Escuchar "Del enguarre al enjuague dental. Historia de los remedios más locos para el mal aliento"
Síntesis del Episodio
Del enguarre al enjuague dental. Historia de los remedios más locos para el mal aliento
Te cepillas los dientes después de comer.
Luego, pruebas un mentolado y fresco colutorio.
Un enjuague bucal matutino que nos hace tener buen aliento.
Sin embargo, a lo largo de nuestra historia, no siempre fue así.
En este recorrido por los experimentos de la ciencia descubrirás que la gente de otra época se metía cosas extrañas en la boca.
Y es que el deseo de tener una boca limpia y un buen aliento tiene miles de años.
Aunque los remedios para conseguirlo hayan sido extraños, inverosímiles y hasta asquerosos.
El enjuague bucal moderno apareció hacia el año 1801.
Pero hace unos 5.000 años atrás, las tradiciones ayurvédicas de la India hacían buches con aceite se sésamo con el mismo fin.
Enjuagarse la boca.
También empleaban el coco para extraer las toxinas.
En la antigua China era habitual hacer gárgaras con té y agua salada.
Por el 1.500 antes de Cristo, los egipcios mezclaban hierbas con vinagre y agua para combatir las enfermedades de las encías.
Incluso, elaboraron un polvo con cráneos de ratones.
Más tarde, los antiguos griegos y romanos llevaron esta práctica al siguiente nivel.
Hipócrates, el padre de la medicina, recomendaba un enjuague con sal, vinagre y un mineral llamado alumbre.
Ese fue el remedio para los ciudadanos más refinados.
Para el grueso de la población lo normal era meterse orina en la boca.
Sí, así fue.
En concreto, orina portuguesa.
Los romanos creían que el amoníaco de la orina tenía propiedades desinfectantes y blanqueadoras.
La demanda de orina portuguesa fue tan alta que el emperador Nerón impuso un impuesto sobre este comercio.
Otro remedio era hacer buches con sangre de tortuga varias veces.
Para prevenir el dolor de muelas.
Tras la caída del Imperio Romano, la higiene oral en Europa se desplomó.
En la Edad Media la gente mascaba hierbas, como la menta, para enmascarar el mal aliento.
Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, las culturas indígenas de América ya usaban sus propios enjuagues naturales.
A base de plantas y agua salada para paliar el dolor de garganta y aliviar las llagas.
Después de la Edad Media la gente volvió a experimentar con enjuagues de vino, vinagre y hierbas.
Empezaron a vincular el enjuague bucal con la prevención de enfermedades.
Con todo, el verdadero nacimiento del enjuague bucal moderno llegaría en el siglo 19.
De la mano del cirujano británico Joseph Lister.
Se inspiró en la teoría de los gérmenes de Louis Pasteur de 1860.
Lister introdujo el uso de antisépticos en la cirugía.
Demostró que al esterilizar el instrumental médico las infecciones se reducían y salvó incontables vidas.
El trabajo de Lister terminaría llegando a las bocas de todo el mundo.
En 1879 un químico llamado Joseph Lawrence desarrollo una fórmula con alcohol inspirada en el trabajo de Lister.
Contenía ingredientes como el eucalipto, el mentol o el timol.
Y lo bautizó como Listerine.
Como curiosidad, en origen, el Listerine no se creó como un enjuague bucal.
Se vendió como un potente antiséptico quirúrgico para esterilizar los quirófanos o limpiar heridas.
Posteriormente se promocionó para fines más diversos: desde limpia suelos hasta para un tratamiento contra la caspa.
Finalmente, en 1895 la compañía vio el filón de comercializarlo como un producto para la higiene oral.
Como hemos visto, durante muchos años el Listerine fue probado en los suelos y en el pelo antes de acabar en la boca.
En los años 20 tuvo lugar una brillante campaña publicitaria de la familia Lambert.
Los nuevos propietarios de la firma Listerine.
La gente no veía el mal aliento como un gran problema hasta que el marketing les hizo cambiar de opinión.
Los publicistas rescataron el término médico ‘halitosis’ para referirse al mal aliento.
En sus anuncios exageraron los problemas causados por el mal olor en la boca.
Podía arruinarte en el amor, en la amistad o en el éxito profesional.
Y la solución, claro está, era el Listerine.
La campaña fue un éxito inmediato.
La empresa incrementó sus ingresos y empezó a ganar millones de dólares en pocos años.
Convencieron al mundo de que el mal aliento tenía solución.
El éxito arrollador de Listerine dio origen a la industria moderna del enjuague bucal.
Y de ahí evolucionó.
De disimular el mal olor pasó a anunciar otros beneficios médicos para los clientes.
Con los años llegarían los enjuagues con flúor para las caries.
Y otras fórmulas específicas contra la placa, la gingivitis o la sensibilidad dental.
Surgieron nuevas versiones sin alcohol, dirigidas a personas con la boca seca.
La industria recorrió un largo camino desde aquel antiséptico quirúrgico vendido como una cura social.
Fue una campaña que cambió la forma en la que percibimos nuestro cuerpo.
En resumen, la historia del enjuague bucal es un viaje alocado.
En este caso la publicidad no nos entró por los ojos.
Nos metieron el marketing hasta por la boca.
