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Síntesis del Episodio
Vida, obra y milagros de Cervantes
En este vídeo, rendiremos un homenaje a un hombre que lo perdió casi todo, menos su genialidad.
Un soldado herido a la vez que un prisionero olvidado y un recaudador pobre.
Le bastó una pluma rota y un alma indomable para crear a unos personajes inmortales.
Esta es la historia de Miguel de Cervantes.
Nació en Alcalá de Henares.
Posiblemente el 29 de septiembre de 1547.
El 9 de octubre fue bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor.
Cervantes fue el cuarto de los siete hijos de Rodrigo de Cervantes.
Un modesto cirujano barbero.
Y de Leonor de Cortinas.
El oficio itinerante de su padre y sus escasos ingresos hizo que la familia se trasladase de ciudad, frecuentemente.
Durante la infancia de Miguel, vivieron en Valladolid, en Córdoba y en Sevilla.
Una vida errante que expuso al joven Cervantes a la bulliciosa sociedad española del siglo de oro.
La misma experiencia que destilarían los personajes y ambientes de su obra.
No sabemos cómo fue su educación formal.
Se sabe que no llegó a cursar estudios universitarios.
Algunos sugieren que se formó en Madrid, en el estudio de la villa.
Bajo la tutela del humanista Juan López de Hoyos.
Las primeras poesías de Cervantes aparecieron en 1569.
Precisamente en un libro de López de Hoyos, dedicado a las exequias de la Reina Isabel.
López de Hoyos se refirió a Cervantes como: Nuestro amado discípulo.
En sus años juveniles, Cervantes desarrolló una afición por el teatro.
Asistiendo a las representaciones de López de Rueda.
Décadas más tarde, las recordó, con admiración, en el prólogo de sus ocho comedias y ocho entremeses de 1615.
Con poco más de 20 años, dejó España para poner rumbo a Italia en 1569.
Algunos biógrafos dicen que hirió a Antonio de Sigura en un duelo.
Y emitieron una orden de arresto contra Cervantes.
Así que salió huyendo.
Una vez en Roma, entró al servicio del cardenal Julio Aquaviva.
Recorriendo varias ciudades italianas en su séquito.
El siguiente paso fue el de alistarse como soldado en los afamados tercios españoles.
Su carrera militar llegó a un punto culminante el 7 de octubre de 1571.
Durante la batalla de Lepanto.
Cervantes estuvo a bordo de la galera ‘Marquesa’.
Se encontraba enfermo, con fiebre.
Lejos de meterse bajo cubierta a descansar, decidió entrar en combate.
Al mando de Don Juan de Austria.
Pagaría su osadía durante el resto de su vida.
Recibió dos arcabuzazos en el pecho y otro en la mano izquierda, que quedó inutilizada.
Sin embargo, para él el sobrenombre de ‘el manco de Lepanto’ fue un título que lució con orgullo.
La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes y ni esperan ver los venideros.
Así describió su experiencia en Lepanto.
En alusión a la histórica victoria naval frente al Imperio Otomano.
Pasó unos seis meses de convalecencia en el hospital de Mesina.
Y volvió a tomar las armas en 1572.
Participando en expediciones militares menores en el Mediterráneo.
Combatiendo en Corfú, Bicerta o en Tún.
Esta vez en el aguerrido tercio de López de Figueroa, uno de los mejores.
A finales de 1574 Cervantes se hallaba en Nápoles, preparándose para regresar a España.
En septiembre de 1575, Miguel y su hermano Rodrigo embarcaron en la galera Sol.
Cerca de la costa catalana, una flotilla de corsarios turcos capturó su nave.
Fueron hechos prisioneros y llevados como esclavos a Argel.
Cervantes llevaba consigo las cartas de recomendación de Don Juan de Austria y del duque de Sesa.
Lo que hizo creer a sus captores que era un personaje de importancia por el que pedir un alto precio por su rescate.
Así fue, exigieron 500 escudos de oro por su libertad, casi un millón de euros, al cambio actual.
Una cifra imposible de pagar para su familia.
Cervantes pasó cinco largos años de cautiverio.
Organizó hasta cuatro intentos fallidos de fuga, arriesgando la vida.
Pero era un prisionero considerado de alto valor, así que le perdonaron.
El 19 de septiembre de 1580, unos frailes trinitarios reunieron los 500 escudos de su rescate.
