Capítulo 6-Las Abuelas de Plaza de Mayo parte 1

27/06/2023 12 min
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Síntesis del Episodio


Yo crecí en una familia alemana de clase media en la zona de Martinez, San Isidro, Buenos Aires. Los que son de Buenos Aires saben perfectamente que es lo que eso representa, pero para los que no son de Buenos Aires, acá viene un resumen.San Isidro, que está ubicado en la zona Norte de la cuidad de Buenos Aires, es conocido por ser una zona de gente rica, con apellidos europeos, ingleses, alemanes y franceses y por ser muy de derecha. Lo cual no es raro. Los ricos generalmente son de derecha porque les conviene un sistema que mantenga sus privilegios y aumente su estatus social y financiero. Ojo, esta es una gran generalización, pero para resumir algo muy complejo por ahora digamos que es así. Yo crecí entonces rodeada de gente de derecha. Y para hacer las cosas un poco más extremas, crecí en la época menemista. Para los que no saben que significa esto, básicamente Argentina tuvo un presidente desde 1989 a 1999 que no sólo privatizó todo el país, sino que también indultó a muchísima gente que había sido condenada por el gobierno anterior, como por ejemplo a los ex-miembros de las juntas de comandantes condenados en el Juicio a las Juntas de 1985. Menem fue el presidente del olvido, y la sociedad en la que yo crecí estaba feliz de olvidar con el dólar uno a uno con el peso argentino.  Lo poco que se hablaba en las reuniones familiares sobre los desaparecidos, se culminaba con un “algo habrán hecho, si no estabas metido en esa no te pasaba nada”. A Abuelas de Plaza de Mayo se les temía fuertemente. Se las veía como ogros, sedientas de venganza que lo único que querían era que corriese más sangre. Y la representante de esto según ellos era Hebe de Bonafini, una de las madres fundadoras de la organización, quien según decían, en su activismo abogaba por el enfrentamiento armado con el gobierno. Lo cuál era una imagen distorsionada sobre el resto de la organización, cuyo activismo pasaba por totalmente otro lado.No había ningún tipo de comprensión, ni compasión, ni empatía hacia su búsqueda. Eran unas señoras locas que buscaban a sus hijos e hijas que por terroristas habían desaparecido como solución al desastre que habían causado. De los hijos de los desaparecidos ni se hablaba. Jamás se los mencionó. Nuevamente el “algo habrán hecho” justificaba absolutamente todo. Básicamente, según el mensaje que recibí en mi casa, con las Abuelas no había que meterse. Son jodidas y no buscan justicia, sólo querían sangre y venganza, lo mejor que se puede hacer es mantener la cabeza gacha y pasar desapercibida. Será por eso que de chica mi mamá me decía “si en el colegio te preguntan a quién te pareces, decí que a tu mamá que es argentina”. Mi mamá, a todo esto era  hija de austríacos y a su vez se parecía a uno de los niños Von Trapp de la película “La novicia rebelde” (The sound of music), o sea menos argentina imposible. Así que yo crecí como esas nenas privilegiadas de clase media de Zona Norte, sin importarme mucho nada de todo esto. Era algo lejano. Recuerdo que mi amiga del colegio, también adoptada, solía leer libros sobre la dictadura, y hasta identificarse fuertemente con eso, sin decirlo, pero probablemente creyendo que ella era uno de esos niños hijos de desaparecidos. A mi me aburría todo eso, y en el fondo sentía que ella quería ser especial, y por eso quería creer que era una de esas niñas. Porque como dije antes, inconscientemente la sociedad donde crecí nos informaba que esos bebés eran especiales, no como el resto que eran hijos de pobres nomás. A mi me parecía ridículo andar hablando de algo de lo cuál no sabíamos nada, y como se decía alrededor mio, mejor mirar para adelante. Hasta ese día en que todo cambió y entendí que lo único que quedaba era presentarme a Abuelas de Plaza de Mayo. No fue fácil, con quién me iba a encontrar en Abuelas de Plaza de Mayo? Acaso eran los ogros vengativos de los que todos alrededor mio hablaban o eran las heroínas que como Don Quijote peleaban contra los molinos de viento de una sociedad que las ridiculizaba y quería olvidar?
