Escuchar "Los robots eróticos"
Síntesis del Episodio
Los robots eróticos
—. El futuro del sexo con robots parecía inevitable.
—. Al menos eso decía David Levy en su libro *Amor y sexo con robots*, publicado en 2008.
—. Imaginaba un mundo en el que los androides enseñarían todas las posturas del Kamasutra.
—. Un mundo en el que amar a un robot sería tan común como amar a una persona.
—. Pero casi veinte años después, algo no cuadra.
—. Las humanoides como Aria, diseñadas por Realbotix, sí han calado entre el público masculino.
—. Emulan emociones, buscan conexión… y además, son increíblemente atractivas.
—. El mercado de la tecnología sexual lo confirma: más de 30 mil millones de dólares en 2023.
—. Y se espera que supere los 100 mil millones en 2032.
—. Pero, ¿y los robots sexuales masculinos?
—. Para las mujeres, el entusiasmo no ha llegado.
—. Henry, el supuesto sexbot masculino de Realbotix, nunca pasó de ser un experimento.
—. Prometía recitar poesía y tener una buena conversación.
—. Pero en realidad era poco más que un maniquí con altavoz y genitales conectados.
—. Su propósito no era cubrir una demanda, sino silenciar críticas de sexismo.
—. Matt McMullen, creador de Realbotix, lo admitió sin rodeos: Henry no interesa al mercado.
—. Según él, las mujeres quieren compañía emocional, no relaciones sexuales con androides.
—. Y así, mientras Harmony y Solana se vendían con éxito, Henry quedaba en un rincón.
—. ¿Qué nos dice esto sobre la visión que la tecnología tiene del deseo femenino?
—. La propia web de Realbotix lo deja claro: sus androides están hechos para acompañar.
—. Pero solo hay dos modelos: mujeres jóvenes y atractivas.
—. El único androide masculino parece un jubilado sin carisma.
—. Kate Devlin, experta en IA, lo resume sin rodeos: la robótica sexual la diseñan hombres, para hombres.
—. No se trata solo de placer.
—. Es la visión masculina del deseo la que domina la industria.
—. Pere Estupinyà, autor de *La ciencia y el sexo*, lo dice claro:
—. No hay robots con pene porque no hay interés real por parte de las mujeres.
—. Los juguetes sexuales femeninos priorizan la estimulación externa, no la penetración robótica.
—. Las mujeres buscan, en muchos casos, otras formas de conexión.
—. Y si hablamos de robots, eso se traduce más en conversación y afecto que en sexo mecánico.
—. No es una regla absoluta, pero sí una tendencia generalizada.
—. Estudios recientes lo confirman:
—. Dos tercios de los hombres tendrían sexo con un robot.
—. Dos tercios de las mujeres, ni se lo plantean.
—. Lo que ellas prefieren es roboamistad, no robosexualidad.
—. ¿La razón? Podría estar en los estereotipos.
—. A Henry se le pidió recitar poemas, como si el deseo femenino fuera siempre romántico.
—. Otra vez, una idea diseñada por varones.
—. Además, la robótica sexual va lenta. Muy lenta.
—. Aunque se hable de realismo, caricias, expresiones faciales y botones emocionales…
—. Los laboratorios de Stanford, el MIT y Europa no cumplen las expectativas.
—. No hay androides tan humanos como para generar deseo auténtico.
—. Y los que se acercan, son prohibitivos, grandes, caros e incómodos de tener en casa.
—. El sexo con robots todavía no es una opción realista para la mayoría.
—. Lucía Jiménez, sexóloga de Diversual, apunta a otro factor clave: el precio.
—. Los robots sexuales no están al alcance de cualquiera.
—. Solo cuando bajen los costes y se normalice su uso, podremos saber si de verdad interesan.
—. Pero mientras tanto, seguimos en el terreno de la hipótesis.
—. Y ojo, hay otro riesgo: el efecto social.
—. Si la IA satisface todos los deseos sin oposición, desaparece la necesidad de consensuar.
—. Se puede caer en una lógica de consumo puro: tú quieres, tú tienes.
—. Y eso, trasladado a relaciones humanas, puede ser peligroso.
