Escuchar "Aquí no más"
Síntesis del Episodio
INVITACIONES AL TANGO – RELATOS CON TÍTULOS DE TANGOS.
Título: Aquí no más (Tango de Héctor Stamponi y Cátulo Castillo)
Piano, texto y voz: Jorge Rodolfo Altmann [Música de Armando Pontier (tango). Tabaco (tango romanza)]
Versión final: Aquí nomás (tango). Canta Tita Merello con acompañamiento de orquesta.
Debía apurarme porque casi era la hora de clase y algo dentro de mí se resistía...
No podía ni quería, en ese momento, ser profesor... me lo debía y hace tiempo que me debo.
Como en el juego de las escondidas...
Sí, mi soledad, como en una esquina de frío. Estío de bronce y de perro ausente... cenizas de cigarro tiradas al fango del pozo pretencioso de vereda... aroma, de jacinto marchito, en una tarde muda... de esas... de nostalgia... escenario vacío con tristezas templadas... lágrimas de Plaza Italia rodando y disolviendo en contramano el asfalto de la calle que la bordea de oeste a este... rodilleras de músico bohemio gastadas de fueye...
De ahí, no sé por qué, pero de ahí partí... ¡parto! Mejor así, en presente... ¡parto! Porque sigo partiendo.
Parto con mi cuaderno de notas, libros, calculadora y apuntes de ciencia como un pintor sin acuarelas, caminando cabizbajo, en contra del viento norte, por la vereda del este de la calle más arbolada... dinámico y esculpido a golpes de martillo sobre un cincel oxidado dibujo, perdiendo en los compases la noción de tiempo, figuras y silencios en el pentagrama que envuelve el musgo de la acera de ladrillos.
Sí, mi soledad, la calle se ve cada vez más vacía.
Acaso... ¿no dije que camino, rumbo al norte, por la calle más arbolada? Y lo hago tan ligero y desabrigado que, entrando al agujero del túnel de las épocas, escucho... Oigo, más bien de atrás, medio confundido el griterío de pibes zambulléndose en la pileta de la plaza... y por mi costado izquierdo ausente de paredes, pasan unas formas raras de pintura y solvente, amalgamada con gorriones hollinados, bocinazos y poca gente...
Sí, mi soledad, la calle está vacía de aquí no más.
Como el tango, ¿viste?
Distinto, pero igual...
No le hagas caso, en todo caso, a mis duendes cuando camino mi camino sin caminos; ni le des importancia cuando entran sin haber entradas, ni siquiera cuando salen sin hallar salidas... porque, increíblemente, entran y salen...
Y allá, mirá, fijáte... ¿no ves?, no son fantasmas...
Son...
Perdonáme si uso tu tiempo confundiendo mi tiempo con nuestro tiempo...
¿Ves que rápido, mi soledad, llegamos a la esquina de la escuela?...
¡Sí!...
Ahí están los tres, conversando igual que antes, como en los buenos tiempos... Moisés, el idealista, zafando rejas injustas; Pepe, el pediatra de los padres de mis nietos, saludando a los pibes que salen de su consultorio; Pocholo, el médico a quien todos le debemos todo, encendiendo el maldito pucho y tirando la cerilla con las cenizas al mismo fango del pozo pretencioso de vereda...
Y sí, mi soledad, también están los otros pero, por ahora no me quedan más lágrimas y debo dar clase...
¡...!
¡¿Quién grita que el último pica para todos los compañeros...?!
¡...!
Cuando digas basta, mi soledad, empiezo a contar en voz alta y...
¡...!
¡Sí!? el que salga veintitrés cuenta.
Y ya, cruzando la calle, casi entrando a la escuela; una figura de mujer, ni gruesa ni delgada y con las uñas pintadas, me hizo señas gritando que espere...
Que ella es...
Que, en realidad, se llama como esos duendes que me penetran sin entradas y que se escapan sin salidas...
¡Soledad...!
Título: Aquí no más (Tango de Héctor Stamponi y Cátulo Castillo)
Piano, texto y voz: Jorge Rodolfo Altmann [Música de Armando Pontier (tango). Tabaco (tango romanza)]
Versión final: Aquí nomás (tango). Canta Tita Merello con acompañamiento de orquesta.
Debía apurarme porque casi era la hora de clase y algo dentro de mí se resistía...
No podía ni quería, en ese momento, ser profesor... me lo debía y hace tiempo que me debo.
Como en el juego de las escondidas...
Sí, mi soledad, como en una esquina de frío. Estío de bronce y de perro ausente... cenizas de cigarro tiradas al fango del pozo pretencioso de vereda... aroma, de jacinto marchito, en una tarde muda... de esas... de nostalgia... escenario vacío con tristezas templadas... lágrimas de Plaza Italia rodando y disolviendo en contramano el asfalto de la calle que la bordea de oeste a este... rodilleras de músico bohemio gastadas de fueye...
De ahí, no sé por qué, pero de ahí partí... ¡parto! Mejor así, en presente... ¡parto! Porque sigo partiendo.
Parto con mi cuaderno de notas, libros, calculadora y apuntes de ciencia como un pintor sin acuarelas, caminando cabizbajo, en contra del viento norte, por la vereda del este de la calle más arbolada... dinámico y esculpido a golpes de martillo sobre un cincel oxidado dibujo, perdiendo en los compases la noción de tiempo, figuras y silencios en el pentagrama que envuelve el musgo de la acera de ladrillos.
Sí, mi soledad, la calle se ve cada vez más vacía.
Acaso... ¿no dije que camino, rumbo al norte, por la calle más arbolada? Y lo hago tan ligero y desabrigado que, entrando al agujero del túnel de las épocas, escucho... Oigo, más bien de atrás, medio confundido el griterío de pibes zambulléndose en la pileta de la plaza... y por mi costado izquierdo ausente de paredes, pasan unas formas raras de pintura y solvente, amalgamada con gorriones hollinados, bocinazos y poca gente...
Sí, mi soledad, la calle está vacía de aquí no más.
Como el tango, ¿viste?
Distinto, pero igual...
No le hagas caso, en todo caso, a mis duendes cuando camino mi camino sin caminos; ni le des importancia cuando entran sin haber entradas, ni siquiera cuando salen sin hallar salidas... porque, increíblemente, entran y salen...
Y allá, mirá, fijáte... ¿no ves?, no son fantasmas...
Son...
Perdonáme si uso tu tiempo confundiendo mi tiempo con nuestro tiempo...
¿Ves que rápido, mi soledad, llegamos a la esquina de la escuela?...
¡Sí!...
Ahí están los tres, conversando igual que antes, como en los buenos tiempos... Moisés, el idealista, zafando rejas injustas; Pepe, el pediatra de los padres de mis nietos, saludando a los pibes que salen de su consultorio; Pocholo, el médico a quien todos le debemos todo, encendiendo el maldito pucho y tirando la cerilla con las cenizas al mismo fango del pozo pretencioso de vereda...
Y sí, mi soledad, también están los otros pero, por ahora no me quedan más lágrimas y debo dar clase...
¡...!
¡¿Quién grita que el último pica para todos los compañeros...?!
¡...!
Cuando digas basta, mi soledad, empiezo a contar en voz alta y...
¡...!
¡Sí!? el que salga veintitrés cuenta.
Y ya, cruzando la calle, casi entrando a la escuela; una figura de mujer, ni gruesa ni delgada y con las uñas pintadas, me hizo señas gritando que espere...
Que ella es...
Que, en realidad, se llama como esos duendes que me penetran sin entradas y que se escapan sin salidas...
¡Soledad...!
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