Escuchar "Cuando la medicina era una mezcla de magia, superstición, sueños y palabras milagrosas."
Síntesis del Episodio
Cuando la medicina era una mezcla de magia, superstición, sueños y palabras milagrosas.
La medicina moderna se sustenta sobre siglos de ensayo y error.
En sus orígenes, curar, era una mezcla de superstición, terapias extravagantes y diagnósticos absurdos.
Quizás, fuese un camino necesario antes de llegar a la medicina actual.
En este vídeo veremos algunos ejemplos de cuando el arte de sanar fue una combinación de magia y superstición.
Algunos galenos clásicos perpetuaron estos métodos porque sus alumnos nunca les cuestionaron.
Simplemente retenían las lecciones que sus maestros les impartían de memoria.
Murió por exceso de médicos, reza una célebre inscripción.
Comenzamos por el Código de Hammurabi, compilado en la ciudad de Babilonia poco después del 1.800 antes de cristo.
La civilización Mesopotámica interpretaba las enfermedades como castigos divinos.
Impuestos por criaturas sobrenaturales de diferentes jerarquías.
Cuando diagnosticaban una enfermedad tenían que identificar cuál de, entre los 6.000 demonios existentes, era el causante de la dolencia.
Los egipcios fueron apodados como: el pueblo de los sanísimos.
Y disfrutaron de un extraordinario sistema sanitario público por aquel entonces.
Sin embargo, algunos de sus tratamientos fueron bastante peculiares.
Uno de ellos fue: la terapia musical.
Herófilo regulaba el ritmo cardíaco de acuerdo con la escala musical.
Los pacientes debían entonar unos cantos específicos para respirar a la velocidad adecuada.
Ya que creían que las dolencias se sanaban con una respiración correcta.
Para diagnosticar el embarazo los médicos de los faraones contaban el número de vómitos que le provocaba a una mujer el oler una mezcla de cerveza y dátiles.
A la diabetes la llamaron: inundación de orina.
El Papiro Ebers, del 1.500 antes de cristo, describe un remedio preparado con una mezcla de hueso, papilla de cebada, granos de trigo y tierra verde de plomo y agua.
En china, muchos especialistas solían basarse en un diagnóstico visual.
Les bastaba con mirar al paciente.
Por su forma de andar, el color de su rostro…
Y así deducían los padecimientos que sufrían.
Para la medicina tradicional china el origen de las enfermedades radica en un desequilibrio entre el Yin y el Yang.
Dos fuerzas complementarias que hayamos en todas las cosas del universo.
Esa inestabilidad alteraría el flujo del chí o energía vital y afectaría negativamente al organismo.
Las terapias para ayudar al enfermo se basaron en la alimentación y las hierbas.
Puesto que ya contaban con que el cuerpo humano dispone de su propio sistema defensivo.
Para fortalecer el sistema inmunitario recetaron cuerno de rinoceronte.
Este no tiene ningún valor terapéutico, porque está formado de queratina.
La misma proteína presente en las uñas o el pelo de todos los mamíferos.
Sin embargo, esta superstición continúa viva a día de hoy, sobre todo en Asia.
Hipócrates, nacido en el año 460 antes de cristo es otro nombre imprescindible en el campo médico.
Según su concepción, cualquier enfermedad nacía de la desproporción de cuatro fluidos del organismo: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra.
La teoría de los humores fue muy influyente y duró hasta pasada la Edad Media.
Para él, los varones eran engendrados por el semen que fluye de la parte derecha del cuerpo del padre.
Mientras que las niñas son fruto del que procede del lado izquierdo.
Además, durante la antigüedad, el útero fue considerado como una especie de animal, alojado en el cuerpo de la mujer.
Capaz de provocarle histeria.
Un trastorno que derivaba en tener mal carácter o en un exceso de deseo sexual.
Por cierto, Hipócrates, Galeno y otros médicos grecorromanos defendieron esta teoría.
Después de Hipócrates, no podemos obviar a Galeno, como una figura importante de la medicina clásica.
Nació en el año 129 y desempeñó su profesión en la corte romana durante el mandato de tres emperadores.
Las sangrías eran prácticas habituales en su quehacer.
Llegó a la conclusión de que el exceso de sangre era la causa de bastantes enfermedades.
Tal fue su autoridad, que este procedimiento fue común hasta el siglo 17.
Hasta que el médico inglés William Harvey describió la circulación arterial y venosa.
Galeno creyó en la eficacia de los crecepelos.
En especial, los que se hacían con un ungüento a partir de excrementos de ratón.
Y consideró que el pus curaba las heridas.
Con todo, Galeno acertó más en sus diagnósticos que muchos de sus predecesores.
Por ejemplo: la extravagante teoría del ilustre Erasístrato, del 250 antes de cristo sostenía que el cuerpo funcionaba gracias a un soplo vital.
