Escuchar "“Los tilos”. Capítulo IV"
Síntesis del Episodio
Madrid, a 1 de julio de 2021.
El cuento de hoy se titula “Los tilos”. Capítulo IV
#cuentosqueteacarician
LOS TILOS
Capítulo IV
La antorcha que Mauricio llevaba en la mano comenzó poco a poco a alumbrar, primero con una luz pálida, que en contraste con la oscuridad fue adquiriendo intensidad. Se encontraba en una especie de pequeña bóveda en la que habían incrustados cristales. Cuando fue serenándose se dio cuenta de que estaba en el interior de una geoda gigante, donde se habían desarrollado a lo largo de los siglos preciosas amatistas. Un techo de puntas de estrellas violetas que brillaban a la luz de la antorcha. Admirando la belleza que le rodeaba se dio cuenta que tenía las fuerzas para salir de allí y que debía encontrar la forma de volver a reunirse con sus amigos. Agradeció a la tierra, por esa maravilla que podía contemplar. Se acordó de su abuela que siempre decía: “El hombre olvida que pertenecemos a la tierra y que es ella la que nos da la fuerza”. Su abuela siempre iba a dar paseos por la Naturaleza y decía que eso le daba la vida. Acordarse de la abuela también reconfortó a Mauricio. Miró alrededor buscando una salida y fue pasando suavemente sus manos por las puntas de cristales violetas hasta que, entre las preciosas amatistas, descubrió un estrecho paso. Se aventuró por el pasadizo y comenzó a ascender por una escalera labrada en la roca. Mientras tanto, en el exterior, Viveca y sus amigos le habían estado buscando todo el día. Ahora, al atardecer descansaban exhaustos y desanimados sobre la arena. La primera estrella ya apuntaba en el cielo. Greta la señaló con el dedo y les dijo: -¡Mirad!
Los tres habían escuchado desde niños que si se pide a esa estrella un deseo bueno, éste se cumple. La única condición es que sea algo bueno. Los tres niños se miraron, luego miraron a la estrella y los tres desearon lo mismo: “Que Mauricio esté bien y podamos encontrarlo”. Mientras tanto, Mauricio había estado subiendo y subiendo aquella estrecha escalera de caracol. Según iba subiendo una mayor claridad llegaba a sus ojos. Al final, la escalera se abría en lo alto del acantilado. La antorcha ya se había apagado y Mauricio dio un brinco saltando el último peldaño. Sus pulmones se llenaron de aire fresco y pudo contemplar el bello cielo del atardecer, rasgado de tonos violetas y anaranjados. Vio esa primera estrella y otras que ya apuntaban en la lejanía y deseó que sus amigos estuvieran bien y poderlos encontrar pronto. Cuando Mauricio llegó a lo alto del acantilado, lo primero que llamó su atención fue el murmullo del correr del agua. Allí mismo, junto a una roca brotaba un pequeño manantial del que bebió hasta saciar su sed. De nuevo pensó en sus amigos ¡ojalá pudieran ellos beber de esa fresca agua! Entonces avanzó hasta el mismo borde del precipicio del acantilado y allí abajo pudo divisar a su hermana y sus amigos. Tumbados en la arena miraban la estrella esperando todavía el milagro de ver cumplido su deseo. Mauricio les gritó con todas sus fuerzas, pero el acantilado era muy alto y los chicos no podían oírle. Mauricio cogió pequeñas piedras y comenzó a echarlas donde estaban sus amigos. Estos reaccionaron rápido al ver caer cerca de ellos las piedras, miraron hacia arriba y pudieron distinguir, por fin, a Mauricio que les gritaba ahora: -¡Golpead la roca!, pero ellos no podían oírle. -¿Cómo podríamos subir ahí arriba? Se preguntaba Nils en voz alta. Mauricio se dio cuenta de que sus amigos no podían oírle. Rasgó un trozo de su camisa y mojando tierra con su propia saliva hizo una pasta con la tierra oscura que había entre las rocas del acantilado. Sobre la tela rasgada escribió: "golpead la roca y buscad el pasadizo". Ató la tela al mango de la antorcha y lo lanzó a la playa. La antorcha quedó clavada sobre la arena. Nils la arrancó y leyó con dificultad los trazos de su amigo: “golpead la roca y buscad el pasadizo”. Los tres avanzaron juntos, golpeando la pared de roca. Greta llevaba la antorcha en la mano, y con ella dio justo en el lugar que Mauricio había dado. La piedra se abrió y engulló a la niña igual que había hecho con su amigo, pero esta vez Nils y Viveca habían presenciado lo sucedido, de manera que ellos mismos repitieron los golpes en el mismo lugar. Así aparecieron junto a Greta dentro de la roca.
