Escuchar "Sabado de la Semana Once del Tiempo Ordinario, Año Par. Lecturas Biblicas"
Síntesis del Episodio
• 2Cro 24, 17-25. Zacarías, al que matasteis entre el santuario y el altar.
• Sal 88. Le mantendré eternamente mi favor.
• Mt 6, 24-34. No os agobiéis por el mañana.
CONFESION QUE CONDUCE AL HOMBRE INTERIOR A LA HUMILDAD
Volviendo la mirada atentamente sobre mí mismo, y observando el curso de mi estado interior, he comprobado por experiencia que no amo a Dios, que no amo a mis semejantes, que no tengo fe, y que estoy lleno de orgullo y de sensualidad. Todo esto lo descubro realmente en mí como resultado del examen minucioso de mis sentimientos y de mi conducta, de este modo:
3. No tengo fe. -Ni en la inmortalidad ni en el Evangelio. Si estuviera firmemente persuadido y creyese sin ninguna duda que más allá de la tumba se encuentra la vida eterna y la recompensa por las acciones de esta vida, pensaría en ello continuamente. La idea misma de la inmortalidad me aterraría, y haría que me condujese en esta vida como un extranjero que se dispone a penetrar en su tierra natal. Por el contrario, ni siquiera pienso en la eternidad, y veo el fin de esta vida terrena como el limite de mi existencia. Y esta secreta idea anida en mi interior: "¿Quién sabe lo que ocurre a la muerte?" Si digo que creo en la inmortalidad, hablo entonces sólo por mi entendimiento, pues mi corazón está muy lejos de una firme convicción de ello. Esto lo atestiguan abiertamente mi conducta y mi continua solicitud en dar satisfacción a la vida de los sentidos. Si mi corazón acogiese con fe el Santo Evangelio como la Palabra de Dios, yo estaría ocupado continuamente con él, lo estudiaría, hallaría deleite en él y pondría con toda devoción mi atención en él. En él se ocultan la sabiduría, la clemencia y el amor; él me llevaría a la felicidad, y yo encontraría gran gozo en estudiar la Ley de Dios día y noche. En él encontraría yo alimento, como mi pan cotidiano, y mi corazón sería movido a guardar sus leyes. Nada en el mundo sería lo bastante fuerte como para apartarme de él. Por el contrario, si de vez en cuando leo o escucho la Palabra de Dios, es tan sólo por necesidad o por un interés general por el saber, y al no prestarle una atención estrecha, la encuentro sosa y sin ningún interés. Por lo general, llego al término de la lectura sin sacar ningún provecho, y más que dispuesto a cambiar a una lectura mundana, en la que obtengo mayor placer y encuentro temas nuevos e interesantes.
• Sal 88. Le mantendré eternamente mi favor.
• Mt 6, 24-34. No os agobiéis por el mañana.
CONFESION QUE CONDUCE AL HOMBRE INTERIOR A LA HUMILDAD
Volviendo la mirada atentamente sobre mí mismo, y observando el curso de mi estado interior, he comprobado por experiencia que no amo a Dios, que no amo a mis semejantes, que no tengo fe, y que estoy lleno de orgullo y de sensualidad. Todo esto lo descubro realmente en mí como resultado del examen minucioso de mis sentimientos y de mi conducta, de este modo:
3. No tengo fe. -Ni en la inmortalidad ni en el Evangelio. Si estuviera firmemente persuadido y creyese sin ninguna duda que más allá de la tumba se encuentra la vida eterna y la recompensa por las acciones de esta vida, pensaría en ello continuamente. La idea misma de la inmortalidad me aterraría, y haría que me condujese en esta vida como un extranjero que se dispone a penetrar en su tierra natal. Por el contrario, ni siquiera pienso en la eternidad, y veo el fin de esta vida terrena como el limite de mi existencia. Y esta secreta idea anida en mi interior: "¿Quién sabe lo que ocurre a la muerte?" Si digo que creo en la inmortalidad, hablo entonces sólo por mi entendimiento, pues mi corazón está muy lejos de una firme convicción de ello. Esto lo atestiguan abiertamente mi conducta y mi continua solicitud en dar satisfacción a la vida de los sentidos. Si mi corazón acogiese con fe el Santo Evangelio como la Palabra de Dios, yo estaría ocupado continuamente con él, lo estudiaría, hallaría deleite en él y pondría con toda devoción mi atención en él. En él se ocultan la sabiduría, la clemencia y el amor; él me llevaría a la felicidad, y yo encontraría gran gozo en estudiar la Ley de Dios día y noche. En él encontraría yo alimento, como mi pan cotidiano, y mi corazón sería movido a guardar sus leyes. Nada en el mundo sería lo bastante fuerte como para apartarme de él. Por el contrario, si de vez en cuando leo o escucho la Palabra de Dios, es tan sólo por necesidad o por un interés general por el saber, y al no prestarle una atención estrecha, la encuentro sosa y sin ningún interés. Por lo general, llego al término de la lectura sin sacar ningún provecho, y más que dispuesto a cambiar a una lectura mundana, en la que obtengo mayor placer y encuentro temas nuevos e interesantes.