Escuchar "El persistente miedo a los avances tecnológicos, una constante, a lo largo de la historia"
Síntesis del Episodio
El persistente miedo a los avances tecnológicos, una constante, a lo largo de la historia.
El exceso de libros generará una sobrecarga de información.
Perjudicial para la mente del pueblo.
Eso decían algunos en el siglo 16.
Como veremos, el miedo a los avances tecnológicos ha sido una constante a lo largo de la historia.
Este nuevo invento producirá el olvido de la mente de quienes lo utilicen.
Dejarán de ejercitar la memoria y se fiarán de los signos externos.
Así lo expresó Sócrates, la primera persona documentada, en quejarse de los nuevos descubrimientos.
Según él, la escritura haría que lo olvidáramos todo porque no sería necesario memorizar nada más.
De hecho, el gran pensador fue coherente con su idea y no escribió ningún libro.
Lo que sabemos de sus pensamientos nos llegó a través de sus discípulos, sobre todo de Platón.
No fue el único.
En el siglo primero antes de Cristo, el orador Cicerón pregonaba la idea de entrenar la memoria y de evitar la escritura, siempre que fuera posible.
Sin embargo, cuentan que la memoria del propio Cicerón era lamentable.
Tenía que anotarlo casi todo, incluso hasta dónde había dejado las sandalias.
Más tarde, San Isidoro de Sevilla compiló todo el saber de su época.
Tanto es así, que en 2001, el Vaticano llegó a plantearse proclamarlo como el patrón de Internet.
Pues bien, este escritor, musicólogo, historiador y filósofo, ya advertía de lo siguiente:
La multiplicidad de libros solo trae confusión y más confusión.
Con el paso de los años, del miedo a la escritura pasamos al miedo a los libros.
La cosa no terminó ahí.
Gutenberg inventó la imprenta en el siglo 15.
Hasta entonces, los copistas y los monasterios tenían el monopolio de los libros.
De manera que su revolucionario invento supuso una amenaza directa a su oficio.
Llegaron a describir a los libros impresos como una mercancía vulgar frente a la belleza de los manuscritos.
La Iglesia católica intuyó la rapidez con la que la imprenta podría difundir pensamientos heréticos en la población.
En 1559 creó el Índice de libros prohibidos.
Para tratar de controlar qué libros se podrían leer y cuáles no.
Curiosamente, en la lista de los libros prohibidos figuró la Sagrada Biblia.
La razón es que sólo se permitía leerla en latín.
Por lo tanto, el traducir la Biblia en las lenguas del pueblo, era visto como una amenaza.
Incluso, algo más que eso.
En el siglo 16, William Tyndale la tradujo al inglés y lo pagó con su vida.
Fue quemado en 1536.
Como vemos, primero fue el miedo a la escritura, luego a los libros y de ahí evolucionó al temor a las obras salidas de la imprenta.
En 1899, un periódico estadounidense publicó este titular de impacto:
Es un contagio de podredumbre cerebral, con millones de niños incapaces de aprender nada.
Esta vez, las culpables fueron: las revistas.
La nueva amenaza mortal para la concentración infantil.
Al igual que hoy, se culpa a los móviles y a las pantallas.
Al final, las revistas formaron parte de la vida diaria de la gente junto con la prensa, los libros, la escritura y más tarde… con el televisor.
En los años 30, algunos críticos norteamericanos se metieron con la radio.
Porque perjudicaba la concentración de los niños.
Los más pequeños tenían que dividir su atención entre los ruidos que salen del altavoz y sus libros para estudiar.
En los años 50 y 60 la televisión recibió el mismo trato, una lluvia de reproches.
La prestigiosa Asociación Médica Americana alertó de que ver demasiada televisión provocaba ‘pasividad mental’.
La tele es un medio frío que convierte a los espectadores en criaturas distraídas.
En los 90, los videojuegos fueron el nuevo invento demonizado.
Los que corrompían la mente de nuestros hijos.
El persistente miedo a los avances tecnológicos continuó en el año 2010.
Nicholas Carr publicó un libro titulado: Superficiales.
Donde argumentó que: Leer libros es como bucear en aguas profundas, requiere inmersión y concentración.
Ahora con las redes sociales nos movemos en la superficie.
Saltando de un enlace a otro sin profundizar en nada.
Internet está reconfigurando nuestros cerebros, volviéndonos incapaces de concentrarnos o reflexionar.
Lo cierto es que hay varios tipos de atención y se pueden entrenar.
Tanto para ver una película, como para jugar una partida a un video juego, para leer un libro o una revista y hasta para seleccionar lo que nos interesa de las redes sociales.
Recientemente, este miedo ancestral se ha concentrado en la inteligencia artificial.
El propio Stephen Hawking advirtió que: El desarrollo de una inteligencia artificial completa podría significar el fin de la raza humana.
De manera que si una máquina es lo bastante inteligente como para mejorarse a sí misma, superará a los humanos y…ya no nos necesitará.
De nuevo, Elon Musk remató este aviso, diciendo que: Lo que estamos haciendo con la IA es invocar al demonio.
Menos mal que la mayoría de la gente no les ha hecho mucho caso y hemos seguido progresando.
