Turno de Noche

30/11/2025 8 min
Turno de Noche

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Síntesis del Episodio

Me encuentro aquí, bajo la tenue luz de los fluorescentes que apenas logran rasgar la oscuridad.
Cada tic del reloj suena como un eco hueco en este vacío que insiste en recordarme que la noche no
es amiga, es espejo.
En este turno extraño, mientras el mundo duerme, los pensamientos despiertan. Se arrastran como
sombras por los pasillos del alma, y uno empieza a preguntarse si hay alguna diferencia entre la
vigilia y el insomnio del espíritu.
La soledad no solo acompaña, manda. Me enseña a mirar hacia adentro con ojos que no siempre
quiero abrir. Me recuerda que no todo lo perdido estaba destinado a volver, que hay silencios que no
buscan respuestas, sólo compañía.
¿Es esta la vida? ¿Una sucesión de horas oscuras en las que esperamos ver algo de luz al final?
Quizá no se trata de encontrar la esperanza, sino de resistir lo suficiente como para que ella nos
encuentre.
El té humea con discreción. No se anuncia como el café, no exige atención. Está ahí, en su pequeña
ceremonia silenciosa, como quien escucha sin juzgar. Me aferro a su tibieza como quien encuentra
algo de luz dentro.
Es curioso cómo en la noche todo cobra otro peso. Un sorbo puede ser compañía, un recuerdo
puede ser tormenta, y una pausa puede durar horas. El turno no es sólo laboral, es emocional.
Vigilamos cosas que no sabíamos que teníamos.
El vapor que asciende me recuerda que hay cosas que se disuelven sin ruido. Como las promesas,
los sueños que no fueron, los “te quieros” que no llegaron. ¿Será que la noche es también un ritual
de despedida, una forma amable de soltar?
Me gustaría pensar que no todo lo que se va se pierde. Que hay memorias que se quedan a hacer
guardia conmigo, como viejos compañeros que no dicen nada pero están. El té me los recuerda:
tibio, amargo, sereno.
Hay un silencio aquí que no se puede explicar con palabras. No es el silencio de la ausencia, sino el
de la presencia absoluta. De mí conmigo.
El té se enfría lentamente, como yo. No por falta de calor externo, sino por el agotamiento interno.
He aprendido que hay heridas que no sangran, que simplemente pesan.
En esta madrugada suspendida, lo recuerdo todo: las decisiones que tomé por miedo, los caminos
que no elegí por amor propio mal entendido. ¿Cuántos destinos mueren por falta de coraje?
Pienso en los días en que creí tener certezas. Eran tan frágiles como este vaso de porcelana, y aun
así me aferraba a ellas como si fueran anclas. Hoy, en cambio, me dejo flotar. No porque confíe en
el mar, sino porque ya no temo hundirme.
La soledad me muestra cosas que no quiero ver: cómo me he ocultado de mí mismo tras rutinas,
compromisos, risas fingidas. Y aquí estoy, sin ruido, sin distracciones… viendo por fin lo que queda
cuando se apagan todas las luces.
Quizá vivir no sea otra cosa que esto: aprender a mirar sin pestañear el reflejo oscuro de uno
mismo, y aún así decidir quedarse.
A veces siento que la esperanza es una palabra que se pronuncia más de lo que se siente. Una
especie de consuelo universal que no siempre encuentra eco en mí.
Porque la oscuridad ya no me sorprende, me pertenece. La mayoría de mis horas han sido
absorbidas por ella, y hay noches en que incluso el recuerdo del día parece ficción.
He aprendido a caminar en penumbra sin tropezar, a dialogar con los vacíos, a abrazar la soledad sin
nombre. No es que no duela —es que ya no grito.
Pero hay algo que sigue ocurriendo, irremediablemente. Algo que ni mis dudas ni mis sombras han
logrado impedir. El amanecer.
Porque nunca, ni siquiera en mis noches más largas, una noche ha vencido a un amanecer.
Puede tardar, puede parecer lejano... pero llega. Y yo sigo aquí, esperando, aunque esperanzas tenga
pocas. Esperando no como quien confía, sino como quien resiste.
El té, ya frío, sigue en mis manos. Y quizás eso sea todo lo que necesito por ahora: un sorbo, una
pausa, y el recuerdo de que la luz —aunque no la vea— está en camino.

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