Capítulo 5-Cómo es la relación con tu familia?

15/06/2023 17 min
Capítulo 5-Cómo es la relación con tu familia?

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Síntesis del Episodio


La relación con mi familia en general siempre fue difícil. La relación con mi familia durante  esta búsqueda fue difícil y un poquito más.A mi edad ya entendí que todos hacemos lo que podemos con lo que nos fue dado en esta vida y es imposible dar lo que nunca se recibió por ende fue imposible para mis padres dar más de lo que recibieron. Hace un par de años le pregunté a mi papá si recordaba cuando fue que mi mamá empezó a ser esa persona amarga y agresiva con quién yo crecí. Las peleas en casa siempre fueron fuertes. Mi mamá las empezaba siempre, y mi papá soportaba la agresión hasta que explotaba. Las peleas entonces se convertían en maratones de agresión física, psíquica y emocional de parte de ambos, que duraba durante días. Y en ese torbellino imparable en que se convertían crecimos mi hermano y yo. La violencia y maltrato a los niños eran muy comunes y hasta diría normales en esa época. Cosas que en aquel entonces se tomaban como parte cotidiana  de la educación de los niños, hoy harían reaccionar a la mayoría. Pero todo realmente escaló cuando yo tenía 11 años, después de la muerte de mi abuela. Y nunca entendí porque mi papá soportaba a una mujer tan agresiva y cruel como mi mamá. Siempre creí que algo debía haberle pasado en el camino que la transformó en ese monstruo. La única respuesta que conseguí de mi papá fue que ella realmente soñaba con tener hijos y después de intentar durante 10 años la frustración y tristeza la cambiaron. Finalmente nos adoptaron y así se cumplió el sueño de los dos hijos, la casa, el auto y el marido proveedor. Pero así y todo, había un dolor en su alma que no la dejaba en paz. Y mi papá que lo único que quería era jugar al tenis, tener dos hijos, una casa, un auto y una hermosa mujer ama de casa, tampoco tenía paz. Su paz siempre dependió de la paz de ella. Mi hermano, el primero en ser adoptado tres años antes de mí, siempre fue el orgullo de la familia, algo que era obvio para todos los que nos conocían. Él, no sólo  sufrió la típica sensación de los primerizos  de ser desplazado  cuando yo llegué, sino que también fue quién recibía mucha más violencia física que yo. Talvéz por ser el hijo varón, aprendió a confrontarlos y por eso recibía castigos mucho más duros. Yo veía eso, y aprendí a no quejarme, o contestar, o tomar espacio, o estar triste. Aprendí a evitar el golpe. Ninguno de los dos tuvimos paz. Él aprendió a defenderse, yo aprendí a desaparecer, poner cara de poker y hacer de cuenta que “acá no pasa nada” Hace un par de años caí en la cuenta de que no es normal que una niña de 6 años le rezase a Dios por las noches para que  se la llevase con él porque todo lo que hace está mal y es sólo una molestia en este mundo. En mi egocentrismo de niña, pensando que yo era la causa de todo esto, pensé que era mi tarea traer esa paz que no existía.Que era mi tarea salvarlos, protegerlos, de hacerlos reír, de explicarles y mostrarles cuánto los amaba, de pedirles e implorarles que dejasen de pelear, tratando arduamente de entender qué era lo que les dolía tanto y buscar la solución, un alivio para que por fin tuviesen paz por dentro y me viesen a mí. Para que hubiese amor en mi familia, el amor que seguí esperando durante tantos años. Hice, como los niños hacen, todo lo que pude para hacer que me amen como yo quería que se me amasen, pero no lo logré nunca. Por eso preguntar sobre mi adopción estaba totalmente fuera de mis posibilidades. 
El fantasma más grande, según lo que yo entendí, de los padres adoptivos, es que sus hijos adoptados un día vengan y les digan que se terminó. Que no los aman y que van a buscar su verdadera familia. Esa ansiedad de perder a esos hijos tan deseados los vuelven medio locos. Y es comprensible. Debe de ser aterrador. Yo sentía eso todo el tiempo. “Madre es la que te cría. Hasta una yegua puede parir”, solía decir mi mamá para que me quedase en claro que no valía la pena buscar a mi mamá biológica. Los hijos sienten con sus padres. Los hijos entienden más allá de sus palabras. Así que yo nunca mencioné ningún deseo de ir a buscar a mi mamá biológica. No tenía a dónde ir. La sensación que tenía era de que mi mamá biológica ni se molestó en hacer las cosas legalmente. Se deshizo de mí y punto  “como una yegua”.