—. Se aprende a desear sin diálogo, sin empatía.
—. Y a ver al otro como un objeto funcional.
— Japón lleva décadas sacándole brillo al silicio.
— La revista i‑doloid vende diez mil ejemplares por número y anuncia las últimas «love dolls» como si fueran smartphones de carne sintética.
— Orient Industries presume de muñecas fabricadas en Tokio, con sensores táctiles, ojos articulados y puertos USB para susurros descargables.
— En Nagoya abrió la sucursal japonesa de Lumidolls; allí alquilan androides masculinos y femeninos para tríos bisexuales a 13 000 yenes la hora.
— Nada de capricho marginal: el sex‑tech nipón crecerá un 17 % anual y rondará los 8 600 millones de dólares en 2030.
— China va todavía más allá: fabrica el 80 % de los juguetes sexuales del planeta y han florecido «sex‑doll experience halls» en varias ciudades.
— El gigante WMDoll prevé incrementar sus ventas un 30 % en 2025 gracias a muñecas con IA conversacional y gestos faciales.
— El mercado chino de humanoides alcanzará 75 000 millones de yuanes en 2029, impulsado por centros de entrenamiento como el de Shanghái, que ya adiestra a cien robots a la vez.
— Incluso aparecieron burdeles de robots, como Love Love Happiness en Shenzhen, cerrados posteriormente por las autoridades… pero la demanda siguió viva en línea.
— En resumen, la robótica erótica es especialmente fuerte en Japón y China; allí se fabrican, se alquilan y se perfeccionan estos androides mientras Occidente aún debate si provocan miedo o morbo.
—. Olimpia Coral, impulsora de la Ley Olimpia contra la violencia digital, lo denuncia abiertamente.
—. Esta nueva industria del placer automatizado reproduce las mismas lógicas del porno violento.
—. Cosifica, deshumaniza y perpetúa abusos disfrazados de tecnología.
—. No hay cuerpos reales, pero sí las mismas narrativas de dominación.
—. Y eso, aunque se venda como libertad, es una forma más de control y explotación.
—. La revolución robótica también puede ser una trampa si no se cuestiona desde su raíz.
—. El futuro del sexo con robots parecía inevitable.
—. Al menos eso decía David Levy en su libro *Amor y sexo con robots*, publicado en 2008.
—. Imaginaba un mundo en el que los androides enseñarían todas las posturas del Kamasutra.
—. Un mundo en el que amar a un robot sería tan común como amar a una persona.
—. Pero casi veinte años después, algo no cuadra.
—. Las humanoides como Aria, diseñadas por Realbotix, sí han calado entre el público masculino.
—. Emulan emociones, buscan conexión… y además, son increíblemente atractivas.
—. El mercado de la tecnología sexual lo confirma: más de 30 mil millones de dólares en 2023.
—. Y se espera que supere los 100 mil millones en 2032.
—. Pero, ¿y los robots sexuales masculinos?
—. Para las mujeres, el entusiasmo no ha llegado.
—. Henry, el supuesto sexbot masculino de Realbotix, nunca pasó de ser un experimento.
—. Prometía recitar poesía y tener una buena conversación.
—. Pero en realidad era poco más que un maniquí con altavoz y genitales conectados.
—. Su propósito no era cubrir una demanda, sino silenciar críticas de sexismo.
—. Matt McMullen, creador de Realbotix, lo admitió sin rodeos: Henry no interesa al mercado.
—. Según él, las mujeres quieren compañía emocional, no relaciones sexuales con androides.
—. Y así, mientras Harmony y Solana se vendían con éxito, Henry quedaba en un rincón.
—. ¿Qué nos dice esto sobre la visión que la tecnología tiene del deseo femenino?
—. La propia web de Realbotix lo deja claro: sus androides están hechos para acompañar.
—. Pero solo hay dos modelos: mujeres jóvenes y atractivas.
—. El único androide masculino parece un jubilado sin carisma.
—. Kate Devlin, experta en IA, lo resume sin rodeos: la robótica sexual la diseñan hombres, para hombres.
—. No se trata solo de placer.
—. Es la visión masculina del deseo la que domina la industria.
