El 3 de septiembre de 2020 vio la luz uno de los discos más complejos (a todos los niveles, además) en los que me he sumergido nunca. Desde su milimetrado hilo argumental, pasando por su meticulosa producción y sonido, hasta la inmensa huella que deja en quién lo escucha, es un viaje increíble. En El camino que no me llevó a Roma se pasa de la oscuridad más aterradora hasta la sanación más íntima. Una odisea que todxs hemos recorrido, estamos en medio de ella o la emprenderemos pronto. En mi caso, cuando esta obra de arte llegó a mis oídos, ya había encontrado mi propio San Pedro hace algún tiempo. Y aunque es cierto que una vez alcanzas ese destino es muy difícil volver a perderte, siempre regresan esos pequeños momentos en los que te falta el aire. Por todo ello, me pareció un buen ejercicio resumir, desde el máximo respeto y admiración, lo que este álbum me transmitía personalmente, y hacerlo de la mejor manera que sé. Un año más tarde tuve la oportunidad de agradecerle a Bely Basarte el provocarme un llanto tan bonito. Ese que me dice que, a pesar de aquellas noches en las que la luz brilla con menos fuerza, he hecho las paces conmigo.Si te quedas a escucharme, hazte un favor y busca su música, porque en ella también podrás hallarte a ti.

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