Capítulo 20-¿Porqué no podés sentir todo el amor en vez?

12/07/2025 18 min
Capítulo 20-¿Porqué no podés sentir todo el amor en vez?

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Síntesis del Episodio


“Lo que pasó fue hace mucho tiempo Natalie, sos vos la que no deja ir el pasado” Como me gustaría hacerlo, simplemente dejar ir el pasado. Ser libre, vivir en el aquí y ahora. Toda mi vida, lo que ahora serían treinta años de terapia, 30 años meditando  y 17 en el programa de doce pasos, tratando de aceptar y soltar. No puedo controlar el mundo, pero me puedo responsabilizar de mis acciones, de buscar ayuda. El mensaje siempre fue el mismo: Aceptar, sentir, dejar ir y agradecer. Aceptar, sentir, dejar ir, agradecer. Concientizarme, actuar acorde, darme amor, valorarme, no hacerle caso a las voces en mi cabeza que reiteran el mensaje de desvalorización. Ese mensaje que respira a través de todos mis poros. Cuando menos me doy cuenta, está ahí, susurrándome al oído, dándome explicaciones sobre el porqué la gente alrededor mío se comporta como lo hace. Encontrando confirmación a la creencia subyacente. Encegueciéndome a la realidad compleja y detallada. Por supuesto esto yo ya lo sé, entonces hasta sentir dolor o enojo me da vergüenza. ¿Cómo sé que lo que siento y percibo es real, o es trauma? ¿Dónde está mi verdad? ¿Cuál es la realidad? Y nuevamente: ¿Por qué no puedo dejar ir esta identidad?Hace muy poco, por suerte, pude por fin ir a una terapia grupal para adoptados, organizada por la misma institución que brinda terapia gratis para toda persona adoptada, en sueco: adopterad.com.Hacía muchos años que estaba buscando encontrarme con otros adoptados y hablar de temas que nos tocan sólamente a nosotros. Es más, en el 2017, en uno de mis picos de depresión, decidí buscar ayuda psiquiátrica, a pesar de ya estar yendo a una psicóloga. Sentía que no daba más, así que tuve una entrevista con un psiquiatra que me iba a derivar a otro psiquiatra y calculo ahí recibiría medicación. Este psiquiatra me entrevistó durante una hora. Me hizo todo tipo de preguntas, entre ellas me preguntó que tipo de ayuda estaba buscando. Le dije sin dar vueltas, que me encantaría ir a terapia grupal con otros adoptados. Me miró extrañado: ”¿Por qué?” me preguntó. “Bueno”, le dije “ yo tengo mucha experiencia de ir a grupos de doce pasos y sé que ayuda muchísimo escuchar el relato de otras personas”. “¿Pero por qué?” me volvió a preguntar, “eso va a hacer que te identifiques aún más como víctima. Es más, la gente con trauma como vos, se convierte en gente muy egocéntrica, por el dolor que les genera el trauma”. “Si, ya lo sé, por eso ya voy a reuniones de doce pasos, de hijos de familias disfuncionales, justamente para romper con el egocentrismo y escuchar el relato de otros”. El psiquiatra se veía frustrado, irritado, yo tranquila, no daba brazo a torcer. “ ¿Y qué pensás que va a cambiar encontrando tu identidad biológica? Nada va a cambiar!” insistía él. Entonces yo, nuevamente con mucha paciencia le dije: “Yo entiendo que para alguien que no es adoptado es difícil de entender” a lo que me contestó: “ Yo soy adoptado, y no tengo ninguna necesidad de buscar mi identidad biológica”. Lo miré, hice una pequeña pausa y le dije: “Bueno, si usted no siente esa necesidad, entiendo que no tenga empatía con la mía.” Esta respuesta por supuesto lo irritó aún más. Trató de convencerme de que lo único que necesitaba yo, era terapia para reparar mi patrón de apego y me dijo que la psicóloga que me estaba atendiendo no estaba haciendo un buen trabajo. A esto quiero agregar un pequeño detalle, que tal psicóloga se llama Martha Cullberg, una de las psicólogas más prominentes de Suecia que ha escrito múltiples libros. En claro había quedado la ignorancia de la sociedad en el tema y de esta persona en particular. Ni siquiera éste