Un soplo que corría por las arterias y que se fabricaba en el ventrículo izquierdo del corazón a partir del aire de los pulmones.
Cuando veía una herida sangrar, suponía que primero se escapaba ese aire y que luego la sangre llenaba ese vacío.
Otro prescriptor de tratamientos estrambóticos fue el romano Catón el Viejo del 149 antes de cristo.
Recomendó que los niños se lavaran con la orina de una persona que mantuviera una dieta a base de col.
De esta forma crecerían sanos y fuertes.
Catón aseguraba que ponerse una ramita de ajenjo en el ano, prevenía las irritaciones cutáneas propias de llevar mucho tiempo montando a caballo.
Con todo, en Roma se impusieron los grandes hospitales de aquel entonces, los imponentes Valetudinaria.
Del legado egipcio conservamos el Papiro de Londres, de la época de Tutankamón.
Sus recetas están mezcladas con hechizos.
Los tratamientos médicos dependían de los presuntos dictados de Sejmet, diosa de la curación.
No fueron los únicos.
En el Avesta, una colección de textos sagrados de la antigua Persia, hay referencia a salmos y palabras curativas.
Al igual que ocurre con el Cyranides, una compilación en griego de consejos médico-mágicos del siglo cuarto.
Del cual extraemos el siguiente ejemplo: Coge unos cuantos pelos de las ancas de un asno, los quemas, luego los mueles y se los das a una mujer, mezclados con una bebida.
De esta forma no parará de tirarse pedos y regulará sus gases en el estómago.
No faltaron los césares curativos.
El historiador romano Tácito nos recuerda que un ciego de Alejandría se postró ante el césar Vespasiano.
Le pidió que untara con saliva de su boca sus mejillas y las órbitas de sus ojos…para devolverle la vista.
Plinio el viejo aseguró que las enfermedades de las articulaciones remiten al tomar cenizas de sapo mezcladas con grasa rancia.
O que el hígado de camaleón junto con un poco de pulmón de sapo, aplicado en linimento, era un eficaz depilatorio.
Incluso creían que tocar los ollares de la nariz de una mula con los labios, detenía el hipo.
Por último, la medicina estuvo influenciada por el poder y el significado de los sueños.
En Grecia mismo, elaboraron complicados sistemas para interpretarlos.
Ya que pensaban que los sueños eran mensajes personalizados de sus dioses.
Y eso fue la medicina, una mezcla de magia, sueños, superstición y palabras milagrosas.
La medicina moderna se sustenta sobre siglos de ensayo y error.
En sus orígenes, curar, era una mezcla de superstición, terapias extravagantes y diagnósticos absurdos.
Quizás, fuese un camino necesario antes de llegar a la medicina actual.
En este vídeo veremos algunos ejemplos de cuando el arte de sanar fue una combinación de magia y superstición.
Algunos galenos clásicos perpetuaron estos métodos porque sus alumnos nunca les cuestionaron.
Simplemente retenían las lecciones que sus maestros les impartían de memoria.
Murió por exceso de médicos, reza una célebre inscripción.
Comenzamos por el Código de Hammurabi, compilado en la ciudad de Babilonia poco después del 1.800 antes de cristo.
La civilización Mesopotámica interpretaba las enfermedades como castigos divinos.
Impuestos por criaturas sobrenaturales de diferentes jerarquías.
Cuando diagnosticaban una enfermedad tenían que identificar cuál de, entre los 6.000 demonios existentes, era el causante de la dolencia.
Los egipcios fueron apodados como: el pueblo de los sanísimos.
Y disfrutaron de un extraordinario sistema sanitario público por aquel entonces.
Sin embargo, algunos de sus tratamientos fueron bastante peculiares.
Uno de ellos fue: la terapia musical.
Herófilo regulaba el ritmo cardíaco de acuerdo con la escala musical.
Los pacientes debían entonar unos cantos específicos para respirar a la velocidad adecuada.
Ya que creían que las dolencias se sanaban con una respiración correcta.
Para diagnosticar el embarazo los médicos de los faraones contaban el número de vómitos que le provocaba a una mujer el oler una mezcla de cerveza y dátiles.
A la diabetes la llamaron: inundación de orina.
El Papiro Ebers, del 1.500 antes de cristo, describe un remedio preparado con una mezcla de hueso, papilla de cebada, granos de trigo y tierra verde de plomo y agua.
En china, muchos especialistas solían basarse en un diagnóstico visual.
Les bastaba con mirar al paciente.
Por su forma de andar, el color de su rostro…
Y así deducían los padecimientos que sufrían.
Para la medicina tradicional china el origen de las enfermedades radica en un desequilibrio entre el Yin y el Yang.
Dos fuerzas complementarias que hayamos en todas las cosas del universo.