Gracias a las limosnas que lograron reunir y a lo ahorrado por sus familiares.
Llegaron justo a tiempo.
Ya que su amo turo iba a embarcarlo rumbo a Constantinopla.
Miguel regresó a España al mes siguiente.
Desembarcando en Denia y reencontrándose con su familia a finales de 1580.
Aquellos años de cautiverio dejaron una huella indeleble en sus obras.
En comedias como ‘los tratos de Argel’ o los baños de Argel.
Así como en el relato del cautivo que encontramos en la primera parte del Quijote.
Pero continuemos con su propia aventura, la de su biografía.
A comienzos de 1581 viajó a Portugal, que estaba bajo el dominio de la Corona Española.
Le encargaron una pequeña misión diplomática en Orán, aprovechando sus conocimientos de la cultura norteafricana.
Por esta misión recibió la miserable cifra de 50 escudos.
Luego intentó solicitar, sin éxito, un puesto administrativo en las Indias.
Sin duda, necesitaba encontrar otra fuente de ingresos.
Y la hallaría en la literatura.
Entre 1582 y 1584 escribió su primera novela, la Galatea.
Esta obra pastoril se publicaría en 1585.
La Galatea tuvo una recepción discreta.
Cervantes siempre quiso dedicarle una segunda parte, pero nunca se llegaría a imprimir.
A pesar del escaso recibimiento, fue suficiente para entrar en algunos círculos literarios.
Pero volvamos a su vida personal.
En Madrid mantuvo una relación con Ana Franca de Rojas, la esposa de un tabernero.
Fruto de esta relación, nacería su hija Isabel de Saavedra.
La bautizaron en 1584.
La familia de la madre crió a Isabel, hasta que ésta se quedó huérfana.
Y pasó a ser acogida por la hermana de Cervantes.
Miguel la reconoció legalmente, cuando la muchacha había cumplido los 16 años.
A finales de 1584, Cervantes contrajo matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios.
Una joven de Esquivias, casi 20 años menor que él.
Catalina aportó una pequeña dote, pero el matrimonio no tuvo hijos.
Cervantes apena la menciona en sus escritos.
Lo que ha llevado a suponer que su relación no fue del todo feliz para él.
La literatura no le daba para comer.
En 1587 consiguió un empleo como comisario real de abastos para la Armada Española.
Una tarea bastante impopular.
Cervantes tenía que recorrer los pueblos de Andalucía requisando grano, aceite y otros víveres para la flota.
No dudó en embargar bienes eclesiásticos, cuando fue necesario.
Hasta que la autoridad religiosa de Sevilla lo excomulgó por incautar su trigo.
Con la iglesia hemos topado, Sancho.
A pesar de todo, Cervantes siguió cumpliendo con los encargos reales.
Le nombraron recaudador de impuestos atrasados.
De rentas conocidas como tercias y alcabalas.
En esta ocasión, Miguel iba casa por casa, cobrando tributos destinados a las costosas guerras del Imperio Español.
Este trabajo le acarreó disputas con los deudores.
Además, en 1597, tras una auditoría, encontraron un desfase en sus cuentas.
Un desfase de unos 79.000 maravedíes que no estaban justificados.
Dicen que Cervantes los había depositado en un banco que quebró.
Y no pudo recuperar su dinero invertido.
Por orden del Consejo de Hacienda, fue arrestado.
Y pasó varios meses, preso en la cárcel real de Sevilla entre finales de 1597 y comienzos del año siguiente.
Entre aquellos muros, el fantasma de la literatura se le aparecería de nuevo.
La idea de escribir el Quijote se le ocurriría allí mismo.
No sabemos si comenzó a escribirla en el propio presidio o si la iniciaría tras su salida.
Antes, en 1580 Cervantes ya había intentado forjarse una carrera como dramaturgo.
Escribiendo entre 20 y 30 obras de teatro.
Algunas de las cuales, se representaron en los corrales de comedias.
En el prólogo de sus ‘ocho comedias’ dejó constancia de que nunca recibieron silbidos ni le arrojaron pepinos.
En realidad, la carrera teatral de Cervantes no terminó de arrancar.
Siempre a la sombra de un tal López de Vega.
Un joven que estaba revolucionando el teatro español con sus nuevas fórmulas.
En comparación, las piezas de Cervantes sonaban a anticuadas.
