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Síntesis del Episodio
Los abuelos ladrones que robaron los diamantes de Kim Kardashian y la ataron
— París, octubre de 2016. Mientras el mundo del lujo desfilaba por la pasarela de la Fashion Week, Kim Kardashian se encontraba en el epicentro del glamur.
— Cada paso suyo era documentado. Cada joya, mostrada con orgullo. El anillo de 4 millones de dólares. El grill de diamantes. Los vestidos de diseñador.
— Pero esa noche no terminó con aplausos ni flashes. Terminó con un zumbido frío de terror. En una habitación de hotel. Casi desnuda. A oscuras. Y con una pistola apuntando a su cabeza.
— Los medios franceses los apodaron “los abuelos ladrones”. Hombres mayores, algunos con más de 70 años, acusados del robo más audaz del París reciente.
— Diez sospechosos. Bicicletas. Pasamontañas. Y falsas chaquetas de policía. Entraron sin resistencia al hotel más exclusivo, uno que ni siquiera acepta reservas sin recomendación directa.
— El recepcionista fue reducido. Atado. Y forzado a acompañar a los ladrones hasta la suite de Kim Kardashian.
— Eran casi las tres de la madrugada. Ella estaba sola, sin seguridad. Su guardaespaldas se había ido con su hermana a una discoteca.
— Kim intentó pedir ayuda. Marcó. Pero no sabía cómo contactar con emergencias en Francia. Uno de los asaltantes le arrebató el teléfono. La tiró sobre la cama.
— En ese momento, pensó que era el final. “Esto es todo”, dijo después.
Pensó que abusarían de ella o que la matarían.
Ella estaba tumbada en su cama. La amenazaron. La ataron con cinta adhesiva y luego la dejaron en la bañera del cuarto de baño.
— Aterrorizada, Kim solo pensaba en sus hijos. Lloraba. Suplicaba que no le hicieran daño.
— Mientras tanto, los ladrones escapaban en un coche negro, conducido por uno de los hijos de los ladrones. Pero parte del botín cayó en plena calle. Un error que dejaría rastro.
— Las joyas estaban valoradas en más de seis millones de dólares. Algunas nunca se recuperaron.
— La policía encontró ADN en las bridas. Y en la cinta que ató al recepcionista. Esa prueba fue la clave.
— El recepcionista, un estudiante argelino de doctorado, fue inicialmente sospechoso. Pero luego quedó exonerado y se convirtió en un testigo esencial.
— Uno de los ladrones, Ununice Abas, llegó a escribir un libro: Secuestré a Kim Kardashian.
— En el juicio afirmó estar arrepentido. Aunque muchos dudan de la sinceridad de su arrepentimiento.
• Los ladrones del famoso atraco a Kim Kardashian en París planearon vender las joyas robadas en Amberes, conocida por su mercado de diamantes.
• Uno de los implicados confesó que querían contactar con un intermediario para deshacerse de las piezas sin dejar rastro.
• El objetivo era sacar un beneficio rápido a través de canales de compraventa de diamantes en Bélgica.
• Estimaban que podrían obtener entre 5 y 6 millones de euros por las joyas, aunque el valor original del botín ascendía a más de 9 millones.
• La pieza más icónica robada fue un anillo de 20 quilates valorado en unos 4 millones de euros.
— El juicio comenzó casi una década después. Diez acusados. Uno de ellos, una mujer. Todos presentes cada día en el tribunal.
— Kim acudió a testificar con un vestido de diseñador y joyas valoradas en millones.
— La expectación era máxima. La seguridad, extrema.
— Diez días después, el veredicto. Ocho condenas. Dos absoluciones.
— Pero nadie volvió a pisar la cárcel. Ni uno solo.
— El juez dijo que eran demasiado mayores. Que tenían problemas de salud. Y que merecían indulgencia. Uno de ellos, estaba casi sordo.
— En su comunicado final, Kardashian fue diplomática. Habló de perdón. De crecimiento. De justicia restaurativa.
Aceptó que este trágico momento le hizo replantearse algunas cosas en su vida.
La Kim de antes era demasiado materialista pero ahora, valoro otros aspectos de mi existencia.
— Pero otros fueron más tajantes: “Esto no fue justicia. Los asaltantes deberían estar en prisión.”
