Escuchar "William H. Mumler el fotógrafo de los espíritus y los muertos."
Síntesis del Episodio
William H. Mumler el fotógrafo de los espíritus y los muertos.
En el año 1860, Estados Unidos estaba inmerso en un profundo dolor por la Guerra Civil.
En un mundo mostrado en blanco y negro.
En ese entorno triste y hostil surgió la figura de William H. Mumler.
Este fotógrafo inventó un remedio para consolar a los norteamericanos.
Por ello le apodaron como: El fotógrafo de los espíritus.
Todo comenzó por accidente.
Un día, él mismo se hizo un auto-retrato.
De pronto, apreció la silueta de una mujer.
Era muy parecida a la primera muerta del fotógrafo.
Se la mostró a sus amistades y conocidos y corrió la voz.
La inquietante silueta de esa mujer del más allá llamó la atención de prominentes familias.
De artistas, políticos y de un público dispuesto a pagarle a este fotógrafo.
William les advertía que no sabía con seguridad si, al fotografiarles, saldría algún antepasado fallecido en las imágenes.
Muchos clientes probaron suerte.
Abonando las astronómicas cifras que cobraba este profesional.
Ciertamente, en varias fotografías no se veía nada en especial.
Aunque, a base de insistir, los espíritus de los difuntos hacían su tenue aparición en alguna foto.
Fue suficiente para que recomendasen sus servicios entre otros conocidos y personas afligidas.
William prosperó en su negocio.
Distintas personalidades de la política quisieron probar esa experiencia.
Por otro lado, no faltaban las denuncias por parte de otros clientes de William que no habían colmado sus expectativas.
Mumler usó técnicas de doble exposición y superposición del negativo para insertar figuras fantasmales en retratos ordinarios.
Su truco pudo consistir en manipular los tiempos de exposición y la preparación del vidrio fotosensible.
Lo que generaba siluetas borrosas y etéreas.
La fotografía entonces, se hacía con placas de colodión húmedo.
Y este proceso exigía preparar y revelar el negativo en cuestión de minutos.
Pero estas placas eran muy sensibles a la luz y, por lo tanto, susceptibles a defectos.
O a fraudes deliberados.
Al final, le detuvieron para investigarle.
Su juicio llamó la atención de gran parte del país.
Las pruebas que le incriminaban decían que sus cómplices llegaban a robar fotografías de algunos fallecidos para superponerlas en la imagen final.
Y dar la impresión de que el espíritu de sus difuntos se había asomado al objetivo.
Incluso, el fiscal alegó que muchas de las personas que aparecían en las fotos, dando la impresión de ser espíritus, estaban vivas.
Y guardaban un cierto parecido con los seres queridos del cliente que había pagado a este fotógrafo.
El juez estaba moralmente convencido de todas las pruebas aportadas.
A la hora de dictar sentencia dejó en libertad a William por considerar que las evidencias fueron insuficientes.
Algunos estafados reconocieron que ellos mismos se habían autosugestionado.
Hasta llegar a creer que en las fotografías veían a algún pariente desde el otro lado.
Sin embargo, la reputación de William quedó dañada para siempre.
Ya que su caso llevaría el título de: la gran estafa del siglo.
William cambió de ciudad y tuvo que empezar de cero.
Su última clienta fue Mary Todd Lincoln.
Se presentó en el estudio, ocultando su rostro tras un velo negro y con un nombre falso.
Acudió acompañada de una amiga.
Tras el asesinato de su marido, el presidente Abraham Lincoln, había recurrido a diferentes espiritistas.
Pero todo habían sido fraudes y charlatanería.
Así que decidió probar una última vez.
Se descubrió el rostro y dejó que William inmortalizase su cara.
Luego, le pagó un extra para que ella y su amiga pudiesen estar con él mientras revelaba la fotografía.
La sorpresa fue mayúscula para todos.
En el negativo, se veía la silueta del expresidente asesinado tomando de los hombros a la mujer.
Esta vez, aseguraron, no hubo trucos ni engaños.
Mary Todd se llevó la impactante imagen y le mandó destruir el resto de negativos al fotógrafo.
