Escuchar "Capítulo 10-Quién es Martin, el héroe involuntario?"
Síntesis del Episodio
Una de las cosas que no me canso de repetir, es que si hay algo que aprendí con el tiempo, es que las cosas no son blanco y negro, o las personas buenas o malas. La vida no es como una película de Hollywood, donde los personajes carecen de matices y el malo es fácil de detectar desde el principio del relato. La realidad y las personas son mucho más complejas y están llenas de grises, explicaciones e historias, por eso es tan difícil a veces entender que es lo que realmente está pasando. Aunque sea una verdad incómoda y al cerebro en realidad le gustaría simplificar, clasificar, juzgar y descartar, tarde o temprano va tener que aceptar que todo viene de algún lugar y todo va hacia algún lugar. Como peces en la corriente de agua formada por la historia de la humanidad. Y en esas aguas tratamos de nadar un recorrido único, pero nunca fuera de la corriente que nos tocó vivir. En pocas palabras, hacemos lo que podemos con el destino que nos fue dado.
Aparentemente Martin y yo nos conocimos apenas nuestras familias nos adoptaron, o más bien dicho adquirieron Su hermana y mi hermano iban juntos al kindergarten de la escuela alemana a la que después también nosotros iríamos. Ahi las dos madres se conocieron, cada una con su respectivo bebé marroncito y me imagino compararon adopciones. Desde ese entonces nos conocemos. Fuimos juntos al kinder también y después estuvimos en la misma clase en la primaria. Martín fue mi primer novio en segundo grado, junto con otro Martin. Sí, aparentemente en ese entonces yo era poliamorosa.
Martín le dijo al otro Martín que en realidad él y yo pegábamos mejor dado que el color de nuestra piel era parecido. Éramos los dos marroncitos en una escuela llena de blancos y rubios. De hecho, se podía ver quienes eran adoptados en mi escuela, porque eran en general los marroncitos, con alguna que otra excepción. En los recreos Martin jugaba a ser detective, y siempre jugaba el personaje de héroe justiciero. Era más alto que los otros y se sabía que con Martín no se jodía. Mi mamá me contaba que él ya de chiquito iba con su hermana en colectivo al colegio. A nosotros nos llevaba el micro del colegio. “Que valiente” pensaba yo siempre. Martín nació para ser héroe. Yo al lado de él siempre me sentí blanda e inofensiva.
Despues de la primaria Martín desapareció de mi radar. Hizo la secundaria en el Liceo militar porque él lo eligió, lo cuál para mi, a esa edad, era impensable. El liceo militar sonaba como un castigo, algo a donde se manda a los niños que necesitan disciplina. Él siguió por ese camino y yo seguí por el mío, en la secundaría del colegio alemán Goethe.
Lo veía cada tanto en los campamentos de verano e invierno que organizaba la comunidad alemana. Los campamentos “DAL-Deutsche Argentinische lagergruppe” que mucho más tarde entendí, tenían un resabio de los tiempos oscuros de Alemania y su “Hitler Jugend”. Ahi nos veíamos con Martin. Èl ya había ido desde chico. Yo me uní recién a los 14 años. Por supuesto en ese entonces, ninguno de nosotros lo veía de esa forma. Al menos para mí, era con la alegría que se siente si a una le gusta acampar y estar en contacto con la naturaleza, algo que todavía hoy en día siento.Era dormir en carpa, bañarse en el río, cocinar para todo el grupo, juntar madera para el fuego, hacer caminatas de varios días, dormir bajo las estrellas y cantar por las noches. Ahi aprendí a tocar canciones en la guitarra de Leon Gieco, Seru Giran, Sui Generis, Creedence, Rod Steward, Rolling Stones, Pink Floyd, Cat Stevens y canciones tradicionales alemanas que se asocian todavía con una época de Alemania que es preferible olvidar. O al menos no repetir nunca jamás. El “DAL” me enseñó a estar cerca de la naturaleza, a amar las noches y las estrellas, a sentir una añoranza por algo más allá de la realidad, me enseñó a soñar. Muchos años más tarde, ya viviendo en Suecia, caí en la cuenta de la historia oscura de la comunidad alemana en Argentina. Como dije antes, nada es blanco o negro, En medio de esa oscuridad, y rodeada de una sociedad que se empeñaba en clasificar a las personas por su color y genética, y Martin y yo que no encajábamos en ella, yo aprendí a ver las estrellas, y a tocar canciones que todavía hoy toco (en eso no están incluidas las alemanas). Ambas cosas me siguen salvando todavía cuando la realidad me sobrepasa.
