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Síntesis del Episodio
De bienestar a longevidad. Vivir más años con mejor calidad de vida es el nuevo símbolo de estatus
La lucha por alargar los límites de la vida intentando revertir la edad biológica se ha convertido en la nueva religión.
Su nombre es: Longevidad.
Es el término inglés que coloniza el marketing digital.
120 o 150 años serían los límites humanos que podríamos llegar a vivir, según el último estudio publicado en Nature.
El biohacker y multimillonario Bryan Johnson promueve su filosofía: No te mueras.
Pretende ser la ideología más influyente del mundo en el 2027.
Para él, el enemigo común es la muerte.
La única causa capaz de unir a toda la humanidad.
Y detrás de este nuevo credo están sus pastores o expertos.
Como el genetista David Sinclair de la Universidad de Harvard o el tecnocapitalista Peter Thiel.
Además, parece ser que una parte de la élite está dispuesta a ser el conejillo de indias de estos procedimientos.
En 2024 se publicaron casi 6.000 papers de longevidad en Pub Med, cinco veces más que hace dos décadas.
Es la nueva biblia de este credo de la longevidad.
La tecnología les sirve analíticas y métricas precisas para corroborar sus avances.
El deseo de una vida eterna es tan antiguo como la humanidad.
La longevidad pretende acabar con las leyes de la lotería genética o del estilo de vida.
Ya hay varios documentales famosos que propagan esta idea:
No te mueras, el hombre que quiere vivir para siempre.
Del citado Brian Johnson.
Y vivir 100 años: Los secretos de las zonas azules.
Muchos se pueden ver desde la plataforma Netflix.
Aunque ofrecen enfoques muy distintos para tener una larga y saludable vida.
Uno, llevando un estilo de vida sencillo, controlando la dieta, las rutinas y los hábitos del sueño.
Y el otro, al estilo de un hacker corporal.
Mediante inyecciones de vitaminas y transfusiones de plasma.
Y si se puede registrar toda esa actividad mejor.
Desde las horas de sueño, guardadas en el anillo Oura hasta los minutos aguantados en una sesión de crioterapia.
El informe The Future Laboratory apunta hacia esa dirección: Los procedimientos relacionados con la longevidad son el nuevo símbolo de estatus.
El nuevo paradigma del lujo transformacional.
Por ello, del bienestar, muchas marcas están cambiando su logo por el de longevidad.
Lo que antes era una clínica de bienestar o un retiro ahora los cánones dictan que sea un resort de longevidad.
Se siguen abriendo unidades de medicina regenerativa y longevidad.
Abarcan todos los parámetros que se pueden medir en un cuerpo humano.
Incluyendo un pack anti inflamatorio, pruebas para medir la histamina, el cortisol o la permeabilidad del intestino.
El último informe ‘Futuro del Bienestar’ de la consultora Mc Kinsey destaca que para el 60 por ciento de las personas: Envejecer bien es una prioridad máxima.
En su encuesta, las cifras no engañan.
Un 70 por ciento de los consumidores en Estados Unidos y un 85 por ciento en China, compraron más productos relacionados con el envejecimiento saludable que en años anteriores.
En el mercado global del bienestar abundan más milenials que zetas y boomers.
Y está valorado en unos dos billones de dólares.
Sin duda, los más jóvenes no quieren perder el tiempo.
Se trata de un cambio cultural en el acercamiento a la salud y a la muerte.
Los críticos dicen que en este mercado hay demasiada ansiedad y cuestiona la eficacia de muchas de estas terapias o tratamientos.
Por ejemplo: sumergirse varios minutos en una bañera con trozos de hielo.
Puede ayudar al sistema inmunitario pero no hay pruebas de que alargue la vida.
La restricción calórica es otro de los salmos de este nuevo credo, como el Blue Print de Johnson.
En algunos ensayos se ha visto que dan señales de mejora en los biomarcadores de envejecimiento.
Pero sus beneficios para la supervivencia humana aún no están demostrados de forma concluyente.
Lo mismo ocurre con el ayuno o las dietas intermitentes.
Tampoco son una cura del envejecimiento.
La suplementación masiva que pregonan estos ultra ricos carecen de ensayos clínicos aleatorios que demuestren que alargan la vida.
Al igual que los senolíticos.
Son prometedores en pruebas con animales pero todavía son terapias experimentales con evidencia clínica limitada.
Lo mismo ocurre con la rapamicina, la metformina y otros análogos.
