Escuchar "Mel Fisher el caza tesoros que encontró el pecio más valioso: El galeón español Atocha."
Síntesis del Episodio
Mel Fisher el caza tesoros que encontró el pecio más valioso: El galeón español Atocha.
En 1622 un galeón español, cargado de metales preciosos, intenta desesperadamente, regresar a España.
Pero se enfrenta a un clima helado y tormentoso.
De pronto, se topa con un huracán en el estrecho de Florida.
Nuestra Señora de Atocha se hunde en cuestión de minutos.
Las olas destrozaron su mástil y arrancaron el timón.
Aquella noche se perdió un tesoro valorado en 500 millones de dólares.
Durante más de tres siglos, nadie pudo localizar aquel naufragio.
Hasta que unos caza tesoros americanos emprendieron la mayor búsqueda marítima de la historia.
Al frente de esta expedición, estaba Mel Fisher.
La tragedia tuvo lugar en los Cayos de Florida, una cadena de islas que se extienden a 300 kilómetros.
Primero, el Atocha encalló en un arrecife poco profundo.
Unas semanas después, otro huracán lo destrozó.
Sus restos se desperdigaron por el fondo del océano.
El manifiesto de carga decía lo siguiente: 50 arcas repletas de monedas, 150 lingotes de oro y mil barras de plata.
Mel Fisher y su familia se propusieron encontrarlo.
Se subieron a bordo de un barco con detectores de metales y recorrieron incontables millas por el océano.
El historiador Eugene Lyon rastreó en los archivos de Sevilla y halló un documento olvidado.
El documento reveló que intentaron buscar los restos del Atocha, apenas cuatro años después de su naufragio.
Y apuntaba el lugar en el que lo divisaron.
Mel y su equipo se situaron justo en esa zona indicada.
El agua era turbia, sin visibilidad, lo que dificultaba la inmersión.
Así que emplearon un sistema ingenioso: unos grandes tubos que expulsaban agua clara del motor al fondo.
De esta manera, los buzos pudieron desenterrar los objetos escondidos durante siglos en esas arenas.
En 1971 encontraron un ancla enorme.
Una señal de que estaban cerca del Atocha.
Le sucedieron, unas copas, espadas, balas de cañón y unos clavos de hierro.
El equipo trazó un mapa de círculos con cada hallazgo.
Pasaron dos años sin dar con el objetivo.
Fisher casi se arruina en esa tensa espera.
En 1973 sacaron tres enormes lingotes de plata y un alijo de monedas.
Su valor superaba los 100.000 dólares y eran auténticas.
Tuvieron que vender monedas restauradas para financiar el resto de la expedición.
Fisher fue a juicio contra el estado de Florida.
Después de luchar durante 8 años, les ganó.
Pago un alto precio.
Tres tripulantes de su barco, incluido su hijo, murieron.
Finalmente, en 1985, un radar detectó un eco metálico gigante.
Dos buzos descendieron y uno de ellos, se desvió unos metros, por intuición.
De pronto, lo vieron.
Ante sus ojos había un casco de 25 metros de largo sobre montones de lingotes de plata.
Con cofres repletos de monedas y barras de oro que brillaban como estrellas bajo el mar.
Lo habían conseguido.
Tras 16 años de búsqueda, el sueño de Mel Fisher se había cumplido.
Cazar el mayor hallazgo de un naufragio en la historia.
Entre los restos recuperados destacan:
Una esmeralda del tamaño de un pulgar, valorada en más de 800.000 dólares.
Otra, aún más valiosa, con un precio superior al millón de dólares.
Más de 2.000 esmeraldas sin tallar que hacían honor a la leyenda de este naufragio.
Un secreto guardado durante siglos por el silencio del fondo marino.
Aquel día de 1985, la historia de los caza tesoros cambió para siempre.
Por desgracia muchos de estos tesoros terminaron siendo vendidos en tiendas, subastas o negocios online en Florida.
Se trata de tesoros subacuáticos expoliados de varios países.
Cuando se hundió el Atocha, Estados Unidos ni siquiera existía como nación en 1622.
De hecho, Florida todavía pertenecía a España.
Mel Fisher comenzó esta búsqueda en 1969 y la concluyó en 1985 bajo el amparo de las autoridades locales.
La mayoría de los tesoros recuperados se subastaron en Nueva York en lugar de devolverlos a un museo español.
Un funcionario del gobierno de Felipe González en 1988 participó en la subasta y pagó 250.000 dólares.
Los objetos que adquirió se exponen hoy en el Museo de América de Madrid.
A día de hoy, las casas de subastas y negocios online de Estados Unidos acogen estas ventas con total impunidad.
La clave está en que no especifican el origen de esos objetos para que la ley no intervenga.
En Europa, todo esto estaría prohibido.
Según la Unesco, el patrimonio cultural subacuático debe de formar parte del patrimonio de la humanidad.
Y no se puede ni comprar ni vender.
El precio de estas piezas rescatadas no depende de su composición, sino de su historia.
80 países han ratificado este acuerdo de la Unesco, pero Estados Unidos no se encuentra entre ellos.
La Unesco promueve la conservación in situ de los pecios sumergidos.
Y rechaza la arqueología con fines lucrativos.
En Cádiz también hay unos cuantos pecios y se conserva todo, en su lugar.
Desde un trozo de ánfora hasta monedas de oro.
No siempre es buena idea extraer los tesoros subacuáticos.