El cuento de hoy se titula “Los tilos”. Capítulo IV
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LOS TILOS
Capítulo IV
La antorcha que Mauricio llevaba en la mano comenzó poco a poco a alumbrar, primero con una luz pálida, que en contraste con la oscuridad fue adquiriendo intensidad. Se encontraba en una especie de pequeña bóveda en la que habían incrustados cristales. Cuando fue serenándose se dio cuenta de que estaba en el interior de una geoda gigante, donde se habían desarrollado a lo largo de los siglos preciosas amatistas. Un techo de puntas de estrellas violetas que brillaban a la luz de la antorcha. Admirando la belleza que le rodeaba se dio cuenta que tenía las fuerzas para salir de allí y que debía encontrar la forma de volver a reunirse con sus amigos. Agradeció a la tierra, por esa maravilla que podía contemplar. Se acordó de su abuela que siempre decía: “El hombre olvida que pertenecemos a la tierra y que es ella la que nos da la fuerza”. Su abuela siempre iba a dar paseos por la Naturaleza y decía que eso le daba la vida. Acordarse de la abuela también reconfortó a Mauricio. Miró alrededor buscando una salida y fue pasando suavemente sus manos por las puntas de cristales violetas hasta que, entre las preciosas amatistas, descubrió un estrecho paso. Se aventuró por el pasadizo y comenzó a ascender por una escalera labrada en la roca. Mientras tanto, en el exterior, Viveca y sus amigos le habían estado buscando todo el día. Ahora, al atardecer descansaban exhaustos y desanimados sobre la arena. La primera estrella ya apuntaba en el cielo. Greta la señaló con el dedo y les dijo: -¡Mirad!
Los tres habían escuchado desde niños que si se pide a esa estrella un deseo bueno, éste se cumple. La única condición es que sea algo bueno. Los tres niños se miraron, luego miraron a la estrella y los tres desearon lo mismo: “Que Mauricio esté bien y podamos encontrarlo”. Mientras tanto, Mauricio había estado subiendo y subiendo aquella estrecha escalera de caracol. Según iba subiendo una mayor claridad llegaba a sus ojos. Al final, la escalera se abría en lo alto del acantilado. La antorcha ya se había apagado y Mauricio dio un brinco saltando el último peldaño. Sus pulmones se llenaron de aire fresco y pudo contemplar el bello cielo del atardecer, rasgado de tonos violetas y anaranjados. Vio esa primera estrella y otras que ya apuntaban en la lejanía y deseó que sus amigos estuvieran bien y poderlos encontrar pronto. Cuando Mauricio llegó a lo alto del acantilado, lo primero que llamó su atención fue el murmullo del correr del agua. Allí mismo, junto a una roca brotaba un pequeño manantial del que bebió hasta saciar su sed. De nuevo pensó en sus amigos ¡ojalá pudieran ellos beber de esa fresca agua! Entonces avanzó hasta el mismo borde del precipicio del acantilado y allí abajo pudo divisar a su hermana y sus amigos. Tumbados en la arena miraban la estrella esperando todavía el milagro de ver cumplido su deseo. Mauricio les gritó con todas sus fuerzas, pero el acantilado era muy alto y los chicos no podían oírle. Mauricio cogió pequeñas piedras y comenzó a echarlas donde estaban sus amigos. Estos reaccionaron rápido al ver caer cerca de ellos las piedras, miraron hacia arriba y pudieron distinguir, por fin, a Mauricio que les gritaba ahora: -¡Golpead la roca!, pero ellos no podían oírle. -¿Cómo podríamos subir ahí arriba? Se preguntaba Nils en voz alta. Mauricio se dio cuenta de que sus amigos no podían oírle. Rasgó un trozo de su camisa y mojando tierra con su propia saliva hizo una pasta con la tierra oscura que había entre las rocas del acantilado. Sobre la tela rasgada escribió: "golpead la roca y buscad el pasadizo". Ató la tela al mango de la antorcha y lo lanzó a la playa. La antorcha quedó clavada sobre la arena. Nils la arrancó y leyó con dificultad los trazos de su amigo: “golpead la roca y buscad el pasadizo”. Los tres avanzaron juntos, golpeando la pared de roca. Greta llevaba la antorcha en la mano, y con ella dio justo en el lugar que Mauricio había dado. La piedra se abrió y engulló a la niña igual que había hecho con su amigo, pero esta vez Nils y Viveca habían presenciado lo sucedido, de manera que ellos mismos repitieron los golpes en el mismo lugar. Así aparecieron junto a Greta dentro de la roca.
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