Argentina es un país con tantos grises, que casi es imposible confiar en alguna institución. Es difícil ir contra un sistema que  obliga a las personas a sólo pensar en la propia supervivencia. Cuando la realidad de un país es tan disfuncional, obliga a sus habitantes a estar un constante estado de alerta y estrés enloquecedor. Por supuesto que dentro de ese sistema hay gente que intenta cambiar el estado de la realidad que los rodea, y desde ya les mando mis saludos y elogios más grandes. La admiración que les tengo es interminable. Ahora, porque me decidí hacerlo, tiene que ver no sólo por la violación que sobreviví el 7 de agosto del 2001, sino también con el sueco que conocí en el viaje que hice de turismo aventura a Mendoza con mi prima.Voy a rebobinar un poco  aver si me siguen en esta historiaEse 7 de agosto del 2001 era un día soleado de invierno en Buenos Aires. Era un hermoso día seco, lo cual podía sentir en mi pelo que no era el típico desastre que genera la humedad porteña en mis rulos. Como ya conté un poco en el capítulo anterior, salía de mi clase de instructorado de yoga y cuando estaba distraída mirando como el sol se reflejaba en los pétalos rojos  de las flores del jardín de la casa que justo estaba pasando, un chico se me acercó por atrás y me amenazó que tenía que hacer lo que él dijera o me iba a matar. Primero me quiso robar, pero yo no tenía un peso encima. Después me obligó a caminar con él. Caminamos y caminamos, yo muerta de miedo no traté de huir, ni gritar. Eventualmente encontró un lugar aislado, y yo sabía lo que venía. La violación fue rápida, y como muchas otras sobrevivientes, negocié para que no me pegara, bien consciente de lo frececuentes de los femicidios en Argentina. Nada nos acerca más a la vida como la presencia de la muerte. En ese momento de claridad total surgieron los dos pensamientos que me seguirían toda la vida, el primero del cuál ya hable: “Esto es todo? Toda mi vida tratando de hacer todo lo que todos quieren de mi y ahora voy a morir?” Y el segundo que inconscientemente tenía que ver con las sospechas de ser hija de desaparecidos: “Si muero ahora nunca van a saber que pasó, nunca me van a encontrar”. 
Pero sobreviví y un par de meses más tarde mi psicóloga me dijo que la naturaleza sana y que irme de viaje a Mendoza con mi prima Lily era una muy buena idea. Como es esta vida y el destino, en el hostel donde nos quedábamos conocí un sueco. Parecía un ser de otro planeta. Alto, grandote, con una cascada de pelo lacio largo color cobre. Como la mayoría de los suecos, al menos de palabra, muy consciente de los derechos humanos y la injusticia de la sociedad. Cuando le conté lo de mi adopción me dijo: “Por supuesto que tenés que buscar. Todos tenemos derecho a nuestra identidad”. Yo le creí. Era la primera vez que escuchaba esas palabras: “La identidad es un derecho”. Nunca antes había considerado ese concepto. Mi origen siempre había sido una nebulosa de especulaciones sobre de dónde vienen mis genes. Especulaciones que me aseguraban que era mejor no saber nada, que me decían que me conformara con simplemente haber sido adoptada por una familia. A mí me había tocado eso, y era todo lo que había. Si había algo que se me permitía sentir, algo que cada tanto alguien me recordaba, era sentir agradecimiento:  “Mirá que suerte que tuviste, andá a saber a dónde estarías ahora si tu mamá y tu papá no te hubiesen ido a buscar”. El derecho a la identidad se me había revocado de entrada, y yo tenía que conformarme con eso. Conformarme y ser feliz. Pero mi alma, que recién había sobrevivido un episodio donde una persona se tomó la libertad de sacarme el derecho a mi integridad física, reduciéndome a la nada misma, escuchó las palabras del sueco  que las dijo con tanta certeza y seguridad y se recordó a sí misma que esta vida le pertenece a ella, que esta vida se puede terminar en cualquier momento así que es hora de vivirla. Esa claridad, esa fuerza, hicieron que yo fuese en contra de toda mi familia, de las creencias con las que crecí y tomase la decisión de acercarme a Abuelas de Plaza de Mayo. La vida me descarriló totalmente del camino que venía transitando, y ahora que había perdido mi rumbo inicial, porque no enfrentar mis miedos más profundos y salir del anonimato de mi adopción y arriesgarme a que me vieran? Al fin y al cabo, la victoria siempre perteneció a los valientes.


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