“Los tilos”. Capítulo V

02/07/2021 7 min
“Los tilos”. Capítulo V

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Síntesis del Episodio

El cuento de hoy se titula “Los tilos”. Capítulo V
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LOS TILOS
Capítulo V
Ahora se encontraban los tres dentro de la inmensa montaña de rocas. Cuando la antorcha se encendió, admiraron igual que Mauricio la cueva de amatistas y después buscaron el pasadizo que el chico les había indicado en la tela rasgada. Al encontrarlo subieron las empinadas escaleras de caracol, hasta alcanzar la cima del acantilado. La alegría al reencontrarse los cuatro amigos fue inmensa. Ahora que habían estado separados comprendían el verdadero valor de estar juntos.
Era ya completamente de noche, y Viveca, Nils y Greta se acercaron al manantial y bebieron ávidamente, después Mauricio les llevó a una cercana cueva que formaban las rocas del abrupto acantilado. Allí pasaron la noche resguardados, con la antorcha haciendo una vez más de fogata con la que calentarse. Al amanecer, miraron a su alrededor preguntándose cómo seguir adelante. A lo lejos divisaron un pequeño sendero que discurría entre matorrales. Más lejos todavía podían verse altas montañas en cuyas faldas habían frondosos bosques. Caminaron por el estrecho sendero durante toda la mañana. Cuando el sol estaba ya muy alto en el horizonte, el paisaje era muy distinto al que tomaron cuando se alejaron de los acantilados. Los matorrales habían ido desapareciendo y poco a poco la vegetación había ido haciéndose más frondosa. Ahora frente a ellos se hallaba un hermoso tilo y un poco más allá comenzaba el bosque de cedros y abetos. Los niños se sentaron bajo el tilo. Fue como sentirse un poco en casa. Los cuatro recordaron el bosquecillo de tilos que había junto a su pueblo y tantas horas pasadas jugando en él en primavera. -¿Cómo seguiremos ahora? ¿Es que nunca regresaremos a nuestro hogar? Preguntó Nils. Un bosque inmenso se alzaba frente a ellos y él sólo deseaba cerrar los ojos y encontrarse bajo los tilos queridos de su pueblo. Viveca que siempre llevaba el viejo libro junto a su pecho le dijo: - No te desanimes Nils. Tal vez el libro vuelva a darnos la respuesta que necesitamos. Se sentó erguida, apoyando su espalda en el tronco del gran tilo. Abrió el libro al azar y leyó: “El castillo está rodeado de tristeza. La princesa, enferma de melancolía, está hambrienta”. ¿Qué querrían decir aquellas extrañas palabras? Por allí no se veía ningún castillo, ni tampoco princesa alguna. Los muchachos siguieron su camino internándose en el bosque. Encontraron ricos y dulces frutos silvestres, y pequeños riachuelos cruzaban de vez en cuando su camino, y en ellos podían calmar su sed y refrescar sus cansados pies. Era ya muy avanzada la tarde y apenas los rayos del sol podían atravesar las frondosas copas de los árboles. Pararon para descansar y decidir que hacer. -La noche está al caer-dijo Viveca. No sería bueno pasarla a la intemperie, pues estos frondosos bosques pueden tener lobos u otras alimañas que salgan en la noche. Nada más decir esto Viveca, se escuchó a lo lejos el aullido de un lobo. Los muchachos se asustaron, mirando con desconfianza alrededor. -Tenemos que encontrar un lugar resguardado donde pasar la noche- dijo Mauricio. Greta encontró un árbol gigantesco, cuyo tronco había sido alcanzado por un rayo mucho tiempo atrás. Ahora ese robusto tronco estaba hueco, y en él cabían los cuatro muchachos sentados. Sólo faltaba pensar cómo cerrar la entrada. Buscaron troncos y los ataron con la cuerda que el anciano venerable les había dado. Encajaron la improvisada puerta en el hueco del árbol, dejando antes la antorcha clavada en el suelo. Sabían que al oscurecerse del todo, la antorcha se encendería y eso ahuyentaría a las fieras. Los cuatro chicos esperaron acurrucados en el interior del tronco. A lo largo de este tiempo de aventura se habían hecho más fuertes y también más valientes. Habían sobrevivido al frío, a la noche y al miedo. Habían hecho frente al hambre, a la sed, a la soledad y al desánimo. Habían sentido el verdadero valor de la amistad. Ahora se encontraban allí, agazapados en el vientre acogedor de un gran árbol, escuchando cómo los aullidos de los lobos se acercaban más y más. El brillo de la antorcha era todavía débil, pues aún no era noche cerrada. A lo lejos podía verse, entre los troncos de la rudimentaria puerta, la silueta de los lobos acercarse. Los dientes de Viveca castañeteaban de miedo y su hermano le pasó el brazo por el hombro infundiéndole ánimo. -¡Que se haga de noche, que se haga de noche y se encienda la antorcha!, rogó en voz alta Greta. Los lobos estaban ya cercanos y sus aullidos helaban la sangre de los chicos. Pero la oscuridad era ya total y la silueta amenazadora de los lobos, que avanzaban hacia el árbol, se detuvo de golpe cuando la antorcha brilló, ¡por fin! con toda intensidad. Los niños respiraron aliviados al ver detenerse a las fieras que, desconcertadas por el fuego, se movieron dando rodeos hasta alejarse del lugar. Los aullidos se escucharon lejanos durante toda la noche, pero ahora los niños estaban más tranquilos. Poco a poco se fueron durmiendo todos... todos menos Mauricio, que al ser algo más mayor que los demás se sentía responsable de sus amigos. Toda la noche miró la antorcha, temiendo que al dormirse él pudiera apagarse. Pero la antorcha no se apagó, más bien esa noche brilló con una intensidad y un brillo mayor.