Después de mis 15 años Martin no vino más a los campamentos. Cada tanto me mandaba cartas, porque de celulares no había ni rastros en esa época, y me contaba cómo le iba la vida en el liceo. Martin parecía vivir una vida llena de aventura, mientras que la mía era una vida aburrida de adolescente sobreprotegida de clase media. Más allá de las peleas y violencia constante en mi familia, no pasaba absolutamente nada en mi vida.
Pasaron los años y poco sabía de Martin, más que después del liceo se unió a la Policía Federal de la provincia de Buenos Aires, la cuál al menos en ese entonces, tenía la peor reputación de todas las fuerzas policíacas. Se decía que eran los más corruptos, sanguinarios y desalmados. Que lo mejor siempre era no tener nada que ver con la policía.Y nuestros caminos hubiesen seguido separados, si no hubiese sido que al parecer mi destino tenía que cambiar bruscamente, con la violación que sobreviví el 7 de agosto del 2001. Como el crimen tomó lugar en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires, mi caso fue a parar a San Isidro, que era la comisaría donde trabajaba Martin. Él, que en realidad estaba en la sección de narcóticos, me dijo que ese día en la pila de expedientes que le habían puesto sobre su escritorio, apareció un caso que usualmente no se le asignaría. Un caso de violación. Y cuando miró más de cerca se dio cuenta que era yo. Es realmente creer o reventar.De todas las comisarías, de todos los detectives, de todos los escritorios, a Martín le tocó ser el detective mi caso.
Me acuerdo del primer encuentro con él para hablar de lo que había pasado. Yo cargando con la típica vergüenza que caracteriza a todas y todos los sobrevivientes de abuso sexual, eternamente agradecida de que fuera a él a quién le tuviera que contar los detalles. Algo en sus ojos me decía, que para él yo no era un caso más. Algo me decía que él estaba de mi lado, él estaba en mi equipo. Así fue que entramos en contacto otra vez.
Cómo conté, al tiempo de la violación, en un viaje de turismo aventura conocí al sueco de 35 años de quién me enamoraría y por el cual me mudaría en junio del 2002 a Estocolmo. Vendí todo y me fui. Necesitaba comenzar una nueva vida, en un nuevo lugar, lejos de quién fui, lejos de mi historia , lejos del personaje que yo interpretaba en la realidad en la que vivía.
De Martín supe poco durante esos años. Que le habían tendido una cama y que había terminado en la cárcel era una de ellas, y de que después se mudó a Suiza a rehacer su vida fue otra. Como Al Pacino en la película “Serpico”.
Recién en el 2010 y gracias a Facebook y a que yo me encontraba mucho tiempo en casa y en las redes sociales gracias a que unos meses antes mi depresión post traumática tuvo un pico y sufrí de un burn out, vi que posteó un día algo sobre los militares y la dictadura y de la nada le pregunté: “Vos crees que también sos hijo de desaparecidos?”, “no lo creo”, me contestó, pero si vos querés saber te averiguo”“Bueno, si, dale” le contesté.Habían pasado aproximadamente siete años desde la última vez que hablamos, pero como siempre, yo sentía que nuestras vidas seguían un trayecto paralelo. Cómo si nuestras almas antes de nacer se hubiesen puesto de acuerdo de encontrarnos cuando estuviésemos de este lado, y acompañarnos, para no perdernos del todo en este mundo tan confuso.
Así regresó Martín a mi radar, cómo el héroe involuntario que es.No lo sabía en ese momento, pero unos años más tarde, gracias a él, me volvería la esperanza al cuerpo.Por segunda vez.