Esa inestabilidad alteraría el flujo del chí o energía vital y afectaría negativamente al organismo.
Las terapias para ayudar al enfermo se basaron en la alimentación y las hierbas.
Puesto que ya contaban con que el cuerpo humano dispone de su propio sistema defensivo.
Para fortalecer el sistema inmunitario recetaron cuerno de rinoceronte.
Este no tiene ningún valor terapéutico, porque está formado de queratina.
La misma proteína presente en las uñas o el pelo de todos los mamíferos.
Sin embargo, esta superstición continúa viva a día de hoy, sobre todo en Asia.
Hipócrates, nacido en el año 460 antes de cristo es otro nombre imprescindible en el campo médico.
Según su concepción, cualquier enfermedad nacía de la desproporción de cuatro fluidos del organismo: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra.
La teoría de los humores fue muy influyente y duró hasta pasada la Edad Media.
Para él, los varones eran engendrados por el semen que fluye de la parte derecha del cuerpo del padre.
Mientras que las niñas son fruto del que procede del lado izquierdo.
Además, durante la antigüedad, el útero fue considerado como una especie de animal, alojado en el cuerpo de la mujer.
Capaz de provocarle histeria.
Un trastorno que derivaba en tener mal carácter o en un exceso de deseo sexual.
Por cierto, Hipócrates, Galeno y otros médicos grecorromanos defendieron esta teoría.
Después de Hipócrates, no podemos obviar a Galeno, como una figura importante de la medicina clásica.
Nació en el año 129 y desempeñó su profesión en la corte romana durante el mandato de tres emperadores.
Las sangrías eran prácticas habituales en su quehacer.
Llegó a la conclusión de que el exceso de sangre era la causa de bastantes enfermedades.
Tal fue su autoridad, que este procedimiento fue común hasta el siglo 17.
Hasta que el médico inglés William Harvey describió la circulación arterial y venosa.
Galeno creyó en la eficacia de los crecepelos.
En especial, los que se hacían con un ungüento a partir de excrementos de ratón.
Y consideró que el pus curaba las heridas.
Con todo, Galeno acertó más en sus diagnósticos que muchos de sus predecesores.
Por ejemplo: la extravagante teoría del ilustre Erasístrato, del 250 antes de cristo sostenía que el cuerpo funcionaba gracias a un soplo vital.
Un soplo que corría por las arterias y que se fabricaba en el ventrículo izquierdo del corazón a partir del aire de los pulmones.
Cuando veía una herida sangrar, suponía que primero se escapaba ese aire y que luego la sangre llenaba ese vacío.
Otro prescriptor de tratamientos estrambóticos fue el romano Catón el Viejo del 149 antes de cristo.
Recomendó que los niños se lavaran con la orina de una persona que mantuviera una dieta a base de col.
De esta forma crecerían sanos y fuertes.
Catón aseguraba que ponerse una ramita de ajenjo en el ano, prevenía las irritaciones cutáneas propias de llevar mucho tiempo montando a caballo.
Con todo, en Roma se impusieron los grandes hospitales de aquel entonces, los imponentes Valetudinaria.
Del legado egipcio conservamos el Papiro de Londres, de la época de Tutankamón.
Sus recetas están mezcladas con hechizos.
Los tratamientos médicos dependían de los presuntos dictados de Sejmet, diosa de la curación.
No fueron los únicos.
En el Avesta, una colección de textos sagrados de la antigua Persia, hay referencia a salmos y palabras curativas.
Al igual que ocurre con el Cyranides, una compilación en griego de consejos médico-mágicos del siglo cuarto.
Del cual extraemos el siguiente ejemplo: Coge unos cuantos pelos de las ancas de un asno, los quemas, luego los mueles y se los das a una mujer, mezclados con una bebida.
De esta forma no parará de tirarse pedos y regulará sus gases en el estómago.
No faltaron los césares curativos.
El historiador romano Tácito nos recuerda que un ciego de Alejandría se postró ante el césar Vespasiano.
Le pidió que untara con saliva de su boca sus mejillas y las órbitas de sus ojos…para devolverle la vista.
Plinio el viejo aseguró que las enfermedades de las articulaciones remiten al tomar cenizas de sapo mezcladas con grasa rancia.
O que el hígado de camaleón junto con un poco de pulmón de sapo, aplicado en linimento, era un eficaz depilatorio.
Incluso creían que tocar los ollares de la nariz de una mula con los labios, detenía el hipo.
Por último, la medicina estuvo influenciada por el poder y el significado de los sueños.
En Grecia mismo, elaboraron complicados sistemas para interpretarlos.
Ya que pensaban que los sueños eran mensajes personalizados de sus dioses.
Y eso fue la medicina, una mezcla de magia, sueños, superstición y palabras milagrosas.
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