Verdad: El templo, siendo un lugar de oración y encuentro con Dios, se ha convertido en cueva de bandidos, comerciantes de lo sagrado. Y Jesús, que no tolera este tipo de actitudes, no tanto por lo material, sino por la explotación que se da alrededor del mismo en nombre de Dios, desvirtuando el verdadero sentido del culto y la religión en los más sencillos, reacciona violentamente, buscando despertar la conciencia de las personas que presencian el evento, y lo que logra es ahondar más el desprecio de las autoridades judías, que deciden terminar con su vida de una vez por todas. Como cristianos, más allá de las consecuencias, debemos actuar con firmeza para llamar la atención de quienes, por temor, pasividad o indiferencia, cierran los ojos y no reaccionan frente a la injusticia, la explotación y el abuso. Esto no pasaba sólo en tiempos de Jesús; también hoy –directa o indirectamente– somos tolerantes, cómplices y encubridores de acciones que atentan contra la dignidad de las personas, su libertad, sus derechos fundamentales y su religión. Jesús, con su actitud de defender el templo como “casa de oración”, nos invita a tributar a Dios un culto auténtico y sincero en el templo de nuestro ser, si es necesario “derribando” todo aquello que impide tal objetivo. Defender la justicia puede resultar dulce al paladar, pero sus consecuencias, sin duda, nos amargará las entrañas.

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