El perdón nos trae a casa, a la memoria de lo que realmente somos, en otras palabras, deshace lo que nunca sucedió. 
Somos completamente amados, pero bloqueamos ese amor con nuestros juicios, agravios, expectativas, demandas, deseos, historias de víctimas, opiniones, valores, juicios, estrategias y manipulaciones.
El problema es que pensamos que sabemos cómo lograr el estado de plenitud por nuestra cuenta y creemos que conocemos nuestros propios intereses. Hemos estado confiando en el ego para decirnos dónde está nuestra felicidad. Nos fijamos metas, que pensamos que nos traerán la paz, y luego tratamos de poner en práctica nuestros propios medios para lograr nuestros objetivos. Creemos que sabemos lo que necesitamos para tener una vida plena.  
El perdón requiere que miremos objetivamente nuestros pensamientos sin amor. 
Comenzamos por reconocer nuestros pensamientos sombríos, nuestros apegos, nuestros juicios, nuestra inversión en la especialidad y nuestra necesidad de tener razón. 
Pero ... ¿Cuánto queremos la Verdad para nosotros mismos? 
¿Cuán dispuestos estamos a mirar nuestras tinieblas para que podamos conocer el amor de Dios, que sigue siendo nuestra esencia y naturaleza verdadera?  ¿Queremos mantener nuestro punto de vista y permanecer en el infierno, o llevar nuestros oscuros pensamientos a la verdad, y dejarlos ir? ¿Usaremos cada situación para mantenernos en el infierno, o lo entregaremos al Recuerdo de la Verdad en nuestra mente?

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