Escuchar "Tras los pasos del verdadero Rodrigo Díaz de Vivar: El Cid Campeador"
Síntesis del Episodio
Tras los pasos del verdadero Rodrigo Díaz de Vivar: El Cid Campeador.
En manos de un buen poeta, muchas historias se han transformado en mitos.
Como fue el caso de la del Cid Campeador o Rodrigo Díaz de Vivar.
Lejos de las leyendas, fue un guerrero con talento.
Pero también con un gusto especial por la violencia y la guerra.
Sin apenas inquietudes religiosas o morales.
Nació en la España de la Reconquista.
En unos tiempos en los que la iglesia necesitaba de nuevos héroes.
Ruy Díaz, vino a este mundo entre mediados o finales de la década de 1040.
Seguramente, se crió en el seno de una familia aristócrata.
Donde aprendería artes militares y a firmar en latín, con una caligrafía zafia.
Ya que se desconoce si sabía leer y escribir.
A pesar del relato histórico predominante que enfrentaba a musulmanes y a católicos, la realidad no fue esa.
Los reyes cristianos de la península tenían más probabilidades de morir por parte de otros que seguían su misma fe, que luchando contra los musulmanes.
En el siglo 11 los bandos no estaban muy claros.
Y lo de ‘lucha santa’ era más un adorno para los sermones.
Además, el mismo concepto de Reconquista, no se creó hasta el siglo 19.
Díaz de Vivar creía en las premoniciones sobre sus victorias y derrotas.
Por eso se fijaba en el vuelo de las aves.
Unas prácticas que la iglesia consideraba como profanas.
Sin embargo, como guerrero sí que tuvo un papel destacado.
Su primera aparición en la escena histórica ya lo presenta como líder de la mesnada personal de Sancho segundo de castilla.
Entre los 18 y los 25 años, ya había salido victorioso de un duelo contra otro paladín navarro.
Por el destino de una fortaleza fronteriza.
Rodrigo fue un hombre de confianza para el rey Alfonso sexto.
Quien terminó desterrándole en dos ocasiones.
Separándolo de su mujer Jimena y de sus hijos.
A pesar de todo, la pericia de Rodrigo para la estrategia y para sobrevivir ante la adversidad, le hicieron prosperar.
Las hazañas le acompañaron durante casi toda su vida, aunque lejos de las de aquel honorable caballero que narran las leyendas.
Por ejemplo: algunas de sus peores crueldades medievales fueron:
Matar de hambre a los habitantes de Valencia.
Quemar vivos a los que salieran del terreno musulmán.
O acusar, falsamente, al gobernador de la taifa valenciana, de robar el tesoro de la ciudad.
Al final, el acusado terminó siendo dilapidado junto a otros 35 supuestos cómplices.
Por lo tanto, Rodrigo era un mercenario, ya que se vendía, en cierto modo, al mejor postor.
Sirvió a reyes cristianos como Alfonso sexto o Sancho segundo.
Al mismo tiempo, fue un soldado habitual en la protección de la taifa de Zaragoza que amparó a varios dirigentes musulmanes.
Durante el poco tiempo que conservó Valencia, se negó a ser el vasallo de Alfonso Sexto.
Apostando por un modelo de gobierno independiente.
Varias obras componen el relato mitológico del Cid, entre ellas:
El clásico Poema del Mio Cid.
La leyenda de Cardeña y las mocedades de Rodrigo.
El Cantar o Poema del Mio Cid es una obra fundamental de la literatura española.
Pretendía ascender al Cid a la altura de un honorable siervo de la corona.
Presentándolo como un devoto cristiano que luchaba por la fuerza de su fe.
Incluso, los cantares originales se tomaron bastantes licencias o libertades.
Los condes de Carrión existieron pero nunca fueron infantes.
Tampoco se casaron con las hijas de Rodrigo y mucho menos las agredieron.
Por otro lado, la obra más grandilocuente fue la Leyenda de Cardeña.
Donde un Cid moribundo, preparó su auto embalsamamiento en vida.
De esta forma, una vez muerto, quedaría momificado encima de su caballo.
Más tarde, lo transportaron a San Pedro de Cardeña a lomos de Babieca, durante una semana.
Y depositaron su cuerpo sobre una baqueta de marfil, sosteniendo su espada enfundada.
Su padre fue Diego Laínez, un caballero al servicio de Fernando I de Castilla, aunque sin gran peso político.
