“Los tilos”. Capítulo VII y último

06/07/2021 7 min
“Los tilos”. Capítulo VII y último

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Síntesis del Episodio

Madrid, a 6 de julio de 2021.
Buenas noches a todos; hoy doy por acabado uno de los periplos más hermosos que la vida me ha regalado. Desde marzo del año 2020, he estado contando cuentos, recitando poesías, disfrutando cada línea, palabra y verso, ha sido mi manera de acompañaros y de sentir vuestras almas acariciando la mía.
Todo comienza y todo termina. Me despido hoy y aquí. No sé si volveré o no. Lo que si tengo claro es que si regreso será en otro formato y de otra manera. Gracias a todos, especialmente a los niños que me han dado tantas alegrías y emociones que nunca olvidaré.
Y recordad que “Soy Jesús Arias y me encanta contar cuentos” “buenas noches y hasta siempre”
El cuento de hoy se titula “Los tilos”. Capítulo VII y último
#cuentosqueteacarician
LOS TILOS
Capítulo VII
Después de dar vueltas por las dependencias del palacio, volvieron al patio central preguntándose donde estarían los dueños del lugar.
Mauricio, mirando las altas ramas del gran tilo, se dio cuenta de que una de ellas llegaba hasta una alta y estrecha torre, adentrándose en ella. Parecía que la rama había seguido creciendo dentro de la torre y otras ramas más pequeñas salían por los vanos de sus ventanas. Los cuatro amigos comenzaron a trepar por las ramas del tilo. Al llegar arriba encontraron en la pequeña torre algo que les sobrecogió: las ramas del árbol habían formado un lecho y sobre él descansaba una muchacha. Era la princesa que habían visto en la estatua de piedra blanca. En su frente no había una corona sino una diadema con una estrella. Entre sus manos tenía un pequeño cofre de oro y nácar. Los cuatro la miraron sobrecogidos sin saber qué hacer. Pasaba el tiempo y no se decidían a despertar a la joven princesa. Greta observó que el cofre que sujetaba en sus manos tenía también una cerradura dorada, igual que la puerta de entrada al palacio. Se inclinó sobre la princesa, metió la llave en la cerradura y la giró. El cofrecillo se abrió dejando escapar de su interior unas notas melodiosas. Era una música bella como nunca habían escuchado, una música que alejaba de sus corazones toda la tristeza que antes habían sentido. Una palomita blanca se acercó volando y entró en la pequeña torre, posándose en el hombro de la princesa. Los cuatro la miraron cuando comenzaba a abrir sus ojos. Fue posando su mirada en cada uno de ellos. Al final esbozó una leve sonrisa y les dijo: -Os vi a los cuatro en mis sueños, veníais de muy lejos para devolverme la alegría. Entonces la princesa les contó su historia. En el pasado ella había sido una niña orgullosa y malcriada. Trataba mal a los súbditos de su bondadoso padre, derrochaba todo porque a nada le daba valor, y no sentía ninguna compasión por las demás personas a las que ella consideraba inferiores. Un día su padre, cansado del comportamiento indigno de su hija le dijo: -“Hija mía desde que tu madre murió he tratado de educarte como ella lo hubiera hecho; pero nada hay en ti que recuerde la nobleza de tu origen. Tienes todo lo que puedes desear, pero te falta lo más importante: un corazón capaz de amar. Eso es lo que ahora deberás conquistar, pues siendo hija de reyes y teniéndolo todo, tu alma esta hambrienta del único alimento que puede saciarla”. Así que mi padre me envió a este apartado palacio. Me trajeron sus heraldos cabalgando por montes y valles durante días. Siguiendo instrucciones de mi padre cerraron el palacio con llave y aquí me dejaron. Mi padre al partir me había entregado este cofrecillo cerrado con la siguiente advertencia: “Cuando tu corazón se despierte, escucharás la música que alejará tu tristeza”. Al principio mi corazón orgulloso no se quiso doblegar, me entretenía paseando por los jardines y comiendo de sus deliciosos frutos. Pero al pasar el tiempo, el orgullo se fue trocando en tristeza y melancolía. Lloré y lloré durante días abrazada al tilo del patio, que creció regado por mis lágrimas. Mi corazón se había despertado, pero mi alma seguía hambrienta del afecto de otras personas y la melancolía llenaba mis días.
Me acostumbré a trepar por el querido tilo. Aquí encontraba consuelo durmiendo entre sus brazos y sujetando junto a mí este cofrecillo cerrado, que me recordaba a mi padre, pero que yo no podía abrir sin ayuda de otros. Vosotros habéis podido abrir el cofre y su música ha disipado la tristeza. Vuestra presencia ha devuelto el calor a mi corazón. Ahora sé que podré volver al castillo del rey mi padre y ser digna de vivir a su lado. La princesa envió un mensaje a su padre con la paloma y este mandó a la guardia real para recoger a su hija y a sus amigos. En el palacio del rey se celebraron grandes festejos para recibir a la heredera y a los que la habían liberado de su aislamiento y soledad. Y por fin llegó el día de la despedida. Los cuatro amigos se presentaron ante el rey y la princesa. El monarca habló: -Queridos amigos, mi corazón se siente agradecido, pues gracias a vosotros he podido recuperar a mi hija. Ella podrá ser ahora una verdadera princesa.
La princesa les dijo con emoción: -Siempre os consideraré mis amigos. Mauricio habló en nombre de los cuatro: -Este viaje nos ha deparado muchas aventuras y hemos aprendido mucho. Ahora debemos partir para reencontrarnos con nuestras familias, pero sabed que siempre os llevaremos en nuestro corazón. Los cuatro amigos regresaron a su pueblo. El tilo de la plaza estaba en flor y al verlo sintieron la alegría de haber llegado a casa. Fueron felices, comieron perdices y nunca olvidaron aquella aventura.