Escuchar "Golfera"
Síntesis del Episodio
Transcripción
Hay días en los que el peso del mundo se vuelve insoportable, donde todo lo que antes parecía firme
y seguro comienza a derrumbarse sin previo aviso. La vida, con su cruel indiferencia, me golpea
con una realidad áspera, implacable. La decepción, la soledad, el sinsentido de todo… Se acumulan
como nubes oscuras que no dejan pasar la luz. Me busco en el reflejo de un espejo y apenas
reconozco al que está ahí. ¿Cuándo fue que todo empezó a quebrarse? ¿Cuándo fue que el suelo
dejó de ser sólido bajo mis pies?
Pero hay algo que no cambia, algo que permanece cuando todo lo demás se desmorona. El golf.
En el golf, como en la vida, avanzamos con una meta clara, pero el camino no es recto. Hay
obstáculos imprevistos: bunkers que parecen trampas del destino, roughs que nos desvían de la
trayectoria ideal, y greens que engañan con su aparente sencillez. Cada golpe exige concentración
absoluta, un cálculo preciso, una ejecución cuidadosa. Y sin embargo, incluso con la mejor
preparación, hay variables fuera de nuestro control: el viento, la pendiente, el azar. Tal como en la
existencia, debemos aceptar que no todo depende de nosotros. La perfección es una ilusión, la
excelencia una aspiración, y el verdadero triunfo reside en la capacidad de adaptarse, de aprender de
cada error, de seguir adelante.
En el campo, en ese vasto espacio de césped meticulosamente cuidado, hallo una estabilidad que el
resto de mi vida me niega. Cuando todo es caos, el golf sigue siendo orden: un objetivo claro, una
rutina precisa, una lógica que no traiciona. El golpe, la alineación, el tempo… aquí todo depende de
mí. Aquí no hay giros inesperados, ni traiciones, ni palabras que lastiman. Solo el palo, la pelota y
el silencio que envuelve cada movimiento.
En el mundo fuera del campo, los pensamientos me ahogan, me arrastran hacia un abismo del que
no sé si alguna vez podré salir. Pero aquí, en este santuario, todo se desvanece. La ansiedad, el
dolor, la desesperanza… Por un instante, cuando el swing se ejecuta en perfecta sincronía y la
pelota emprende su vuelo, experimento una claridad que nunca encuentro en otro lugar. Es solo un
instante, pero en él está todo lo que necesito: un respiro, una tregua, una certeza.
El golf no me juzga, no me exige explicaciones, no me mira con lástima. Solo me pide que juegue,
que sienta, que persista. Y así lo hago. Porque mientras tenga un campo al que regresar, mientras
pueda sentir el peso del palo en mis manos y escuchar el sonido puro de un buen golpe, sé que
todavía hay algo que es mío, algo que permanece inmutable cuando el resto de la vida se
desmorona.
No sé cuánto tiempo más podré cargar con este peso. No sé si algún día la tormenta interna se
disipará. Pero sé que el golf siempre estará ahí. Me espera, me sostiene, me devuelve un poco de la
paz que la vida insiste en arrebatarme. Y por eso sigo jugando, porque mientras haya golf, todavía
queda algo de orden en este caos.
Texto: Mateo D. Guerrero.
Voz y grabación: Cristian Ortiz.
Intro: Jorge Aire
Hay días en los que el peso del mundo se vuelve insoportable, donde todo lo que antes parecía firme
y seguro comienza a derrumbarse sin previo aviso. La vida, con su cruel indiferencia, me golpea
con una realidad áspera, implacable. La decepción, la soledad, el sinsentido de todo… Se acumulan
como nubes oscuras que no dejan pasar la luz. Me busco en el reflejo de un espejo y apenas
reconozco al que está ahí. ¿Cuándo fue que todo empezó a quebrarse? ¿Cuándo fue que el suelo
dejó de ser sólido bajo mis pies?
Pero hay algo que no cambia, algo que permanece cuando todo lo demás se desmorona. El golf.
En el golf, como en la vida, avanzamos con una meta clara, pero el camino no es recto. Hay
obstáculos imprevistos: bunkers que parecen trampas del destino, roughs que nos desvían de la
trayectoria ideal, y greens que engañan con su aparente sencillez. Cada golpe exige concentración
absoluta, un cálculo preciso, una ejecución cuidadosa. Y sin embargo, incluso con la mejor
preparación, hay variables fuera de nuestro control: el viento, la pendiente, el azar. Tal como en la
existencia, debemos aceptar que no todo depende de nosotros. La perfección es una ilusión, la
excelencia una aspiración, y el verdadero triunfo reside en la capacidad de adaptarse, de aprender de
cada error, de seguir adelante.
En el campo, en ese vasto espacio de césped meticulosamente cuidado, hallo una estabilidad que el
resto de mi vida me niega. Cuando todo es caos, el golf sigue siendo orden: un objetivo claro, una
rutina precisa, una lógica que no traiciona. El golpe, la alineación, el tempo… aquí todo depende de
mí. Aquí no hay giros inesperados, ni traiciones, ni palabras que lastiman. Solo el palo, la pelota y
el silencio que envuelve cada movimiento.
En el mundo fuera del campo, los pensamientos me ahogan, me arrastran hacia un abismo del que
no sé si alguna vez podré salir. Pero aquí, en este santuario, todo se desvanece. La ansiedad, el
dolor, la desesperanza… Por un instante, cuando el swing se ejecuta en perfecta sincronía y la
pelota emprende su vuelo, experimento una claridad que nunca encuentro en otro lugar. Es solo un
instante, pero en él está todo lo que necesito: un respiro, una tregua, una certeza.
El golf no me juzga, no me exige explicaciones, no me mira con lástima. Solo me pide que juegue,
que sienta, que persista. Y así lo hago. Porque mientras tenga un campo al que regresar, mientras
pueda sentir el peso del palo en mis manos y escuchar el sonido puro de un buen golpe, sé que
todavía hay algo que es mío, algo que permanece inmutable cuando el resto de la vida se
desmorona.
No sé cuánto tiempo más podré cargar con este peso. No sé si algún día la tormenta interna se
disipará. Pero sé que el golf siempre estará ahí. Me espera, me sostiene, me devuelve un poco de la
paz que la vida insiste en arrebatarme. Y por eso sigo jugando, porque mientras haya golf, todavía
queda algo de orden en este caos.
Texto: Mateo D. Guerrero.
Voz y grabación: Cristian Ortiz.
Intro: Jorge Aire
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