—. Pere Estupinyà, autor de *La ciencia y el sexo*, lo dice claro:
—. No hay robots con pene porque no hay interés real por parte de las mujeres.
—. Los juguetes sexuales femeninos priorizan la estimulación externa, no la penetración robótica.
—. Las mujeres buscan, en muchos casos, otras formas de conexión.
—. Y si hablamos de robots, eso se traduce más en conversación y afecto que en sexo mecánico.
—. No es una regla absoluta, pero sí una tendencia generalizada.
—. Estudios recientes lo confirman:
—. Dos tercios de los hombres tendrían sexo con un robot.
—. Dos tercios de las mujeres, ni se lo plantean.
—. Lo que ellas prefieren es roboamistad, no robosexualidad.
—. ¿La razón? Podría estar en los estereotipos.
—. A Henry se le pidió recitar poemas, como si el deseo femenino fuera siempre romántico.
—. Otra vez, una idea diseñada por varones.
—. Además, la robótica sexual va lenta. Muy lenta.
—. Aunque se hable de realismo, caricias, expresiones faciales y botones emocionales…
—. Los laboratorios de Stanford, el MIT y Europa no cumplen las expectativas.
—. No hay androides tan humanos como para generar deseo auténtico.
—. Y los que se acercan, son prohibitivos, grandes, caros e incómodos de tener en casa.
—. El sexo con robots todavía no es una opción realista para la mayoría.
—. Lucía Jiménez, sexóloga de Diversual, apunta a otro factor clave: el precio.
—. Los robots sexuales no están al alcance de cualquiera.
—. Solo cuando bajen los costes y se normalice su uso, podremos saber si de verdad interesan.
—. Pero mientras tanto, seguimos en el terreno de la hipótesis.
—. Y ojo, hay otro riesgo: el efecto social.
—. Si la IA satisface todos los deseos sin oposición, desaparece la necesidad de consensuar.
—. Se puede caer en una lógica de consumo puro: tú quieres, tú tienes.
—. Y eso, trasladado a relaciones humanas, puede ser peligroso.
—. Se aprende a desear sin diálogo, sin empatía.
—. Y a ver al otro como un objeto funcional.
— Japón lleva décadas sacándole brillo al silicio.
— La revista i‑doloid vende diez mil ejemplares por número y anuncia las últimas «love dolls» como si fueran smartphones de carne sintética.
— Orient Industries presume de muñecas fabricadas en Tokio, con sensores táctiles, ojos articulados y puertos USB para susurros descargables.
— En Nagoya abrió la sucursal japonesa de Lumidolls; allí alquilan androides masculinos y femeninos para tríos bisexuales a 13 000 yenes la hora.
— Nada de capricho marginal: el sex‑tech nipón crecerá un 17 % anual y rondará los 8 600 millones de dólares en 2030.
— China va todavía más allá: fabrica el 80 % de los juguetes sexuales del planeta y han florecido «sex‑doll experience halls» en varias ciudades.
— El gigante WMDoll prevé incrementar sus ventas un 30 % en 2025 gracias a muñecas con IA conversacional y gestos faciales.
— El mercado chino de humanoides alcanzará 75 000 millones de yuanes en 2029, impulsado por centros de entrenamiento como el de Shanghái, que ya adiestra a cien robots a la vez.
— Incluso aparecieron burdeles de robots, como Love Love Happiness en Shenzhen, cerrados posteriormente por las autoridades… pero la demanda siguió viva en línea.
— En resumen, la robótica erótica es especialmente fuerte en Japón y China; allí se fabrican, se alquilan y se perfeccionan estos androides mientras Occidente aún debate si provocan miedo o morbo.
—. Olimpia Coral, impulsora de la Ley Olimpia contra la violencia digital, lo denuncia abiertamente.
—. Esta nueva industria del placer automatizado reproduce las mismas lógicas del porno violento.
—. Cosifica, deshumaniza y perpetúa abusos disfrazados de tecnología.
—. No hay cuerpos reales, pero sí las mismas narrativas de dominación.
—. Y eso, aunque se venda como libertad, es una forma más de control y explotación.
—. La revolución robótica también puede ser una trampa si no se cuestiona desde su raíz.
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