En ese entonces empezamos a escuchar sobre Abuelas de Plaza de Mayo y su búsqueda de los bebés robados por la dictadura. Pero nunca jamás a nadie se le ocurrió que yo fuera una de esas. Como ya mencioné antes, acorde a las normas sociales de la época, Yo era hija de villera/yegua, también conocida como persona pobre sin moral que me dejó sin mirar atrás. Pero por suerte esta familia me quiso adoptar y darme la comodidad de una vida de clase media. Tal como todo el mundo me venía diciendo: “No hay que mirar para atrás. El pasado no sirve de nada”.Lo bueno o malo, según cómo se vea, es que la vida tiene sus planes propios.
 Mis sospechas de ser hija de desaparecidos comenzaron en algún momento del 2001, pero fue gracias a la violación que sobreviví el 7 de agosto de ese mismo año que cambió el rumbo de muchas cosas en mi vida. Ese día salía de la clase del instructorado  de yoga y en vez de tomar la calle más transitada para caminar las 6 cuadras a mi casa, tomé la paralela. Ahí me interceptó un chico que me amenazó con matarme, me secuestró y eventualmente violó. Ese día, como suele todavía suceder en Argentina, pensé que iba a morir. Todavía sigue siendo bastante fácil violar y después matar a las mujeres y en el 2001 era más fácil aún. Pensé que había llegado mi momento, justo después de la violación miré alrededor mío a ver si alguien me iba a salvar pero no había nadie. Este era mi destino y pensé: “Yo siempre hice todo lo que todos querían que hiciera, siempre me porté bien, siempre traté de no molestar, de no rebelarme, esperando a tener el permiso de ser y ahora voy a morir. Que desperdicio de vida. Al final todo te pasa igual”. Al final de ese día logré convencer a mi captor de que me dejase ir, y fue así que comenzó la recomposición de mi ser. Con la fuerza del dolor y probablemente la adrenalina de haber sobrevivido, poco tiempo más tarde le pedí la partida de nacimiento a mi papá para acercarme a Abuelas de Plaza  de Mayo y comenzar con la búsqueda. No recuerdo bien que pasó, es más, si no fuera por mi amigo Adri no me acordaría de absolutamente nada. Al parecer él presenció la escena en que mi papá me entregaba la partida de nacimiento a los gritos de que: ”Nos vas a mandar a todos en cana”, y de mi mamá gritando que si no hubiese sido por ellos yo estaría muerta. Mi familia me trató de convencer de que el pasado no significa nada y de que sólo estaba buscando excusas para hacerme la víctima. 
Todos estaban en contra de que buscase. Y no sólo en contra, estaban violentamente en contra. Muertos de miedo por lo que se leía en los diarios sobre Abuelas de Plaza de Mayo, muertos de miedo porque los dejase, muertos de miedo de que la historia fuera cierta: Habían comprado un bebé que fue robado por los militares. Esa fue la última vez que hablé del tema con ellos. Fui a Abuelas, hice lo que tuve que hacer, me mudé al tiempo a Suecia y nunca más mencioné el tema. Mi mamá cada tanto trataba de sacarme información diciendo que había ido a una bruja y que esta le había dicho que yo seguía buscando en silencio pero que iba a esperar a que ella muriese para buscar libremente. La bruja tenía razón, pero yo lo negaba todo. Mi mamá no podía manejar la angustia de mi búsqueda, y menos mi papá. Así que para qué generar más ansiedad que después tengo que andar calmando y manejando? No, mejor me llamé al silencio. 
