Escuchar "La Antártida una biblioteca de meteoritos ancestrales en peligro de extinción"
Síntesis del Episodio
La Antártida una biblioteca de meteoritos ancestrales en peligro de extinción
Parece mentira, pero la humanidad descubrió antes el planeta Urano, en 1781 que la existencia de su sexto continente: La Antártida.
Hasta 1820, esta inhóspita y gélida masa de hielo desbocó la fantasía de los escritores.
Edgar Allan Poe imaginó una ruta llena de tribus salvajes primitivas.
Julio Verne fantaseó con una esfinge magnética en pleno Polo Sur.
Y Lovecraft situó allí las montañas de la locura.
En realidad, bajo ese manto de nieve, no hay monstruos ni reliquias de civilizaciones perdidas pero sí…rocas espaciales…llegadas de otros mundos.
Meteoritos ancestrales.
A lo mejor, la noticia de que los seres humanos no estamos solos en el universo…
Se puede contestar examinando estos meteoritos helados.
La fiebre mundial por encontrar meteoritos en la Antártida empezó después de que Neil Armstrong pisará la luna por primera vez en julio de 1969.
Entonces, el geólogo japonés Maso Gorai le dijo a sus colegas que él no necesitaba irse tan lejos en busca de meteoritos.
Fueron a la Antártida y en apenas 10 días se toparon con nueve meteoritos.
La nieve que cae allí se compacta y al cabo de siglos se convierte en un hielo inmaculado, sin burbujas.
Luego se hunde y se desplaza unos metros cada mes en monumentales glaciares.
Los expertos calculan que cada año caen sobre este continente varios cientos de meteoritos de más de 50 gramos.
Muchos acaban perdiéndose en las profundidades del manto blanco.
Sin embargo, algunos meteoritos sepultados suelen aflorar a la superficie en zonas de ‘hielo azul’.
El explorador inglés Frank Bickerton fue el primero en recoger un meteorito en la Antártida en 1912.
Desde entonces, los especialistas han coleccionado casi 50.000 rocas espaciales.
El 62 por ciento de todas las halladas en la tierra.
No es que aquí caigan más, sino que se acumulan durante milenios en zonas concretas.
Casi todos esos meteoritos provienen del cinturón de asteroides aunque también los hay de Marte o de la Luna.
Parece que la Antártida es una base para recoger ‘estrellas fugaces’.
Por ejemplo, uno de los meteoritos helados más celebres es el ALH 84001.
Se trata de una roca marciana que salió despedida del planeta rojo hace 16 millones de años.
Y cayó en la Antártida hace unos 13.000.
Un equipo de la Nasa, en 1996, dictaminó que contenía compuestos químicos.
Posiblemente, producidos por microbios extraterrestres.
Hasta que recientemente, otros científicos demostraron que no hacía falta microbios alienígenas para generar esos compuestos.
Los famosos Montes Ellsworth son la cordillera más alta de la Antártida.
Uno de sus picos recibe el nombre de ‘Cabeza de Elefante’ por lo que parece.
Es el lugar ideal para localizar meteoritos.
Ya que destacan fácilmente, al ser una cosa negra sobre un fondo blanco.
Según la revista Science Advances, sólo hemos localizado menos del 13 por ciento de los meteoritos de esta superficie gélida.
El geólogo Ralph Harvery dirige el ‘programa de búsqueda de meteoritos Antárticos’ desde 1996.
En medio siglo de actividad han encontrado unos 22.000 especímenes.
No es fácil moverse por allí para recogerlos.
Te enfrentas a temperaturas de 89 grados bajo cero, vientos huracanados y un suelo irregular y frágil.
Buscar meteoritos en lo que sería lo más parecido al fin del mundo.
Una empresa arriesgada.
Similar a una misión en el espacio.
La Antártida contiene hasta el 60 por ciento de los meteoritos que se estudian en la tierra pero están en peligro por el calentamiento global.
Antes de que sea demasiado tarde hay que recuperar toda esa información sobre el origen de nuestro sistema solar.
Cada meteorito es como una cápsula del tiempo venida de otro mundo.
Algunos estiman que pueden haber hasta 800.000 meteoritos atrapados en su hielo.
Si la tendencia actual de calentamiento global sigue igual, cada año perderemos 5.000 meteoritos.
Muchos contienen una valiosa información sobre los secretos del universo.
Actuemos rápido y con eficacia.
Antes de que esta biblioteca de Alejandría del cosmos se pierda irremediablemente.