Ya que con el tiempo se crea una situación de ósmosis que provoca el deterioro inmediato de los objetos sumergidos, cuando salen a la superficie.
En 1622 un galeón español, cargado de metales preciosos, intenta desesperadamente, regresar a España.
Pero se enfrenta a un clima helado y tormentoso.
De pronto, se topa con un huracán en el estrecho de Florida.
Nuestra Señora de Atocha se hunde en cuestión de minutos.
Las olas destrozaron su mástil y arrancaron el timón.
Aquella noche se perdió un tesoro valorado en 500 millones de dólares.
Durante más de tres siglos, nadie pudo localizar aquel naufragio.
Hasta que unos caza tesoros americanos emprendieron la mayor búsqueda marítima de la historia.
Al frente de esta expedición, estaba Mel Fisher.
La tragedia tuvo lugar en los Cayos de Florida, una cadena de islas que se extienden a 300 kilómetros.
Primero, el Atocha encalló en un arrecife poco profundo.
Unas semanas después, otro huracán lo destrozó.
Sus restos se desperdigaron por el fondo del océano.
El manifiesto de carga decía lo siguiente: 50 arcas repletas de monedas, 150 lingotes de oro y mil barras de plata.
Mel Fisher y su familia se propusieron encontrarlo.
Se subieron a bordo de un barco con detectores de metales y recorrieron incontables millas por el océano.
El historiador Eugene Lyon rastreó en los archivos de Sevilla y halló un documento olvidado.
El documento reveló que intentaron buscar los restos del Atocha, apenas cuatro años después de su naufragio.
Y apuntaba el lugar en el que lo divisaron.
Mel y su equipo se situaron justo en esa zona indicada.
El agua era turbia, sin visibilidad, lo que dificultaba la inmersión.
Así que emplearon un sistema ingenioso: unos grandes tubos que expulsaban agua clara del motor al fondo.
De esta manera, los buzos pudieron desenterrar los objetos escondidos durante siglos en esas arenas.
En 1971 encontraron un ancla enorme.
Una señal de que estaban cerca del Atocha.
Le sucedieron, unas copas, espadas, balas de cañón y unos clavos de hierro.
El equipo trazó un mapa de círculos con cada hallazgo.
Pasaron dos años sin dar con el objetivo.
Fisher casi se arruina en esa tensa espera.
En 1973 sacaron tres enormes lingotes de plata y un alijo de monedas.
Su valor superaba los 100.000 dólares y eran auténticas.
Tuvieron que vender monedas restauradas para financiar el resto de la expedición.
Fisher fue a juicio contra el estado de Florida.
Después de luchar durante 8 años, les ganó.
Pago un alto precio.
Tres tripulantes de su barco, incluido su hijo, murieron.
Finalmente, en 1985, un radar detectó un eco metálico gigante.
Dos buzos descendieron y uno de ellos, se desvió unos metros, por intuición.
De pronto, lo vieron.
Ante sus ojos había un casco de 25 metros de largo sobre montones de lingotes de plata.
Con cofres repletos de monedas y barras de oro que brillaban como estrellas bajo el mar.
Lo habían conseguido.
Tras 16 años de búsqueda, el sueño de Mel Fisher se había cumplido.
Cazar el mayor hallazgo de un naufragio en la historia.
Entre los restos recuperados destacan:
Una esmeralda del tamaño de un pulgar, valorada en más de 800.000 dólares.
Otra, aún más valiosa, con un precio superior al millón de dólares.
Más de 2.000 esmeraldas sin tallar que hacían honor a la leyenda de este naufragio.
Un secreto guardado durante siglos por el silencio del fondo marino.
Aquel día de 1985, la historia de los caza tesoros cambió para siempre.
Por desgracia muchos de estos tesoros terminaron siendo vendidos en tiendas, subastas o negocios online en Florida.
Se trata de tesoros subacuáticos expoliados de varios países.
Cuando se hundió el Atocha, Estados Unidos ni siquiera existía como nación en 1622.
De hecho, Florida todavía pertenecía a España.
Mel Fisher comenzó esta búsqueda en 1969 y la concluyó en 1985 bajo el amparo de las autoridades locales.
La mayoría de los tesoros recuperados se subastaron en Nueva York en lugar de devolverlos a un museo español.
Un funcionario del gobierno de Felipe González en 1988 participó en la subasta y pagó 250.000 dólares.
Los objetos que adquirió se exponen hoy en el Museo de América de Madrid.
A día de hoy, las casas de subastas y negocios online de Estados Unidos acogen estas ventas con total impunidad.
La clave está en que no especifican el origen de esos objetos para que la ley no intervenga.
En Europa, todo esto estaría prohibido.
Según la Unesco, el patrimonio cultural subacuático debe de formar parte del patrimonio de la humanidad.
Y no se puede ni comprar ni vender.
El precio de estas piezas rescatadas no depende de su composición, sino de su historia.
80 países han ratificado este acuerdo de la Unesco, pero Estados Unidos no se encuentra entre ellos.
La Unesco promueve la conservación in situ de los pecios sumergidos.
Y rechaza la arqueología con fines lucrativos.
En Cádiz también hay unos cuantos pecios y se conserva todo, en su lugar.
Desde un trozo de ánfora hasta monedas de oro.
No siempre es buena idea extraer los tesoros subacuáticos.
Ya que con el tiempo se crea una situación de ósmosis que provoca el deterioro inmediato de los objetos sumergidos, cuando salen a la superficie.
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