psiquiatra, que era adoptado, podía entender el nivel de trauma con el que estaba tratando. Por supuesto que no todos necesitan saber su origen biológico, pero digamos que no es algo tan extraño de entender, que una persona que no lo sepa, lo quiera saber.Así que en la primavera de este año 2025, cuando por fin pude unirme a un grupo y encontrarme con otros adoptados le agradecí al cielo y a todos lo santos de todas las religiones y creencias, de que por fin podría entender un poco más de mí, a través del relato de otros. Y tal cómo lo pensé, reflejado en la historia de cada uno, podía ver un dolor inconmensurable. Y no sólo eso. Podía escuchar las mismas preguntas que llevo yo: ¿Porque esto me duele tanto? ¿Qué me estuvo pasando? ¿Cómo lo puedo cambiar? Nadie reacciona como yo, nadie siente así como yo….Lloré durante toda la primera sesión. Y no por dolor, sino por agradecimiento. Éramos un grupo de extraños, adoptados de distintos países, de diferentes edades, pero tán parecidos. Aceptar, sentir, dejar ir, agradecer. En esta búsqueda de aceptarme, de entender que me está pasando, de perdonarme, en el 2018, la última vez que fui con Simon a Abuelas de Plaza de Mayo, pedí una entrevista ahí con una persona para que me explicase más sobre la ley de adopción. Porque recordemos que no somos ajenos jamás a la historia que nos precede. Esta persona me habló de la historia de la ley de adopción en Argentina. La ley que como hecho legal se creo el el 1948. Esa ley daba a los hijos adoptivos los mismos derechos que tenían los herederos biológicos. Entonces, antes de que existiese la adopción legal, ¿qué había?  Según lo que entendí, había “prácticas de circulación de niños” que se refiere a aquellas transacciones por las cuales la responsabilidad sobre un niño es transferida de un adulto a otro. En Argentina, las prácticas de circulación de niños reconocen una larga tradición y distintas fuentes indican que, a pesar del vacío legislativo, durante el siglo XIX y buena parte del XX las adopciones de niños fueron llevadas adelante ya sea por organizaciones de caridad o de manera informal entre particulares. No eran hijos de verdad, hijos biológicos, pero al menos tenían derecho a heredar lo mismo que los hijos biológicos.¿Y qué quiere decir esto realmente? ¿Cuál es el estigma que conlleva ser adoptada? O mejor dicho, ¿que sentía yo, cuando la gente alrededor mío se enteraba que yo era adoptada? ¿En mi cabecita de niña, que percibía yo?La primera palabra que se me viene a la mente es ilegitimidad. No ser realmente, no pertenecer realmente, no merecer realmente. En junio del 2002 me mudé a Suecia. Bien lejos de Argentina, y aunque podría haber sido aún más lejos o diferente de Argentina, fue realmente llegar a otro planeta. Al poco tiempo de llegar ahí, me dí cuenta de que lo más difícil era encontrarme. En Argentina yo tenía mi rol, mi identidad, mi lugar. Yo representaba una personaje que se expresaba en una sociedad que a su vez le devolvía un reflejo de lo que veía. Yo me veía a mi misma de una forma, y la sociedad me devolvía el reflejo de lo que yo le comunicaba al mundo que me rodeaba. Ahora, en el nuevo mundo, el reflejo que me volvía de mi misma era totalmente diferente. Pasé a ser otro personaje. Un personaje con el que no me identificaba. No me encontraba, no me reconocía. Y no entendía que era lo que esta otra sociedad me estaba diciendo sobre mi misma. Ahora, veintitrés años más tarde, ya desarrollé un personaje y una identidad arraigada a la realidad que me rodea. Básicamente, estoy hecha una sueca. Sigo siendo sapo de otro pozo, pero al menos por otras razones que las que había en Argentina. Soy sapo de otro pozo porque literalmente, vengo de otro pozo. A lo que voy con todo esto, es que no hay que olvidar que como personas, no somos ajenas a la realidad que nos rodea, ni inmunes al mensaje que nos