López de Vega mezcló lo trágico con lo cómico en unas obras que entusiasmaron al público.
De ahí se ganó su apodo de ‘monstruo de la naturaleza’.
Cervantes dejó de escribir teatro hasta que en 1615, publicó alguna de aquellas comedias, olvidadas en el baúl de los recuerdos.
Tras sus penurias en Andalucía, Cervantes se instaló en Valladolid en 1604.
Coincidiendo con el propio traslado de la Corte del Rey Felipe primero a esa localidad.
Con más de 50 años, se dedicó a culminar la obra que la daría su fama inmortal en la literatura.
En enero de 1605, la imprenta de Juan de la Cuesta, en Madrid, publicó la primera parte de: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
La novela tuvo un éxito inmediato y extraordinario.
Las ediciones se agotaron en pocos meses.
En su primer año, imprimieron unas cuatro ediciones en España.
Pronto, se traduciría al francés y al inglés.
Don Quijote marcó el nacimiento de la novela moderna y el inicio del realismo en la estética literaria.
Sin embargo, no le reportó una gran riqueza a su creador.
En aquella época, los derechos de autor no eran como los de ahora.
Cervantes había vendido los derechos de la primera parte por una suma modesta.
Su nombre se volvió conocido en toda Europa.
Pero, por otro lado, le generó envidias y rivalidades literarias.
Como la siguiente:
En 1614 se publicó una segunda parte apócrifa de Don Quijote en Tarragona.
Firmada bajo el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda.
Se trata de un autor desconocido, del que seguimos sin saber su identidad.
Avellaneda aprovechó el tiempo que tardó Cervantes en escribir la segunda parte.
Para adelantarse él mismo con esta imitación.
El Quijote apócrifo comienza con un prólogo lleno de ataques a Cervantes.
Donde le llama: viejo, manco, orgulloso o deslenguado, entre otras ofensas.
Estas descalificaciones animaron a Cervantes a dar lo mejor de su escritura para la Segunda parte del Quijote, la verdadera.
Para muchos entendidos, lo logró.
La Segunda Parte de las andanzas del Quijote y Sancho Panza tiene una mayor profundidad psicológica de sus personajes.
Y presenta una mayor complejidad narrativa.
Fue la manera en la que Cervantes se tomó la revancha literaria contra el tal Avellaneda.
En su segunda parte, incluyó personajes y guiños que desacreditan a este falso plagio literario de su Don Quijote.
En el episodio del caballero Don Álvaro Tarfe, los protagonistas genuinos denuncian a los apócrifos.
Las dos partes del Quijote le granjearon a Cervantes su fama universal en la literatura.
En sus últimos años, Cervantes publicó las novelas ejemplares.
Una colección de 12 relatos cortos, de diversa temática.
Otra muestra más de su maestría en la narrativa.
Cada novela ejemplar explora géneros distintos: desde la sátira, pasando por la novela picaresca, la bizantina…
Incluso, hay una novela proto policíaca.
En 1614 publicó el poema alegórico: Viaje del Parnaso.
Y al año siguiente, además de la segunda parte del Quijote, dio a la imprenta ocho comedias y ocho entremeses nuevos.
Eran recopilaciones de algunas piezas teatrales, que había escrito años atrás.
En estos años finales, Cervantes no gozó de buena salud.
Sufría de hidropesía o de edemas causados por insuficiencia cardíaca.
A lo que se sumaban sus complicaciones por una diabetes tipo 2 que padecía.
Así que escribió hasta su último aliento.
En 1616 terminó ‘los trabajos de Persiles y Segismunda’.
Una narración de aventuras al estilo bizantino.
Él mismo la consideró como una de sus mejores obras.
Miguel de Cervantes Saavedra falleció en Madrid el 22 de abril de 1616, a los 68 años.
Fue enterrado al día siguiente.
En el convento de las trinitarias descalzas de Madrid.
En una humilde sepultura.
Con el tiempo, se perdió su ubicación.
En el 2015, un grupo de arqueólogos anunció haber hallado unos restos óseos que pudieron haber sido los suyos.
En la cripta del convento.
Hoy en día, el legado de Miguel de Cervantes trasciendo épocas y fronteras.
Una obra en donde supo plasmar los anhelos, las locuras o los ideales humanos.
Su autor, tras una vida entre las armas y las letras, transformó sus propias experiencias en un arte imperecedero para las futuras generaciones.