Rodrigo se educó en la corte del infante Sancho, hijo de Fernando I, con quien mantuvo una estrecha relación.
Tras la muerte de Fernando I en 1065, Rodrigo pasó a ser alférez real de Sancho II, es decir, jefe militar de su hueste.
Destacó en la batalla de Llantada (1068) y, sobre todo, en la de Golpejera (1072), donde Sancho venció a su hermano Alfonso VI.
Cuando Sancho II murió asesinado durante el cerco de Zamora en 1072, Rodrigo quedó en una situación delicada.
Fue aceptado en la corte de Alfonso VI, pero su relación con el rey fue tensa y marcada por las desconfianzas.
En 1079, enviado en misión militar a Sevilla, se excedió en sus funciones atacando la taifa de Granada, lo que le granjeó enemistades.
Poco después fue acusado de apropiarse de tributos y de actuar sin permiso, lo que le llevó a su primer destierro en 1081.
Durante ese tiempo, se puso al servicio del rey musulmán de Zaragoza, al-Muqtadir, y después del de su hijo al-Mutamin.
Allí se convirtió en jefe de mercenarios cristianos y musulmanes, luchando contra Aragón y contra otros reinos de taifas.
Gracias a su pericia militar, adquirió fama como guerrero y táctico, siendo llamado sidi (“mi señor”) por sus aliados musulmanes.
En 1087 regresó brevemente al servicio de Alfonso VI, pero las tensiones políticas lo apartaron de nuevo.
En 1094 conquistó Valencia tras un prolongado asedio, estableciendo allí su propio señorío independiente.
Gobernó Valencia con pragmatismo: mantuvo su autoridad sobre cristianos y musulmanes, respetando las estructuras locales.
Su mujer, Jimena Díaz, asumió el gobierno de Valencia tras su muerte, aunque solo lo mantuvo hasta el 1102.
Rodrigo murió en 1099 en Valencia, probablemente de causas naturales, sin caer en combate como relata la leyenda.
Fue sepultado inicialmente en Valencia y luego trasladado al monasterio de San Pedro de Cardeña, cerca de Burgos.
Más allá del mito, el verdadero Cid fue un caudillo militar ambicioso, hábil y oportunista, que se movió entre la lealtad a Castilla y su propio beneficio personal.
En manos de un buen poeta, muchas historias se han transformado en mitos.
Como fue el caso de la del Cid Campeador o Rodrigo Díaz de Vivar.
Lejos de las leyendas, fue un guerrero con talento.
Pero también con un gusto especial por la violencia y la guerra.
Sin apenas inquietudes religiosas o morales.
Nació en la España de la Reconquista.
En unos tiempos en los que la iglesia necesitaba de nuevos héroes.
Ruy Díaz, vino a este mundo entre mediados o finales de la década de 1040.
Seguramente, se crió en el seno de una familia aristócrata.
Donde aprendería artes militares y a firmar en latín, con una caligrafía zafia.
Ya que se desconoce si sabía leer y escribir.
A pesar del relato histórico predominante que enfrentaba a musulmanes y a católicos, la realidad no fue esa.
Los reyes cristianos de la península tenían más probabilidades de morir por parte de otros que seguían su misma fe, que luchando contra los musulmanes.
En el siglo 11 los bandos no estaban muy claros.
Y lo de ‘lucha santa’ era más un adorno para los sermones.
Además, el mismo concepto de Reconquista, no se creó hasta el siglo 19.
Díaz de Vivar creía en las premoniciones sobre sus victorias y derrotas.
Por eso se fijaba en el vuelo de las aves.
Unas prácticas que la iglesia consideraba como profanas.
Sin embargo, como guerrero sí que tuvo un papel destacado.
Su primera aparición en la escena histórica ya lo presenta como líder de la mesnada personal de Sancho segundo de castilla.
Entre los 18 y los 25 años, ya había salido victorioso de un duelo contra otro paladín navarro.
Por el destino de una fortaleza fronteriza.
Rodrigo fue un hombre de confianza para el rey Alfonso sexto.
Quien terminó desterrándole en dos ocasiones.
Separándolo de su mujer Jimena y de sus hijos.
A pesar de todo, la pericia de Rodrigo para la estrategia y para sobrevivir ante la adversidad, le hicieron prosperar.