— Una historia de lujo, crimen y contradicciones. Que sigue dejando más preguntas que respuestas.
— París, octubre de 2016. Mientras el mundo del lujo desfilaba por la pasarela de la Fashion Week, Kim Kardashian se encontraba en el epicentro del glamur.
— Cada paso suyo era documentado. Cada joya, mostrada con orgullo. El anillo de 4 millones de dólares. El grill de diamantes. Los vestidos de diseñador.
— Pero esa noche no terminó con aplausos ni flashes. Terminó con un zumbido frío de terror. En una habitación de hotel. Casi desnuda. A oscuras. Y con una pistola apuntando a su cabeza.
— Los medios franceses los apodaron “los abuelos ladrones”. Hombres mayores, algunos con más de 70 años, acusados del robo más audaz del París reciente.
— Diez sospechosos. Bicicletas. Pasamontañas. Y falsas chaquetas de policía. Entraron sin resistencia al hotel más exclusivo, uno que ni siquiera acepta reservas sin recomendación directa.
— El recepcionista fue reducido. Atado. Y forzado a acompañar a los ladrones hasta la suite de Kim Kardashian.
— Eran casi las tres de la madrugada. Ella estaba sola, sin seguridad. Su guardaespaldas se había ido con su hermana a una discoteca.
— Kim intentó pedir ayuda. Marcó. Pero no sabía cómo contactar con emergencias en Francia. Uno de los asaltantes le arrebató el teléfono. La tiró sobre la cama.
— En ese momento, pensó que era el final. “Esto es todo”, dijo después.
Pensó que abusarían de ella o que la matarían.
Ella estaba tumbada en su cama. La amenazaron. La ataron con cinta adhesiva y luego la dejaron en la bañera del cuarto de baño.
— Aterrorizada, Kim solo pensaba en sus hijos. Lloraba. Suplicaba que no le hicieran daño.
— Mientras tanto, los ladrones escapaban en un coche negro, conducido por uno de los hijos de los ladrones. Pero parte del botín cayó en plena calle. Un error que dejaría rastro.
— Las joyas estaban valoradas en más de seis millones de dólares. Algunas nunca se recuperaron.
— La policía encontró ADN en las bridas. Y en la cinta que ató al recepcionista. Esa prueba fue la clave.
— El recepcionista, un estudiante argelino de doctorado, fue inicialmente sospechoso. Pero luego quedó exonerado y se convirtió en un testigo esencial.
— Uno de los ladrones, Ununice Abas, llegó a escribir un libro: Secuestré a Kim Kardashian.
— En el juicio afirmó estar arrepentido. Aunque muchos dudan de la sinceridad de su arrepentimiento.
• Los ladrones del famoso atraco a Kim Kardashian en París planearon vender las joyas robadas en Amberes, conocida por su mercado de diamantes.
• Uno de los implicados confesó que querían contactar con un intermediario para deshacerse de las piezas sin dejar rastro.
• El objetivo era sacar un beneficio rápido a través de canales de compraventa de diamantes en Bélgica.
• Estimaban que podrían obtener entre 5 y 6 millones de euros por las joyas, aunque el valor original del botín ascendía a más de 9 millones.
• La pieza más icónica robada fue un anillo de 20 quilates valorado en unos 4 millones de euros.
— El juicio comenzó casi una década después. Diez acusados. Uno de ellos, una mujer. Todos presentes cada día en el tribunal.
— Kim acudió a testificar con un vestido de diseñador y joyas valoradas en millones.
— La expectación era máxima. La seguridad, extrema.
— Diez días después, el veredicto. Ocho condenas. Dos absoluciones.
— Pero nadie volvió a pisar la cárcel. Ni uno solo.
— El juez dijo que eran demasiado mayores. Que tenían problemas de salud. Y que merecían indulgencia. Uno de ellos, estaba casi sordo.
— En su comunicado final, Kardashian fue diplomática. Habló de perdón. De crecimiento. De justicia restaurativa.
Aceptó que este trágico momento le hizo replantearse algunas cosas en su vida.
La Kim de antes era demasiado materialista pero ahora, valoro otros aspectos de mi existencia.
— Pero otros fueron más tajantes: “Esto no fue justicia. Los asaltantes deberían estar en prisión.”
— Una historia de lujo, crimen y contradicciones. Que sigue dejando más preguntas que respuestas.
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