En este vídeo, rendiremos un homenaje a un hombre que lo perdió casi todo, menos su genialidad.
Un soldado herido a la vez que un prisionero olvidado y un recaudador pobre.
Le bastó una pluma rota y un alma indomable para crear a unos personajes inmortales.
Esta es la historia de Miguel de Cervantes.
Nació en Alcalá de Henares.
Posiblemente el 29 de septiembre de 1547.
El 9 de octubre fue bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor.
Cervantes fue el cuarto de los siete hijos de Rodrigo de Cervantes.
Un modesto cirujano barbero.
Y de Leonor de Cortinas.
El oficio itinerante de su padre y sus escasos ingresos hizo que la familia se trasladase de ciudad, frecuentemente.
Durante la infancia de Miguel, vivieron en Valladolid, en Córdoba y en Sevilla.
Una vida errante que expuso al joven Cervantes a la bulliciosa sociedad española del siglo de oro.
La misma experiencia que destilarían los personajes y ambientes de su obra.
No sabemos cómo fue su educación formal.
Se sabe que no llegó a cursar estudios universitarios.
Algunos sugieren que se formó en Madrid, en el estudio de la villa.
Bajo la tutela del humanista Juan López de Hoyos.
Las primeras poesías de Cervantes aparecieron en 1569.
Precisamente en un libro de López de Hoyos, dedicado a las exequias de la Reina Isabel.
López de Hoyos se refirió a Cervantes como: Nuestro amado discípulo.
En sus años juveniles, Cervantes desarrolló una afición por el teatro.
Asistiendo a las representaciones de López de Rueda.
Décadas más tarde, las recordó, con admiración, en el prólogo de sus ocho comedias y ocho entremeses de 1615.
Con poco más de 20 años, dejó España para poner rumbo a Italia en 1569.
Algunos biógrafos dicen que hirió a Antonio de Sigura en un duelo.
Y emitieron una orden de arresto contra Cervantes.
Así que salió huyendo.
Una vez en Roma, entró al servicio del cardenal Julio Aquaviva.
Recorriendo varias ciudades italianas en su séquito.
El siguiente paso fue el de alistarse como soldado en los afamados tercios españoles.
Su carrera militar llegó a un punto culminante el 7 de octubre de 1571.
Durante la batalla de Lepanto.
Cervantes estuvo a bordo de la galera ‘Marquesa’.
Se encontraba enfermo, con fiebre.
Lejos de meterse bajo cubierta a descansar, decidió entrar en combate.
Al mando de Don Juan de Austria.
Pagaría su osadía durante el resto de su vida.
Recibió dos arcabuzazos en el pecho y otro en la mano izquierda, que quedó inutilizada.
Sin embargo, para él el sobrenombre de ‘el manco de Lepanto’ fue un título que lució con orgullo.
La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes y ni esperan ver los venideros.
Así describió su experiencia en Lepanto.
En alusión a la histórica victoria naval frente al Imperio Otomano.
Pasó unos seis meses de convalecencia en el hospital de Mesina.
Y volvió a tomar las armas en 1572.
Participando en expediciones militares menores en el Mediterráneo.
Combatiendo en Corfú, Bicerta o en Tún.
Esta vez en el aguerrido tercio de López de Figueroa, uno de los mejores.
A finales de 1574 Cervantes se hallaba en Nápoles, preparándose para regresar a España.
En septiembre de 1575, Miguel y su hermano Rodrigo embarcaron en la galera Sol.
Cerca de la costa catalana, una flotilla de corsarios turcos capturó su nave.
Fueron hechos prisioneros y llevados como esclavos a Argel.
Cervantes llevaba consigo las cartas de recomendación de Don Juan de Austria y del duque de Sesa.
Lo que hizo creer a sus captores que era un personaje de importancia por el que pedir un alto precio por su rescate.
Así fue, exigieron 500 escudos de oro por su libertad, casi un millón de euros, al cambio actual.
Una cifra imposible de pagar para su familia.
Cervantes pasó cinco largos años de cautiverio.
Organizó hasta cuatro intentos fallidos de fuga, arriesgando la vida.
Pero era un prisionero considerado de alto valor, así que le perdonaron.
El 19 de septiembre de 1580, unos frailes trinitarios reunieron los 500 escudos de su rescate.