Las hazañas le acompañaron durante casi toda su vida, aunque lejos de las de aquel honorable caballero que narran las leyendas.
Por ejemplo: algunas de sus peores crueldades medievales fueron:
Matar de hambre a los habitantes de Valencia.
Quemar vivos a los que salieran del terreno musulmán.
O acusar, falsamente, al gobernador de la taifa valenciana, de robar el tesoro de la ciudad.
Al final, el acusado terminó siendo dilapidado junto a otros 35 supuestos cómplices.
Por lo tanto, Rodrigo era un mercenario, ya que se vendía, en cierto modo, al mejor postor.
Sirvió a reyes cristianos como Alfonso sexto o Sancho segundo.
Al mismo tiempo, fue un soldado habitual en la protección de la taifa de Zaragoza que amparó a varios dirigentes musulmanes.
Durante el poco tiempo que conservó Valencia, se negó a ser el vasallo de Alfonso Sexto.
Apostando por un modelo de gobierno independiente.
Varias obras componen el relato mitológico del Cid, entre ellas:
El clásico Poema del Mio Cid.
La leyenda de Cardeña y las mocedades de Rodrigo.
El Cantar o Poema del Mio Cid es una obra fundamental de la literatura española.
Pretendía ascender al Cid a la altura de un honorable siervo de la corona.
Presentándolo como un devoto cristiano que luchaba por la fuerza de su fe.
Incluso, los cantares originales se tomaron bastantes licencias o libertades.
Los condes de Carrión existieron pero nunca fueron infantes.
Tampoco se casaron con las hijas de Rodrigo y mucho menos las agredieron.
Por otro lado, la obra más grandilocuente fue la Leyenda de Cardeña.
Donde un Cid moribundo, preparó su auto embalsamamiento en vida.
De esta forma, una vez muerto, quedaría momificado encima de su caballo.
Más tarde, lo transportaron a San Pedro de Cardeña a lomos de Babieca, durante una semana.
Y depositaron su cuerpo sobre una baqueta de marfil, sosteniendo su espada enfundada.
Su padre fue Diego Laínez, un caballero al servicio de Fernando I de Castilla, aunque sin gran peso político.
Rodrigo se educó en la corte del infante Sancho, hijo de Fernando I, con quien mantuvo una estrecha relación.
Tras la muerte de Fernando I en 1065, Rodrigo pasó a ser alférez real de Sancho II, es decir, jefe militar de su hueste.
Destacó en la batalla de Llantada (1068) y, sobre todo, en la de Golpejera (1072), donde Sancho venció a su hermano Alfonso VI.
Cuando Sancho II murió asesinado durante el cerco de Zamora en 1072, Rodrigo quedó en una situación delicada.
Fue aceptado en la corte de Alfonso VI, pero su relación con el rey fue tensa y marcada por las desconfianzas.
En 1079, enviado en misión militar a Sevilla, se excedió en sus funciones atacando la taifa de Granada, lo que le granjeó enemistades.
Poco después fue acusado de apropiarse de tributos y de actuar sin permiso, lo que le llevó a su primer destierro en 1081.
Durante ese tiempo, se puso al servicio del rey musulmán de Zaragoza, al-Muqtadir, y después del de su hijo al-Mutamin.
Allí se convirtió en jefe de mercenarios cristianos y musulmanes, luchando contra Aragón y contra otros reinos de taifas.
Gracias a su pericia militar, adquirió fama como guerrero y táctico, siendo llamado sidi (“mi señor”) por sus aliados musulmanes.
En 1087 regresó brevemente al servicio de Alfonso VI, pero las tensiones políticas lo apartaron de nuevo.
En 1094 conquistó Valencia tras un prolongado asedio, estableciendo allí su propio señorío independiente.
Gobernó Valencia con pragmatismo: mantuvo su autoridad sobre cristianos y musulmanes, respetando las estructuras locales.
Su mujer, Jimena Díaz, asumió el gobierno de Valencia tras su muerte, aunque solo lo mantuvo hasta el 1102.
Rodrigo murió en 1099 en Valencia, probablemente de causas naturales, sin caer en combate como relata la leyenda.
Fue sepultado inicialmente en Valencia y luego trasladado al monasterio de San Pedro de Cardeña, cerca de Burgos.
Más allá del mito, el verdadero Cid fue un caudillo militar ambicioso, hábil y oportunista, que se movió entre la lealtad a Castilla y su propio beneficio personal.
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