En enero del 2013 le diagnosticaron cáncer de pulmón e hígado a mi mamá en fase 4. Yo no llegué a verla consciente, pero mi tía Mary me dijo que una de las cosas que ella venía diciendo últimamente es que quería que yo encontrase a mi mamá biológica. Mi mamá solía decir que miraba ese programa en la tele que se llamaba “Gente que busca gente” a ver si llegaba a aparecer alguna madre que buscaba a su hija que se pareciese a mí. Y cuando me lo  decía eso yo le respondía: “Yo ya tengo una mamá”. A mis ojos, mi mamá era una nena con gran incapacidad de regular sus emociones. Toda mi vida la protegí de mí, y no iba a parar hasta el día que dejase esta dimensión. 
Una vez que ella murió, tuve que tomar coraje y hablar con mi papá. En el 2015, cuando volví a Argentina, le dije que nos fuéramos a tomar un café. Durante 13 años preparé lo que iba a decir: “Pá, las abuelas ya están grandes, no puedo esperar más.“ Así que fue exactamente eso lo que le dije ese día en ese café de la Plaza de Martinez y para mi gran sorpresa, mi papá coincidía conmigo en un 100 por ciento. De mis familia, él siempre fue el más razonable. Su respuesta fue positiva, a él también le parecía que ya era hora y aparte concluyó esa conversación diciendo: ”Yo no estoy de acuerdo con esa ideología”, refiriéndose a la forma en que la junta militar decidió resolver el tema de qué hacer con los bebés que nacían de los gente que capturaban, torturaban y asesinaban. No era la reacción que me estaba esperando de mi papá. Al parecer en esos 13 años de silencio mi mamá y mi papá tuvieron tiempo para pensar. Me imagino que  fue probablemente porque los gobiernos que asumieron la presidencia desde que me fui a Suecia visibilizaron la labor de Abuelas de forma positiva y pusieron a luz las atrocidades de la Junta militar del ´76, que  hizo que la consciencia les pesase fuertemente. Así que con el permiso de mi papá, me acerqué al año siguiente a Abuelas de PLaza de Mayo y dejé el ADN, que dio negativo. Lo primero que hice al recibir la noticia fue llamarlo a mi papá y contarle: “Pa, dio negativo el resultado de ADN de Abuelas de Plaza de Mayo”. Era importante que supiese que ya no tenía por qué temer, nadie lo iba a ir a buscar y hacer de su vida un infierno. Su respuesta fue bien típica suya: “ Para eso me llamás? Que pizza querés comer hoy por la noche?”. Lo hermoso de esto es que Simón filmó ese momento, que como muchos otros momentos con mi familia, superó la ficción. Después de eso, mi papá nunca entendió porque seguí buscando: “Si le hace mal”, decía cuando se le preguntaba. “Para mi ella tiene que dejar todo eso atrás”. Gracias a que seguimos buscando, supe cada vez más y más sobre como fue mi compra, y cómo se dan las cosas en el mercado de la compra de niños. Mi papá siempre dijo que no se acordaba de nada. “Eso pasó hace 40 años, no es importante para mí” fue siempre su respuesta. Y cuando le conté todo lo que había averiguado me lo confirmaba. Pero nunca me ayudó. Calculo que la culpa da amnesia. La última vez que viajé a Argentina para finalizar la búsqueda, le pregunté si sabía porque había ido, y me dijo que sí. Y después de visitar la última madre me preguntó: “Y? Encontraste algo?”,”no” le respondí con un tono despreocupado, casi como que ni me importaba. Cuando Simon le preguntó que le parecía mi búsqueda, mi papá de la misma forma despreocupada le respondió: “Por mí que haga lo que quiera, mientras que no le haga mal”. Nunca jamás le podía mostrar el  dolor a mi papá. Nunca jamás expresaría mis ganas de realmente saber la verdad sobre mi origen. Con respecto al documental, era su opinión que estamos perdiendo el tiempo: “Quién va a querer ver eso?”, siempre nos dijo a Simon y a mí. 
Nunca quise realmente hablar del tema con ninguno de ellos. La falta de armonía y espacio para tener conversaciones en calma, hizo imposible que pudiese sincerarme y contarles lo que me estaba pasando. Si ya de por sí todo era tan difícil entre nosotros, menos iba a andar tratando de hablarles de un tema tan volátil como es la búsqueda de mi identidad biológica. 
Mejor no decir nada y actuar en silencio. Mejor protegerlos y protegerme de mi verdad.

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