Gracias a las limosnas que lograron reunir y a lo ahorrado por sus familiares.
Llegaron justo a tiempo.
Ya que su amo turo iba a embarcarlo rumbo a Constantinopla.
Miguel regresó a España al mes siguiente.
Desembarcando en Denia y reencontrándose con su familia a finales de 1580.
Aquellos años de cautiverio dejaron una huella indeleble en sus obras.
En comedias como ‘los tratos de Argel’ o los baños de Argel.
Así como en el relato del cautivo que encontramos en la primera parte del Quijote.
Pero continuemos con su propia aventura, la de su biografía.
A comienzos de 1581 viajó a Portugal, que estaba bajo el dominio de la Corona Española.
Le encargaron una pequeña misión diplomática en Orán, aprovechando sus conocimientos de la cultura norteafricana.
Por esta misión recibió la miserable cifra de 50 escudos.
Luego intentó solicitar, sin éxito, un puesto administrativo en las Indias.
Sin duda, necesitaba encontrar otra fuente de ingresos.
Y la hallaría en la literatura.
Entre 1582 y 1584 escribió su primera novela, la Galatea.
Esta obra pastoril se publicaría en 1585.
La Galatea tuvo una recepción discreta.
Cervantes siempre quiso dedicarle una segunda parte, pero nunca se llegaría a imprimir.
A pesar del escaso recibimiento, fue suficiente para entrar en algunos círculos literarios.
Pero volvamos a su vida personal.
En Madrid mantuvo una relación con Ana Franca de Rojas, la esposa de un tabernero.
Fruto de esta relación, nacería su hija Isabel de Saavedra.
La bautizaron en 1584.
La familia de la madre crió a Isabel, hasta que ésta se quedó huérfana.
Y pasó a ser acogida por la hermana de Cervantes.
Miguel la reconoció legalmente, cuando la muchacha había cumplido los 16 años.
A finales de 1584, Cervantes contrajo matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios.
Una joven de Esquivias, casi 20 años menor que él.
Catalina aportó una pequeña dote, pero el matrimonio no tuvo hijos.
Cervantes apena la menciona en sus escritos.
Lo que ha llevado a suponer que su relación no fue del todo feliz para él.
La literatura no le daba para comer.
En 1587 consiguió un empleo como comisario real de abastos para la Armada Española.
Una tarea bastante impopular.
Cervantes tenía que recorrer los pueblos de Andalucía requisando grano, aceite y otros víveres para la flota.
No dudó en embargar bienes eclesiásticos, cuando fue necesario.
Hasta que la autoridad religiosa de Sevilla lo excomulgó por incautar su trigo.
Con la iglesia hemos topado, Sancho.
A pesar de todo, Cervantes siguió cumpliendo con los encargos reales.
Le nombraron recaudador de impuestos atrasados.
De rentas conocidas como tercias y alcabalas.
En esta ocasión, Miguel iba casa por casa, cobrando tributos destinados a las costosas guerras del Imperio Español.
Este trabajo le acarreó disputas con los deudores.
Además, en 1597, tras una auditoría, encontraron un desfase en sus cuentas.
Un desfase de unos 79.000 maravedíes que no estaban justificados.
Dicen que Cervantes los había depositado en un banco que quebró.
Y no pudo recuperar su dinero invertido.
Por orden del Consejo de Hacienda, fue arrestado.
Y pasó varios meses, preso en la cárcel real de Sevilla entre finales de 1597 y comienzos del año siguiente.
Entre aquellos muros, el fantasma de la literatura se le aparecería de nuevo.
La idea de escribir el Quijote se le ocurriría allí mismo.
No sabemos si comenzó a escribirla en el propio presidio o si la iniciaría tras su salida.
Antes, en 1580 Cervantes ya había intentado forjarse una carrera como dramaturgo.
Escribiendo entre 20 y 30 obras de teatro.
Algunas de las cuales, se representaron en los corrales de comedias.
En el prólogo de sus ‘ocho comedias’ dejó constancia de que nunca recibieron silbidos ni le arrojaron pepinos.
En realidad, la carrera teatral de Cervantes no terminó de arrancar.
Siempre a la sombra de un tal López de Vega.
Un joven que estaba revolucionando el teatro español con sus nuevas fórmulas.
En comparación, las piezas de Cervantes sonaban a anticuadas.
