Escuchar "LUNA VIAJA AL PASADO Y VE CÓMO CONSTRUYERON EL PARTENÓN GRIEGO X LUNA LONGORIA"
Síntesis del Episodio
LUNA VIAJA AL PASADO Y VE CÓMO CONSTRUYERON EL PARTENÓN GRIEGO
Me llamo Luna, he estudiado Historia del Arte y he viajado varias veces a Grecia.
Hoy no estoy en el presente.
Os cuento esta historia desde el pasado.
He retrocedido al siglo V antes de Cristo.
Estoy en Atenas, en pleno corazón de la Acrópolis.
Observo a cientos de hombre sudorosos que empujan unos enormes bloques de mármol.
En aquella época no había máquinas, sólo cuerdas, madera y la fuerza bruta.
Escucho gritos: ¡Empujad! ¡Que no se deslice?
Arrastran las grandes piedras sobre rodillos de madera.
Avanzan lentamente, dejando surcos en el suelo.
Algunos hombres mojan la tierra para que la carga deslice mejor.
Otros colocan palancas para levantar la roca.
Cada bloque pesa toneladas.
Las traen desde las canteras del Monte Pentélico.
Cortan el mármol con cinceles de bronce y martillos de piedra.
Luego transportan las piezas por los caminos.
A veces les toca bajarlas por el río en barcazas de madera.
En la orilla, les esperan más obreros para llevarlas.
El sonido del cincel resuena sin descanso.
Al igual que el sudor y los sonidos del monumental esfuerzo.
El mármol brilla bajo el sol del Ática.
En una zona de descanso veo que comen pan duro, aceitunas y queso de cabra.
Beben vino rebajado con agua para soportar el calor.
Se notan sus heridas en las manos.
Algunos las tapan con unas vendas.
El capataz vigila los movimientos, el ritmo de la construcción y va marcando el paso con un bastón.
Cada tambor de columna se coloca con una precisión milimétrica.
Usan rampas de tierra y plataformas de madera.
El templo es un regalo para Atenea, la diosa de la sabiduría.
Miro los capiteles dóricos, tallados a mano.
Son majestuosos.
El Partenón no era blanco, tal y como hoy lo vemos.
Tenía colores vivos.
Frisos pintados en rojo, azul y dorado.
Y esculturas de héroes y dioses, cubiertas de pigmentos.
Atenea brilla en su interior, con una armadura de oro y marfil.
Es el fruto del esfuerzo sin descanso de unos hombres anónimos.
Que jamás verán sus nombres recordados en ningún lugar.
Pero yo estuve allí.
Les vi empujando esas piedras.
Asistí a cómo levantaron el Partenón.
El que se alza sobre la Acrópolis como símbolo de poder, sabiduría y equilibrio.
Aún en ruinas, sigue siendo el emblema de la civilización clásica.
Mi nombre es Luna y he querido ser la voz de todos esos forjadores de sueños olvidados en esta historia.
He sido testigo del sudor, del esfuerzo y de la entrega que hizo falta para hacer realidad este sueño de la Grecia eterna.
Me llamo Luna, he estudiado Historia del Arte y he viajado varias veces a Grecia.
Hoy no estoy en el presente.
Os cuento esta historia desde el pasado.
He retrocedido al siglo V antes de Cristo.
Estoy en Atenas, en pleno corazón de la Acrópolis.
Observo a cientos de hombre sudorosos que empujan unos enormes bloques de mármol.
En aquella época no había máquinas, sólo cuerdas, madera y la fuerza bruta.
Escucho gritos: ¡Empujad! ¡Que no se deslice?
Arrastran las grandes piedras sobre rodillos de madera.
Avanzan lentamente, dejando surcos en el suelo.
Algunos hombres mojan la tierra para que la carga deslice mejor.
Otros colocan palancas para levantar la roca.
Cada bloque pesa toneladas.
Las traen desde las canteras del Monte Pentélico.
Cortan el mármol con cinceles de bronce y martillos de piedra.
Luego transportan las piezas por los caminos.
A veces les toca bajarlas por el río en barcazas de madera.
En la orilla, les esperan más obreros para llevarlas.
El sonido del cincel resuena sin descanso.
Al igual que el sudor y los sonidos del monumental esfuerzo.
El mármol brilla bajo el sol del Ática.
En una zona de descanso veo que comen pan duro, aceitunas y queso de cabra.
Beben vino rebajado con agua para soportar el calor.
Se notan sus heridas en las manos.
Algunos las tapan con unas vendas.
El capataz vigila los movimientos, el ritmo de la construcción y va marcando el paso con un bastón.
Cada tambor de columna se coloca con una precisión milimétrica.
Usan rampas de tierra y plataformas de madera.
El templo es un regalo para Atenea, la diosa de la sabiduría.
Miro los capiteles dóricos, tallados a mano.
Son majestuosos.
El Partenón no era blanco, tal y como hoy lo vemos.
Tenía colores vivos.
Frisos pintados en rojo, azul y dorado.
Y esculturas de héroes y dioses, cubiertas de pigmentos.
Atenea brilla en su interior, con una armadura de oro y marfil.
Es el fruto del esfuerzo sin descanso de unos hombres anónimos.
Que jamás verán sus nombres recordados en ningún lugar.
Pero yo estuve allí.
Les vi empujando esas piedras.
Asistí a cómo levantaron el Partenón.
El que se alza sobre la Acrópolis como símbolo de poder, sabiduría y equilibrio.
Aún en ruinas, sigue siendo el emblema de la civilización clásica.
Mi nombre es Luna y he querido ser la voz de todos esos forjadores de sueños olvidados en esta historia.
He sido testigo del sudor, del esfuerzo y de la entrega que hizo falta para hacer realidad este sueño de la Grecia eterna.
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