No necesitamos salir de nuestro planeta para hallar los trozos de otros mundos extraterrestres.
Parece mentira, pero la humanidad descubrió antes el planeta Urano, en 1781 que la existencia de su sexto continente: La Antártida.
Hasta 1820, esta inhóspita y gélida masa de hielo desbocó la fantasía de los escritores.
Edgar Allan Poe imaginó una ruta llena de tribus salvajes primitivas.
Julio Verne fantaseó con una esfinge magnética en pleno Polo Sur.
Y Lovecraft situó allí las montañas de la locura.
En realidad, bajo ese manto de nieve, no hay monstruos ni reliquias de civilizaciones perdidas pero sí…rocas espaciales…llegadas de otros mundos.
Meteoritos ancestrales.
A lo mejor, la noticia de que los seres humanos no estamos solos en el universo…
Se puede contestar examinando estos meteoritos helados.
La fiebre mundial por encontrar meteoritos en la Antártida empezó después de que Neil Armstrong pisará la luna por primera vez en julio de 1969.
Entonces, el geólogo japonés Maso Gorai le dijo a sus colegas que él no necesitaba irse tan lejos en busca de meteoritos.
Fueron a la Antártida y en apenas 10 días se toparon con nueve meteoritos.
La nieve que cae allí se compacta y al cabo de siglos se convierte en un hielo inmaculado, sin burbujas.
Luego se hunde y se desplaza unos metros cada mes en monumentales glaciares.
Los expertos calculan que cada año caen sobre este continente varios cientos de meteoritos de más de 50 gramos.
Muchos acaban perdiéndose en las profundidades del manto blanco.
Sin embargo, algunos meteoritos sepultados suelen aflorar a la superficie en zonas de ‘hielo azul’.
El explorador inglés Frank Bickerton fue el primero en recoger un meteorito en la Antártida en 1912.
Desde entonces, los especialistas han coleccionado casi 50.000 rocas espaciales.
El 62 por ciento de todas las halladas en la tierra.
No es que aquí caigan más, sino que se acumulan durante milenios en zonas concretas.
Casi todos esos meteoritos provienen del cinturón de asteroides aunque también los hay de Marte o de la Luna.
Parece que la Antártida es una base para recoger ‘estrellas fugaces’.
Por ejemplo, uno de los meteoritos helados más celebres es el ALH 84001.
Se trata de una roca marciana que salió despedida del planeta rojo hace 16 millones de años.
Y cayó en la Antártida hace unos 13.000.
Un equipo de la Nasa, en 1996, dictaminó que contenía compuestos químicos.
Posiblemente, producidos por microbios extraterrestres.
Hasta que recientemente, otros científicos demostraron que no hacía falta microbios alienígenas para generar esos compuestos.
Los famosos Montes Ellsworth son la cordillera más alta de la Antártida.
Uno de sus picos recibe el nombre de ‘Cabeza de Elefante’ por lo que parece.
Es el lugar ideal para localizar meteoritos.
Ya que destacan fácilmente, al ser una cosa negra sobre un fondo blanco.
Según la revista Science Advances, sólo hemos localizado menos del 13 por ciento de los meteoritos de esta superficie gélida.
El geólogo Ralph Harvery dirige el ‘programa de búsqueda de meteoritos Antárticos’ desde 1996.
En medio siglo de actividad han encontrado unos 22.000 especímenes.
No es fácil moverse por allí para recogerlos.
Te enfrentas a temperaturas de 89 grados bajo cero, vientos huracanados y un suelo irregular y frágil.
Buscar meteoritos en lo que sería lo más parecido al fin del mundo.
Una empresa arriesgada.
Similar a una misión en el espacio.
La Antártida contiene hasta el 60 por ciento de los meteoritos que se estudian en la tierra pero están en peligro por el calentamiento global.
Antes de que sea demasiado tarde hay que recuperar toda esa información sobre el origen de nuestro sistema solar.
Cada meteorito es como una cápsula del tiempo venida de otro mundo.
Algunos estiman que pueden haber hasta 800.000 meteoritos atrapados en su hielo.
Si la tendencia actual de calentamiento global sigue igual, cada año perderemos 5.000 meteoritos.
Muchos contienen una valiosa información sobre los secretos del universo.
Actuemos rápido y con eficacia.
Antes de que esta biblioteca de Alejandría del cosmos se pierda irremediablemente.
No necesitamos salir de nuestro planeta para hallar los trozos de otros mundos extraterrestres.
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