devuelve la sociedad sobre quienes somos. Siempre lo digo, somos peces en la corriente, pájaros al viento, tratando de encontrar nuestro camino, nuestra historia, que vive dentro de un  contexto histórico regido por fuerzas invisibles que van más allá de nuestros esfuerzos conscientes de romper con ellas. Como también mencioné antes, los adoptados, o personas de identidad sustituidas estamos rodeados de mensajes sobre la razón por la que no crecimos con nuestros padres biológicos, desde el día que nacimos. Mensajes a diario, desde temprana edad, como mantras que se repiten consciente o inconscientemente por donde miremos. Mantras que escuchamos y nos repetimos a nosotros mismos interminablemente, sobre entre otras cosas, ilegitimidad y desmerecimiento. Mantras silenciosos, grabados en la retina de nuestros ojos, que filtran todo a través de esa luz y repiten el mismo mensaje hasta la eternidad. Sin siquiera darnos cuenta. “¿Te parece que hubieses sido diferente de haber crecido con tu familia biológica?”, me han preguntado muchas veces. “No sé, nunca fui no adoptada, esto es todo lo que conozco”. El cliché número uno que siempre escuché y negué durante la mayor parte de mi vida, fue que mi baja autoestima se debía a que mi mamá biológica me abandonó. Entonces, yo me identificaba como algo abandonable. Según este cliché, yo sentía que no tenía el mismo valor que un bebé que creció con su familia biológica. Defectuosa de entrada. “No puede ser” pensaba. “No puede ser tan sencillo todo esto”. Porque de ser así, ¿porque no en vez me identifico con ser un bebé realmente deseado. Un bebé tan deseado que mis padres adoptivos hasta rompieron las leyes para conseguirme? El mantra “abandono” es mucho más fuerte que el mantra “bebé realmente deseada”. Internalicé el rechazo y el abandono mucho más que el amor y la añoranza de mis padres adoptivos de tener una hija. ¡Que injusto! ¡Que bueno hubiese sido haber internalizado el amor! ¡La fuerza que tendría en vez ahora! Pero soy sólo un pez nadando en la corriente de un destino. Las voces que internalicé fueron las de mi familia adoptiva, cuando hablaban de mis genes, la de mis compañeros de colegio, que me recordaban el color de mi piel, la de los maestros que me trataban diferente por no ser blanca y rubia, la de mi noviecito en primer grado, también adoptado que me dijo que nosotros pertenecíamos juntos porque teníamos el mismo color de piel. Las voces de una amiga de mi mamá que refiriéndose a otra persona que iba a adoptar dijo: “¡Qué horror! ¿Andá a saber de dónde vienen esos genes?”, otras voces de personas que al enterarse de que soy adoptada, prácticamente me decían “pobrecita”…. Las miradas de las nenas en la colonia de verano del campo deportivo alemán que no querían jugar conmigo porque yo me veía diferente a ellas.  El reflejo que devolvía el espejo de la sociedad que decía que yo venía fallada de entrada hablaba fuerte y claro una y otra vez. ¿Y yo? Huyendo, tratando de desmentir ese mensaje.. Incansablemente tratando de alejarme de esa radio que llevo por dentro.Sé que dentro mío, cuando logro quedarme quieta y despejar mi mente hay otras voces. Voces independientes de la realidad, voces que con paciencia y amor me reconstruyen hacia una identidad más real, más justa, más amable. Voces que vienen de una fuerza más allá de mí, voces que me quieren bien.A veces no puedo dormir pensando en qué desperdicio han sido todos estos años, sin poder liberarme de esa cárcel interna. Si luchase más, si me esforzase un poco más, si tratase más arduamente…..después me recuerdo: “Naty, sólo sos un pez en la corriente, hiciste siempre lo que pudiste, estás exactamente donde debés estar, y sos quién debes de ser”. Todo es perfecto.Aceptar, sentir, dejar ir, agradecer.A veces, hasta me puedo volver a dormir.

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