otras muchas esculturas de damas iberas relacionadas estilísticamente con la Dama de Elche.
Como la de Baza, Porcuna, o Cabezo Lucero.
Sin embargo en 1995 el historiador de arte norteamericano John F. Moffitt afirmó que esta escultura era una falsificación.
Y hasta se atrevió a ponerle nombre y apellidos al presunto imitador: Francisco Pallás Puig.
A pesar de no ser cierto, las acusaciones del norteamericano tenían una cierta base.
A finales del siglo 19 existió un próspero negocio de falsificaciones en el Levante español.
El Museo Arqueológico Nacional adquirió varias esculturas del santuario ibérico del Cerro de los Santos en Albacete.
Pero resultaron ser falsas.
Un análisis por Carbono 14 sería la prueba definitiva para salir de dudas.
Aunque los restos orgánicos de la pieza estaban demasiado contaminados para proporcionar un resultado fiable.
Hasta que en el 2005, el equipo de María Pilar Luxán, del CSIC, analizó los restos de policromía que conserva la escultura.
Y comprobaron la antigüedad del pigmento.
La Dama de Elche es un busto esculpido en piedra caliza entre los siglos V y IV a. C.
Mide aproximadamente 56 cm de altura, 45 cm de ancho y pesa unos 65 kg.
Representa a una mujer aristocrática íbera, con rostro idealizado y facciones muy refinadas.
Lleva un complejo tocado con dos rodetes laterales, una tiara, velo y diadema que enmarcan el rostro.
Viste una túnica interior, un vestido o toga y un manto que cae en solapa sobre el pecho.
Porta joyas ibéricas: tres collares con anforillas, ínfulas y pendientes, y una fíbula que cierra la túnica.
En la espalda tiene una cavidad esférica de unos 18 cm de diámetro y 16 cm de profundidad, probablemente usada como urna funeraria.
Originalmente estuvo policromada con pigmentos rojos, azules, amarillos y restos de pan de oro en las joyas.
Su túnica interior era de tono azul, la mantilla rojiza, y el manto ocres con ribetes rojos.
Los labios conservaban restos del color rojo intenso, y se aprecia azul en el tocado y amarillo dorado en las joyas.
Los ojos originalmente tenían incrustaciones de pasta vítrea, hoy desaparecidas.
La superficie estaba cubierta por una fina capa de estuco blanco que servía como base para la pintura.
Ni diosa ni mortal, la Dama de Elche sigue siendo una de nuestras señas de identidad.
Puede que fuera una mujer o un mito. Pero, sin duda es, inmortal.
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