Escuchar "Hennig Brand el alquimista que intentó convertir el pis en oro y acabó aislando el fósforo"
Síntesis del Episodio
Hennig Brand el alquimista que intentó convertir el pis en oro y acabó aislando el fósforo.
Los vecinos se quejaban del hedor que emanaba de su sótano.
Hennig Brand trabajaba en su laboratorio.
Durante semanas ha estado hirviendo orina.
Según una receta alquímica, se supone que podía transformar el oro de los riñones en otro verdadero.
Pero lo que destila no es oro, sino una sustancia misteriosa.
Brilla en la oscuridad con una luz fantasmal y arde al contacto con el aire.
No es oro todo lo que reluce.
Sin darse cuenta, Brand fue el primero en aislar un elemento químico puro anticipándose a la ciencia moderna.
Brand no era un charlatán, sino un espíritu curioso, un interesado por las ideas científicas de su época, el siglo 17.
Brand nació hacia 1630 en una familia de comerciantes hamburgueses.
Pronto se interesaría por la alquimia.
Su primera esposa, Margaretha aportó una gran dote al matrimonio.
Y él la uso para invertir en su equipo de laboratorio.
En retortas de vidrio importadas de Venecia, hornos de ladrillo refractario o en balanzas de precisión.
Margaretha murió en 1666.
Brand había gastado toda su fortuna en perseguir la transmutación alquímica.
Al poco, Brand conoció a su segunda mujer, Anna, la hija de un acaudalado cervecero.
Juntos, emprenderían el experimento más maloliente de la historia, con resultados inesperados.
El oro es amarillo y la orina también.
Brand se propuso recolectar suficiente orina como para destilar sus virtudes doradas.
Para recolectarla, instaló receptáculos en barracones militares, en tabernas y otros lugares.
Tuvo que transportar 5.500 litros de orina fresca hacia su laboratorio.
Para conservarla, añadió sal marina, así prevenía la putrefacción.
Brand desarrolló el siguiente proceso:
Primero, dejó fermentar la orina durante semanas, hasta que percibía un olor intenso.
Fruto de la conversión de la urea en amoniaco mediante bacterias.
Luego, iba destilando, repetidamente, ese líquido nauseabundo.
Los residuos sólidos concentrados consistían en una pasta.
Brand la sometió a altas temperaturas.
Tras unos meses, de las cinco toneladas de pis apenas quedaban dos litros de residuo concentrado.
Con la consistencia de una papilla.
Brand observó como aquel mejunje borboteaba en el horno.
Aún seguía esperando el milagro de la transmutación en oro.
Al final, obtuvo unos 120 gramos de una sustancia blanquecina y cerosa.
Aquel residuo se enfrió.
Tras la decepción inicial del alquimista, comprobó que la sustancia brillaba en la oscuridad.
Con una luz de color verde-azulado que parecía emanar de su interior.
Hoy en día sabemos que fue la oxidación lenta del fósforo blanco al exponerse al oxígeno del aire.
Un proceso que libera energía en forma de luz visible.
Brand se dio cuenta de que cuando exponía pequeñas cantidades de esa sustancia al aire, se inflamaba espontáneamente, con llamas brillantes.
Produciendo un humo denso.
No era oro lo que relucía, pero aquella sustancia era útil para encender el fuego.
Y sólo hacía falta raspar una pequeña cantidad.
Acababa de inventar las cerillas.
Brand guardó el resultado de este hallazgo en secreto.
Y trató de venderlo por una suma que le devolviera una parte de la fortuna que se había gastado.
Decidió usar de intermediario a Johann Daniel Kraft.
Un comerciante alemán que vendía fórmulas para vidrios de colores, tintes y demás.
Brand le vendió todo aquel proceso hasta dar con las cerillas por 200 táleros.
Y pudo sufragar una gran parte de sus deudas.
En aquella época ni se hacían patentes ni se protegía la propiedad intelectual.
Más tarde, Kraft comercializó el fósforo en las cortes europeas.
A partir de Kraft, Robert Boyle, un filósofo natural inglés, conoció el secreto del fósforo.
Y reprodujo el proceso de Brand, mejorándolo y publicándolo de manera que otros investigadores pudieran replicarlo.
En 1680 Boyle publicó un tratado, describiendo la producción del fósforo.
Desmenuzando sus propiedades.
Sentando el precedente de lo que hoy serían las publicaciones científicas abiertas.
El fósforo está en la esencia de la vida.
Cada molécula de ADN es como una escalera de caracol.
Donde los peldaños están hechos de bases nitrogenadas.
Y la barandilla que mantiene toda la estructura unida está hecha de grupos de fosfato.
La batería de todas las células vivas, funciona gracias a los enlaces de fósforo, que se rompen, para liberar energía.
El fósforo es uno de los elementos indispensables de nuestra civilización.
La agricultura moderna depende de él.
Los fertilizantes fosfatados alimentan a más de la mitad de la población mundial.
Y todo por culpa de un descubrimiento de chiripa.