López de Vega mezcló lo trágico con lo cómico en unas obras que entusiasmaron al público.
De ahí se ganó su apodo de ‘monstruo de la naturaleza’.
Cervantes dejó de escribir teatro hasta que en 1615, publicó alguna de aquellas comedias, olvidadas en el baúl de los recuerdos.
Tras sus penurias en Andalucía, Cervantes se instaló en Valladolid en 1604.
Coincidiendo con el propio traslado de la Corte del Rey Felipe primero a esa localidad.
Con más de 50 años, se dedicó a culminar la obra que la daría su fama inmortal en la literatura.
En enero de 1605, la imprenta de Juan de la Cuesta, en Madrid, publicó la primera parte de: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
La novela tuvo un éxito inmediato y extraordinario.
Las ediciones se agotaron en pocos meses.
En su primer año, imprimieron unas cuatro ediciones en España.
Pronto, se traduciría al francés y al inglés.
Don Quijote marcó el nacimiento de la novela moderna y el inicio del realismo en la estética literaria.
Sin embargo, no le reportó una gran riqueza a su creador.
En aquella época, los derechos de autor no eran como los de ahora.
Cervantes había vendido los derechos de la primera parte por una suma modesta.
Su nombre se volvió conocido en toda Europa.
Pero, por otro lado, le generó envidias y rivalidades literarias.
Como la siguiente:
En 1614 se publicó una segunda parte apócrifa de Don Quijote en Tarragona.
Firmada bajo el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda.
Se trata de un autor desconocido, del que seguimos sin saber su identidad.
Avellaneda aprovechó el tiempo que tardó Cervantes en escribir la segunda parte.
Para adelantarse él mismo con esta imitación.
El Quijote apócrifo comienza con un prólogo lleno de ataques a Cervantes.
Donde le llama: viejo, manco, orgulloso o deslenguado, entre otras ofensas.
Estas descalificaciones animaron a Cervantes a dar lo mejor de su escritura para la Segunda parte del Quijote, la verdadera.
Para muchos entendidos, lo logró.
La Segunda Parte de las andanzas del Quijote y Sancho Panza tiene una mayor profundidad psicológica de sus personajes.
Y presenta una mayor complejidad narrativa.
Fue la manera en la que Cervantes se tomó la revancha literaria contra el tal Avellaneda.
En su segunda parte, incluyó personajes y guiños que desacreditan a este falso plagio literario de su Don Quijote.
En el episodio del caballero Don Álvaro Tarfe, los protagonistas genuinos denuncian a los apócrifos.
Las dos partes del Quijote le granjearon a Cervantes su fama universal en la literatura.
En sus últimos años, Cervantes publicó las novelas ejemplares.
Una colección de 12 relatos cortos, de diversa temática.
Otra muestra más de su maestría en la narrativa.
Cada novela ejemplar explora géneros distintos: desde la sátira, pasando por la novela picaresca, la bizantina…
Incluso, hay una novela proto policíaca.
En 1614 publicó el poema alegórico: Viaje del Parnaso.
Y al año siguiente, además de la segunda parte del Quijote, dio a la imprenta ocho comedias y ocho entremeses nuevos.
Eran recopilaciones de algunas piezas teatrales, que había escrito años atrás.
En estos años finales, Cervantes no gozó de buena salud.
Sufría de hidropesía o de edemas causados por insuficiencia cardíaca.
A lo que se sumaban sus complicaciones por una diabetes tipo 2 que padecía.
Así que escribió hasta su último aliento.
En 1616 terminó ‘los trabajos de Persiles y Segismunda’.
Una narración de aventuras al estilo bizantino.
Él mismo la consideró como una de sus mejores obras.
Miguel de Cervantes Saavedra falleció en Madrid el 22 de abril de 1616, a los 68 años.
Fue enterrado al día siguiente.
En el convento de las trinitarias descalzas de Madrid.
En una humilde sepultura.
Con el tiempo, se perdió su ubicación.
En el 2015, un grupo de arqueólogos anunció haber hallado unos restos óseos que pudieron haber sido los suyos.
En la cripta del convento.
Hoy en día, el legado de Miguel de Cervantes trasciendo épocas y fronteras.
Una obra en donde supo plasmar los anhelos, las locuras o los ideales humanos.
Su autor, tras una vida entre las armas y las letras, transformó sus propias experiencias en un arte imperecedero para las futuras generaciones.
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