A pesar de su fugaz y repentina fama, William murió sumido en la pobreza.
En el año 1860, Estados Unidos estaba inmerso en un profundo dolor por la Guerra Civil.
En un mundo mostrado en blanco y negro.
En ese entorno triste y hostil surgió la figura de William H. Mumler.
Este fotógrafo inventó un remedio para consolar a los norteamericanos.
Por ello le apodaron como: El fotógrafo de los espíritus.
Todo comenzó por accidente.
Un día, él mismo se hizo un auto-retrato.
De pronto, apreció la silueta de una mujer.
Era muy parecida a la primera muerta del fotógrafo.
Se la mostró a sus amistades y conocidos y corrió la voz.
La inquietante silueta de esa mujer del más allá llamó la atención de prominentes familias.
De artistas, políticos y de un público dispuesto a pagarle a este fotógrafo.
William les advertía que no sabía con seguridad si, al fotografiarles, saldría algún antepasado fallecido en las imágenes.
Muchos clientes probaron suerte.
Abonando las astronómicas cifras que cobraba este profesional.
Ciertamente, en varias fotografías no se veía nada en especial.
Aunque, a base de insistir, los espíritus de los difuntos hacían su tenue aparición en alguna foto.
Fue suficiente para que recomendasen sus servicios entre otros conocidos y personas afligidas.
William prosperó en su negocio.
Distintas personalidades de la política quisieron probar esa experiencia.
Por otro lado, no faltaban las denuncias por parte de otros clientes de William que no habían colmado sus expectativas.
Mumler usó técnicas de doble exposición y superposición del negativo para insertar figuras fantasmales en retratos ordinarios.
Su truco pudo consistir en manipular los tiempos de exposición y la preparación del vidrio fotosensible.
Lo que generaba siluetas borrosas y etéreas.
La fotografía entonces, se hacía con placas de colodión húmedo.
Y este proceso exigía preparar y revelar el negativo en cuestión de minutos.
Pero estas placas eran muy sensibles a la luz y, por lo tanto, susceptibles a defectos.
O a fraudes deliberados.
Al final, le detuvieron para investigarle.
Su juicio llamó la atención de gran parte del país.
Las pruebas que le incriminaban decían que sus cómplices llegaban a robar fotografías de algunos fallecidos para superponerlas en la imagen final.
Y dar la impresión de que el espíritu de sus difuntos se había asomado al objetivo.
Incluso, el fiscal alegó que muchas de las personas que aparecían en las fotos, dando la impresión de ser espíritus, estaban vivas.
Y guardaban un cierto parecido con los seres queridos del cliente que había pagado a este fotógrafo.
El juez estaba moralmente convencido de todas las pruebas aportadas.
A la hora de dictar sentencia dejó en libertad a William por considerar que las evidencias fueron insuficientes.
Algunos estafados reconocieron que ellos mismos se habían autosugestionado.
Hasta llegar a creer que en las fotografías veían a algún pariente desde el otro lado.
Sin embargo, la reputación de William quedó dañada para siempre.
Ya que su caso llevaría el título de: la gran estafa del siglo.
William cambió de ciudad y tuvo que empezar de cero.
Su última clienta fue Mary Todd Lincoln.
Se presentó en el estudio, ocultando su rostro tras un velo negro y con un nombre falso.
Acudió acompañada de una amiga.
Tras el asesinato de su marido, el presidente Abraham Lincoln, había recurrido a diferentes espiritistas.
Pero todo habían sido fraudes y charlatanería.
Así que decidió probar una última vez.
Se descubrió el rostro y dejó que William inmortalizase su cara.
Luego, le pagó un extra para que ella y su amiga pudiesen estar con él mientras revelaba la fotografía.
La sorpresa fue mayúscula para todos.
En el negativo, se veía la silueta del expresidente asesinado tomando de los hombros a la mujer.
Esta vez, aseguraron, no hubo trucos ni engaños.
Mary Todd se llevó la impactante imagen y le mandó destruir el resto de negativos al fotógrafo.
A pesar de su fugaz y repentina fama, William murió sumido en la pobreza.
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