Del enguarre al enjuague esta es la historia de una alquimia social, un marketing efectivo y un triunfo de la ciencia.
Te cepillas los dientes después de comer.
Luego, pruebas un mentolado y fresco colutorio.
Un enjuague bucal matutino que nos hace tener buen aliento.
Sin embargo, a lo largo de nuestra historia, no siempre fue así.
En este recorrido por los experimentos de la ciencia descubrirás que la gente de otra época se metía cosas extrañas en la boca.
Y es que el deseo de tener una boca limpia y un buen aliento tiene miles de años.
Aunque los remedios para conseguirlo hayan sido extraños, inverosímiles y hasta asquerosos.
El enjuague bucal moderno apareció hacia el año 1801.
Pero hace unos 5.000 años atrás, las tradiciones ayurvédicas de la India hacían buches con aceite se sésamo con el mismo fin.
Enjuagarse la boca.
También empleaban el coco para extraer las toxinas.
En la antigua China era habitual hacer gárgaras con té y agua salada.
Por el 1.500 antes de Cristo, los egipcios mezclaban hierbas con vinagre y agua para combatir las enfermedades de las encías.
Incluso, elaboraron un polvo con cráneos de ratones.
Más tarde, los antiguos griegos y romanos llevaron esta práctica al siguiente nivel.
Hipócrates, el padre de la medicina, recomendaba un enjuague con sal, vinagre y un mineral llamado alumbre.
Ese fue el remedio para los ciudadanos más refinados.
Para el grueso de la población lo normal era meterse orina en la boca.
Sí, así fue.
En concreto, orina portuguesa.
Los romanos creían que el amoníaco de la orina tenía propiedades desinfectantes y blanqueadoras.
La demanda de orina portuguesa fue tan alta que el emperador Nerón impuso un impuesto sobre este comercio.
Otro remedio era hacer buches con sangre de tortuga varias veces.
Para prevenir el dolor de muelas.
Tras la caída del Imperio Romano, la higiene oral en Europa se desplomó.
En la Edad Media la gente mascaba hierbas, como la menta, para enmascarar el mal aliento.
Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, las culturas indígenas de América ya usaban sus propios enjuagues naturales.
A base de plantas y agua salada para paliar el dolor de garganta y aliviar las llagas.
Después de la Edad Media la gente volvió a experimentar con enjuagues de vino, vinagre y hierbas.
Empezaron a vincular el enjuague bucal con la prevención de enfermedades.
Con todo, el verdadero nacimiento del enjuague bucal moderno llegaría en el siglo 19.
De la mano del cirujano británico Joseph Lister.
Se inspiró en la teoría de los gérmenes de Louis Pasteur de 1860.
Lister introdujo el uso de antisépticos en la cirugía.
Demostró que al esterilizar el instrumental médico las infecciones se reducían y salvó incontables vidas.
El trabajo de Lister terminaría llegando a las bocas de todo el mundo.
En 1879 un químico llamado Joseph Lawrence desarrollo una fórmula con alcohol inspirada en el trabajo de Lister.
Contenía ingredientes como el eucalipto, el mentol o el timol.
Y lo bautizó como Listerine.
Como curiosidad, en origen, el Listerine no se creó como un enjuague bucal.
Se vendió como un potente antiséptico quirúrgico para esterilizar los quirófanos o limpiar heridas.
Posteriormente se promocionó para fines más diversos: desde limpia suelos hasta para un tratamiento contra la caspa.
Finalmente, en 1895 la compañía vio el filón de comercializarlo como un producto para la higiene oral.
Como hemos visto, durante muchos años el Listerine fue probado en los suelos y en el pelo antes de acabar en la boca.
En los años 20 tuvo lugar una brillante campaña publicitaria de la familia Lambert.
Los nuevos propietarios de la firma Listerine.
La gente no veía el mal aliento como un gran problema hasta que el marketing les hizo cambiar de opinión.
Los publicistas rescataron el término médico ‘halitosis’ para referirse al mal aliento.
En sus anuncios exageraron los problemas causados por el mal olor en la boca.
Podía arruinarte en el amor, en la amistad o en el éxito profesional.
Y la solución, claro está, era el Listerine.
La campaña fue un éxito inmediato.
La empresa incrementó sus ingresos y empezó a ganar millones de dólares en pocos años.
Convencieron al mundo de que el mal aliento tenía solución.
El éxito arrollador de Listerine dio origen a la industria moderna del enjuague bucal.
Y de ahí evolucionó.
De disimular el mal olor pasó a anunciar otros beneficios médicos para los clientes.
Con los años llegarían los enjuagues con flúor para las caries.
Y otras fórmulas específicas contra la placa, la gingivitis o la sensibilidad dental.
Surgieron nuevas versiones sin alcohol, dirigidas a personas con la boca seca.
La industria recorrió un largo camino desde aquel antiséptico quirúrgico vendido como una cura social.
Fue una campaña que cambió la forma en la que percibimos nuestro cuerpo.
En resumen, la historia del enjuague bucal es un viaje alocado.
En este caso la publicidad no nos entró por los ojos.
Nos metieron el marketing hasta por la boca.
Del enguarre al enjuague esta es la historia de una alquimia social, un marketing efectivo y un triunfo de la ciencia.
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