Escuchar "Las emparedadas. Mujeres que se recluyeron voluntariamente en la Edad Media en celdas diminutas"
Síntesis del Episodio
Las emparedadas. Mujeres que se recluyeron voluntariamente en la Edad Media en celdas diminutas.
En la Edad Media algunas mujeres decidieron ‘morir en vida’.
Era un acto voluntario y revolucionario.
Un culto a la libertad personal.
Por eso decidieron emparedarse.
Recluirse, por su propia voluntad, en una celda diminuta durante el resto de su existencia.
Las llamaron las emparedadas o muradas.
En su mayoría fueron mujeres, aunque también hubo hombres, que lo practicaron.
Se trata de una de las primeras formas de monaquismo en la tradición cristiana.
Había varias formas de aislarse.
Las primeras experiencias documentadas provienen de comunidades cristianas en el antiguo Egipto.
Alrededor del año 300, algunas personas lo abandonaron todo para irse a vivir como ermitaños en el desierto.
Eran las comunidades anacoretas.
Es decir, de las personas aisladas.
Otros se refugiaban lejos de la sociedad.
En las montañas, amparados en el silencio y la oración.
Entre los siglos 11 y 12 hubo un auge de esta especie de penitencia.
Fue una época de crecimiento demográfico y de cambios globales en la sociedad.
Las ciudades se expandieron y se creó una nueva división de poderes.
Muchos pobres se quedaron atrás y sentían que no encajaban.
Los Eremitas y anacoretas se auto marginaban a sí mismos.
La diferencia es que los primeros solían regresar a la sociedad después de un tiempo.
Las emparedadas o muradas tenían prohibido mantener mucho contacto con el exterior.
Sólo el justo o imprescindible.
Al hablar menos con las personas, dedicaban la mayor parte de su día a dialogar con Dios.
Estas personas solitarias permanecían en sus celdas, encerradas.
El proceso comenzaba cuando un sacerdote les leía los ritos de la muerte.
Los salmos que se recitaban durante las misas funerarias.
Algunas de las celdas incluían la propia tumba excavada de las muradas.
Para recordarles que tenían que meditar y rezar en su propia mortalidad.
En el Reino Unido se las denominó ‘las ancladas’.
Para ello, una mujer tenía que presentar una solicitud al obispo local.
Hubo varias guías medievales donde detallaban los pasos a seguir.
Las Revelaciones de Julian de Norwich es el único escrito que se conserva, narrado en primera persona por una murada o anclada.
La guía medieval recomendaba que las celdas debían tener entre 2 y 4 metros cuadrados.
Por supuesto, estarían tapiadas.
Y sólo podía haber una rendija o una ventana a través de la cual recibirían la comida o la bebida.
Muchos dependieron de la caridad pública.
Algunos acabaron siendo olvidados y murieron en esa tumba en vida.
Los anacoretas seguían estos 6 principios: clausura, castidad, ortodoxia, ascetismo, experiencia contemplativa y soledad.
Las guías medievales les animaban a seguir este enclaustramiento para evitar los peligros espirituales del mundo exterior.
Como curiosidad, las emparedadas podían contar un una mascota, normalmente con un gato.
El caso es que estas reclusas voluntarias fueron apreciadas por su santidad, sabiduría o sus poderes curativos.
Aún se conserva la celda de Astorga en España.
Testimonio de que el espacio fue mínimo pero su fe fue inmensa.
En la Edad Media algunas mujeres decidieron ‘morir en vida’.
Era un acto voluntario y revolucionario.
Un culto a la libertad personal.
Por eso decidieron emparedarse.
Recluirse, por su propia voluntad, en una celda diminuta durante el resto de su existencia.
Las llamaron las emparedadas o muradas.
En su mayoría fueron mujeres, aunque también hubo hombres, que lo practicaron.
Se trata de una de las primeras formas de monaquismo en la tradición cristiana.
Había varias formas de aislarse.
Las primeras experiencias documentadas provienen de comunidades cristianas en el antiguo Egipto.
Alrededor del año 300, algunas personas lo abandonaron todo para irse a vivir como ermitaños en el desierto.
Eran las comunidades anacoretas.
Es decir, de las personas aisladas.
Otros se refugiaban lejos de la sociedad.
En las montañas, amparados en el silencio y la oración.
Entre los siglos 11 y 12 hubo un auge de esta especie de penitencia.
Fue una época de crecimiento demográfico y de cambios globales en la sociedad.
Las ciudades se expandieron y se creó una nueva división de poderes.
Muchos pobres se quedaron atrás y sentían que no encajaban.
Los Eremitas y anacoretas se auto marginaban a sí mismos.
La diferencia es que los primeros solían regresar a la sociedad después de un tiempo.
Las emparedadas o muradas tenían prohibido mantener mucho contacto con el exterior.
Sólo el justo o imprescindible.
Al hablar menos con las personas, dedicaban la mayor parte de su día a dialogar con Dios.
Estas personas solitarias permanecían en sus celdas, encerradas.
El proceso comenzaba cuando un sacerdote les leía los ritos de la muerte.
Los salmos que se recitaban durante las misas funerarias.
Algunas de las celdas incluían la propia tumba excavada de las muradas.
Para recordarles que tenían que meditar y rezar en su propia mortalidad.
En el Reino Unido se las denominó ‘las ancladas’.
Para ello, una mujer tenía que presentar una solicitud al obispo local.
Hubo varias guías medievales donde detallaban los pasos a seguir.
Las Revelaciones de Julian de Norwich es el único escrito que se conserva, narrado en primera persona por una murada o anclada.
La guía medieval recomendaba que las celdas debían tener entre 2 y 4 metros cuadrados.
Por supuesto, estarían tapiadas.
Y sólo podía haber una rendija o una ventana a través de la cual recibirían la comida o la bebida.
Muchos dependieron de la caridad pública.
Algunos acabaron siendo olvidados y murieron en esa tumba en vida.
Los anacoretas seguían estos 6 principios: clausura, castidad, ortodoxia, ascetismo, experiencia contemplativa y soledad.
Las guías medievales les animaban a seguir este enclaustramiento para evitar los peligros espirituales del mundo exterior.
Como curiosidad, las emparedadas podían contar un una mascota, normalmente con un gato.
El caso es que estas reclusas voluntarias fueron apreciadas por su santidad, sabiduría o sus poderes curativos.
Aún se conserva la celda de Astorga en España.
Testimonio de que el espacio fue mínimo pero su fe fue inmensa.
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