Otra terapia controvertida es la de la ‘sangre joven’.
Transfusiones o infusiones de plasma de donantes jóvenes.
De igual modo, no hay evidencias que sustenten que reviertan el envejecimiento.
El monitoreo intensivo de los biomarcadores y sus miles de pruebas periódicas son una guía útil.
Pero no garantizan la longevidad.
El trasplante de órganos es otra especulación que no detiene el envejecimiento.
Además, muchos tienen una vida útil durante unos años o décadas.
Y luego requieren tratamiento crónico con inmuno supresores.
La xeno trasplantación o lo mismo con órganos de cerdos genéticamente modificados sigue estando en el plano experimental.
En definitiva, la sustitución repetida de órganos no garantiza que vivirás hasta los 150 años.
Ya que el envejecimiento es mucho más complejo que intercambiar piezas mecánicas.
En general, eso es lo que sucede con las prácticas comunes en biohacking: las terapias génicas, las exposiciones a la luz o al frío y todo lo demás.
Muchas tienen una evidencia preliminar o nula en ensayos grandes y controlados.
La conclusión práctica y clara es que de momento, los mejores remedios para aumentar nuestra esperanza de vida, siguen siendo los más conocidos.
Los de siempre: una dieta adecuada, ejercicio, sueño y seguimiento médico.
Por mucho que nos intenten vender que estas terapias de la longevidad nos aseguran el éxito personal y profesional.
O una vida sexual más activa…
De momento, es más una herramienta de presión social o de marketing.
Por no mencionar las numerosas teorías de la longevidad que se contradicen entre sí.
Cada una, buscando su Santo Grial.
El geriatra italiano Luigi Ferrucci sugiere que la clave para vivir más está en la mitocondria.
La reserva de energía de la célula.
Por su parte, el investigador canadiense Peter Attia, sostiene que el músculo es la base de la longevidad.
Y el maestro de budismo tibetano Tenzin Rinpoche asegura que lo fundamental es dormir ocho horas diarias.
Es más necesario que la dieta sana o el gimnasio, para alargar nuestra existencia, afirma.
Del bienestar a la longevidad, la carrera por hallar la fórmula para vivir más y mejor será la nueva brecha social.
El nuevo símbolo de estatus.
La lucha por alargar los límites de la vida intentando revertir la edad biológica se ha convertido en la nueva religión.
Su nombre es: Longevidad.
Es el término inglés que coloniza el marketing digital.
120 o 150 años serían los límites humanos que podríamos llegar a vivir, según el último estudio publicado en Nature.
El biohacker y multimillonario Bryan Johnson promueve su filosofía: No te mueras.
Pretende ser la ideología más influyente del mundo en el 2027.
Para él, el enemigo común es la muerte.
La única causa capaz de unir a toda la humanidad.
Y detrás de este nuevo credo están sus pastores o expertos.
Como el genetista David Sinclair de la Universidad de Harvard o el tecnocapitalista Peter Thiel.
Además, parece ser que una parte de la élite está dispuesta a ser el conejillo de indias de estos procedimientos.
En 2024 se publicaron casi 6.000 papers de longevidad en Pub Med, cinco veces más que hace dos décadas.
Es la nueva biblia de este credo de la longevidad.
La tecnología les sirve analíticas y métricas precisas para corroborar sus avances.
El deseo de una vida eterna es tan antiguo como la humanidad.
La longevidad pretende acabar con las leyes de la lotería genética o del estilo de vida.
Ya hay varios documentales famosos que propagan esta idea:
No te mueras, el hombre que quiere vivir para siempre.
Del citado Brian Johnson.
Y vivir 100 años: Los secretos de las zonas azules.
Muchos se pueden ver desde la plataforma Netflix.
Aunque ofrecen enfoques muy distintos para tener una larga y saludable vida.
Uno, llevando un estilo de vida sencillo, controlando la dieta, las rutinas y los hábitos del sueño.
Y el otro, al estilo de un hacker corporal.
Mediante inyecciones de vitaminas y transfusiones de plasma.
Y si se puede registrar toda esa actividad mejor.
Desde las horas de sueño, guardadas en el anillo Oura hasta los minutos aguantados en una sesión de crioterapia.
El informe The Future Laboratory apunta hacia esa dirección: Los procedimientos relacionados con la longevidad son el nuevo símbolo de estatus.
El nuevo paradigma del lujo transformacional.