O quizás hayamos llegado hasta aquí por obra del mismísimo diablo.
El exceso de libros generará una sobrecarga de información.
Perjudicial para la mente del pueblo.
Eso decían algunos en el siglo 16.
Como veremos, el miedo a los avances tecnológicos ha sido una constante a lo largo de la historia.
Este nuevo invento producirá el olvido de la mente de quienes lo utilicen.
Dejarán de ejercitar la memoria y se fiarán de los signos externos.
Así lo expresó Sócrates, la primera persona documentada, en quejarse de los nuevos descubrimientos.
Según él, la escritura haría que lo olvidáramos todo porque no sería necesario memorizar nada más.
De hecho, el gran pensador fue coherente con su idea y no escribió ningún libro.
Lo que sabemos de sus pensamientos nos llegó a través de sus discípulos, sobre todo de Platón.
No fue el único.
En el siglo primero antes de Cristo, el orador Cicerón pregonaba la idea de entrenar la memoria y de evitar la escritura, siempre que fuera posible.
Sin embargo, cuentan que la memoria del propio Cicerón era lamentable.
Tenía que anotarlo casi todo, incluso hasta dónde había dejado las sandalias.
Más tarde, San Isidoro de Sevilla compiló todo el saber de su época.
Tanto es así, que en 2001, el Vaticano llegó a plantearse proclamarlo como el patrón de Internet.
Pues bien, este escritor, musicólogo, historiador y filósofo, ya advertía de lo siguiente:
La multiplicidad de libros solo trae confusión y más confusión.
Con el paso de los años, del miedo a la escritura pasamos al miedo a los libros.
La cosa no terminó ahí.
Gutenberg inventó la imprenta en el siglo 15.
Hasta entonces, los copistas y los monasterios tenían el monopolio de los libros.
De manera que su revolucionario invento supuso una amenaza directa a su oficio.
Llegaron a describir a los libros impresos como una mercancía vulgar frente a la belleza de los manuscritos.
La Iglesia católica intuyó la rapidez con la que la imprenta podría difundir pensamientos heréticos en la población.
En 1559 creó el Índice de libros prohibidos.
Para tratar de controlar qué libros se podrían leer y cuáles no.
Curiosamente, en la lista de los libros prohibidos figuró la Sagrada Biblia.
La razón es que sólo se permitía leerla en latín.
Por lo tanto, el traducir la Biblia en las lenguas del pueblo, era visto como una amenaza.
Incluso, algo más que eso.
En el siglo 16, William Tyndale la tradujo al inglés y lo pagó con su vida.
Fue quemado en 1536.
Como vemos, primero fue el miedo a la escritura, luego a los libros y de ahí evolucionó al temor a las obras salidas de la imprenta.
En 1899, un periódico estadounidense publicó este titular de impacto:
Es un contagio de podredumbre cerebral, con millones de niños incapaces de aprender nada.
Esta vez, las culpables fueron: las revistas.
La nueva amenaza mortal para la concentración infantil.
Al igual que hoy, se culpa a los móviles y a las pantallas.
Al final, las revistas formaron parte de la vida diaria de la gente junto con la prensa, los libros, la escritura y más tarde… con el televisor.
En los años 30, algunos críticos norteamericanos se metieron con la radio.
Porque perjudicaba la concentración de los niños.
Los más pequeños tenían que dividir su atención entre los ruidos que salen del altavoz y sus libros para estudiar.
En los años 50 y 60 la televisión recibió el mismo trato, una lluvia de reproches.
La prestigiosa Asociación Médica Americana alertó de que ver demasiada televisión provocaba ‘pasividad mental’.
La tele es un medio frío que convierte a los espectadores en criaturas distraídas.
En los 90, los videojuegos fueron el nuevo invento demonizado.
Los que corrompían la mente de nuestros hijos.
El persistente miedo a los avances tecnológicos continuó en el año 2010.
Nicholas Carr publicó un libro titulado: Superficiales.
Donde argumentó que: Leer libros es como bucear en aguas profundas, requiere inmersión y concentración.
Ahora con las redes sociales nos movemos en la superficie.
Saltando de un enlace a otro sin profundizar en nada.
Internet está reconfigurando nuestros cerebros, volviéndonos incapaces de concentrarnos o reflexionar.
Lo cierto es que hay varios tipos de atención y se pueden entrenar.
Tanto para ver una película, como para jugar una partida a un video juego, para leer un libro o una revista y hasta para seleccionar lo que nos interesa de las redes sociales.
Recientemente, este miedo ancestral se ha concentrado en la inteligencia artificial.
El propio Stephen Hawking advirtió que: El desarrollo de una inteligencia artificial completa podría significar el fin de la raza humana.
De manera que si una máquina es lo bastante inteligente como para mejorarse a sí misma, superará a los humanos y…ya no nos necesitará.
De nuevo, Elon Musk remató este aviso, diciendo que: Lo que estamos haciendo con la IA es invocar al demonio.
Menos mal que la mayoría de la gente no les ha hecho mucho caso y hemos seguido progresando.
O quizás hayamos llegado hasta aquí por obra del mismísimo diablo.
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