De un alquimista que trató de obtener oro del pis.
Y acabó encendiendo una nueva llama para la futura ciencia moderna.
Los vecinos se quejaban del hedor que emanaba de su sótano.
Hennig Brand trabajaba en su laboratorio.
Durante semanas ha estado hirviendo orina.
Según una receta alquímica, se supone que podía transformar el oro de los riñones en otro verdadero.
Pero lo que destila no es oro, sino una sustancia misteriosa.
Brilla en la oscuridad con una luz fantasmal y arde al contacto con el aire.
No es oro todo lo que reluce.
Sin darse cuenta, Brand fue el primero en aislar un elemento químico puro anticipándose a la ciencia moderna.
Brand no era un charlatán, sino un espíritu curioso, un interesado por las ideas científicas de su época, el siglo 17.
Brand nació hacia 1630 en una familia de comerciantes hamburgueses.
Pronto se interesaría por la alquimia.
Su primera esposa, Margaretha aportó una gran dote al matrimonio.
Y él la uso para invertir en su equipo de laboratorio.
En retortas de vidrio importadas de Venecia, hornos de ladrillo refractario o en balanzas de precisión.
Margaretha murió en 1666.
Brand había gastado toda su fortuna en perseguir la transmutación alquímica.
Al poco, Brand conoció a su segunda mujer, Anna, la hija de un acaudalado cervecero.
Juntos, emprenderían el experimento más maloliente de la historia, con resultados inesperados.
El oro es amarillo y la orina también.
Brand se propuso recolectar suficiente orina como para destilar sus virtudes doradas.
Para recolectarla, instaló receptáculos en barracones militares, en tabernas y otros lugares.
Tuvo que transportar 5.500 litros de orina fresca hacia su laboratorio.
Para conservarla, añadió sal marina, así prevenía la putrefacción.
Brand desarrolló el siguiente proceso:
Primero, dejó fermentar la orina durante semanas, hasta que percibía un olor intenso.
Fruto de la conversión de la urea en amoniaco mediante bacterias.
Luego, iba destilando, repetidamente, ese líquido nauseabundo.
Los residuos sólidos concentrados consistían en una pasta.
Brand la sometió a altas temperaturas.
Tras unos meses, de las cinco toneladas de pis apenas quedaban dos litros de residuo concentrado.
Con la consistencia de una papilla.
Brand observó como aquel mejunje borboteaba en el horno.
Aún seguía esperando el milagro de la transmutación en oro.
Al final, obtuvo unos 120 gramos de una sustancia blanquecina y cerosa.
Aquel residuo se enfrió.
Tras la decepción inicial del alquimista, comprobó que la sustancia brillaba en la oscuridad.
Con una luz de color verde-azulado que parecía emanar de su interior.
Hoy en día sabemos que fue la oxidación lenta del fósforo blanco al exponerse al oxígeno del aire.
Un proceso que libera energía en forma de luz visible.
Brand se dio cuenta de que cuando exponía pequeñas cantidades de esa sustancia al aire, se inflamaba espontáneamente, con llamas brillantes.
Produciendo un humo denso.
No era oro lo que relucía, pero aquella sustancia era útil para encender el fuego.
Y sólo hacía falta raspar una pequeña cantidad.
Acababa de inventar las cerillas.
Brand guardó el resultado de este hallazgo en secreto.
Y trató de venderlo por una suma que le devolviera una parte de la fortuna que se había gastado.
Decidió usar de intermediario a Johann Daniel Kraft.
Un comerciante alemán que vendía fórmulas para vidrios de colores, tintes y demás.
Brand le vendió todo aquel proceso hasta dar con las cerillas por 200 táleros.
Y pudo sufragar una gran parte de sus deudas.
En aquella época ni se hacían patentes ni se protegía la propiedad intelectual.
Más tarde, Kraft comercializó el fósforo en las cortes europeas.
A partir de Kraft, Robert Boyle, un filósofo natural inglés, conoció el secreto del fósforo.
Y reprodujo el proceso de Brand, mejorándolo y publicándolo de manera que otros investigadores pudieran replicarlo.
En 1680 Boyle publicó un tratado, describiendo la producción del fósforo.
Desmenuzando sus propiedades.
Sentando el precedente de lo que hoy serían las publicaciones científicas abiertas.
El fósforo está en la esencia de la vida.
Cada molécula de ADN es como una escalera de caracol.
Donde los peldaños están hechos de bases nitrogenadas.
Y la barandilla que mantiene toda la estructura unida está hecha de grupos de fosfato.
La batería de todas las células vivas, funciona gracias a los enlaces de fósforo, que se rompen, para liberar energía.
El fósforo es uno de los elementos indispensables de nuestra civilización.
La agricultura moderna depende de él.
Los fertilizantes fosfatados alimentan a más de la mitad de la población mundial.
Y todo por culpa de un descubrimiento de chiripa.
De un alquimista que trató de obtener oro del pis.
Y acabó encendiendo una nueva llama para la futura ciencia moderna.
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