Por ello, del bienestar, muchas marcas están cambiando su logo por el de longevidad.
Lo que antes era una clínica de bienestar o un retiro ahora los cánones dictan que sea un resort de longevidad.
Se siguen abriendo unidades de medicina regenerativa y longevidad.
Abarcan todos los parámetros que se pueden medir en un cuerpo humano.
Incluyendo un pack anti inflamatorio, pruebas para medir la histamina, el cortisol o la permeabilidad del intestino.
El último informe ‘Futuro del Bienestar’ de la consultora Mc Kinsey destaca que para el 60 por ciento de las personas: Envejecer bien es una prioridad máxima.
En su encuesta, las cifras no engañan.
Un 70 por ciento de los consumidores en Estados Unidos y un 85 por ciento en China, compraron más productos relacionados con el envejecimiento saludable que en años anteriores.
En el mercado global del bienestar abundan más milenials que zetas y boomers.
Y está valorado en unos dos billones de dólares.
Sin duda, los más jóvenes no quieren perder el tiempo.
Se trata de un cambio cultural en el acercamiento a la salud y a la muerte.
Los críticos dicen que en este mercado hay demasiada ansiedad y cuestiona la eficacia de muchas de estas terapias o tratamientos.
Por ejemplo: sumergirse varios minutos en una bañera con trozos de hielo.
Puede ayudar al sistema inmunitario pero no hay pruebas de que alargue la vida.
La restricción calórica es otro de los salmos de este nuevo credo, como el Blue Print de Johnson.
En algunos ensayos se ha visto que dan señales de mejora en los biomarcadores de envejecimiento.
Pero sus beneficios para la supervivencia humana aún no están demostrados de forma concluyente.
Lo mismo ocurre con el ayuno o las dietas intermitentes.
Tampoco son una cura del envejecimiento.
La suplementación masiva que pregonan estos ultra ricos carecen de ensayos clínicos aleatorios que demuestren que alargan la vida.
Al igual que los senolíticos.
Son prometedores en pruebas con animales pero todavía son terapias experimentales con evidencia clínica limitada.
Lo mismo ocurre con la rapamicina, la metformina y otros análogos.
Otra terapia controvertida es la de la ‘sangre joven’.
Transfusiones o infusiones de plasma de donantes jóvenes.
De igual modo, no hay evidencias que sustenten que reviertan el envejecimiento.
El monitoreo intensivo de los biomarcadores y sus miles de pruebas periódicas son una guía útil.
Pero no garantizan la longevidad.
El trasplante de órganos es otra especulación que no detiene el envejecimiento.
Además, muchos tienen una vida útil durante unos años o décadas.
Y luego requieren tratamiento crónico con inmuno supresores.
La xeno trasplantación o lo mismo con órganos de cerdos genéticamente modificados sigue estando en el plano experimental.
En definitiva, la sustitución repetida de órganos no garantiza que vivirás hasta los 150 años.
Ya que el envejecimiento es mucho más complejo que intercambiar piezas mecánicas.
En general, eso es lo que sucede con las prácticas comunes en biohacking: las terapias génicas, las exposiciones a la luz o al frío y todo lo demás.
Muchas tienen una evidencia preliminar o nula en ensayos grandes y controlados.
La conclusión práctica y clara es que de momento, los mejores remedios para aumentar nuestra esperanza de vida, siguen siendo los más conocidos.
Los de siempre: una dieta adecuada, ejercicio, sueño y seguimiento médico.
Por mucho que nos intenten vender que estas terapias de la longevidad nos aseguran el éxito personal y profesional.
O una vida sexual más activa…
De momento, es más una herramienta de presión social o de marketing.
Por no mencionar las numerosas teorías de la longevidad que se contradicen entre sí.
Cada una, buscando su Santo Grial.
El geriatra italiano Luigi Ferrucci sugiere que la clave para vivir más está en la mitocondria.
La reserva de energía de la célula.
Por su parte, el investigador canadiense Peter Attia, sostiene que el músculo es la base de la longevidad.
Y el maestro de budismo tibetano Tenzin Rinpoche asegura que lo fundamental es dormir ocho horas diarias.
Es más necesario que la dieta sana o el gimnasio, para alargar nuestra existencia, afirma.
Del bienestar a la longevidad, la carrera por hallar la fórmula para vivir más y mejor será la nueva brecha social.
El nuevo símbolo de estatus.
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