Escuchar "Benidorm 1960 por tierra mar y aire."
Síntesis del Episodio
Benidorm 1960 por tierra mar y aire.
No eres de Benidorm si…
Benidorm siempre vivió de cara al mar.
Nació en el Mediterráneo, con las puertas abiertas al azul infinito.
Pero fue el cielo, no el agua, quien trajo su verdadero destino.
A partir de los años cincuenta, las nubes comenzaron a soltar turistas.
Llegaban desde el Reino Unido, cansados del frío, deseando sol y silencio.
Tenían pasaporte nuevo, vacaciones pagadas y un sueño en la maleta.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra acumuló miles de aviones inútiles.
Eran máquinas de guerra almacenadas como lastre para la economía.
La solución fue tan ingeniosa como inesperada: convertirlos en aviones turísticos.
Los técnicos de la RAF los transformaron para transportar pasajeros.
En mayo de 1958, los primeros turistas británicos aterrizaban en Manises.
Les esperaban horas de viaje por la antigua N-332, llena de baches y promesas.
Al final del camino, Benidorm aparecía como un espejismo cálido y blanco.
La bahía los recibía como una postal perfecta, hecha realidad.
Llegaban familias trabajadoras, modestas, pero llenas de ilusión.
Eran los pioneros del turismo de masas.
Tenían ganas de mar, sol, descanso y un trato amable.
Ni la escasez de infraestructuras, ni el polvo de las calles, los detenía.
Buscaban algo que no se vendía en su país: la alegría sin culpa.
Y Benidorm supo ofrecérselo, con una sonrisa y un plato de arroz.
El escritor inglés Charles Wilson lo explicó con claridad.
Era el inicio del turismo moderno en España.
Los británicos llegaban porque podían permitírselo.
Y porque el cielo británico era, sencillamente, insoportable incluso en verano.
El excedente de aviones y las vacaciones retribuidas sellaron el destino.
El Mediterráneo fue su refugio, y Benidorm, su paraíso posible.
Las compañías aéreas civiles crearon rutas pioneras desde Londres.
Los aviones C-47 aterrizaban sin problemas en pistas rudimentarias como Manises.
La reconversión de aeronaves militares fue esencial para el boom turístico.
British European Airways conectaba Londres y Valencia en menos de tres horas.
A partir de los años sesenta, Benidorm se preparaba para una avalancha.
En 1960, la BEA ya operaba seis vuelos semanales entre Londres y España.
Todo era nuevo, experimental, improvisado.
Hoteleros, guías, turistas… todos aprendían sobre la marcha.
El operador “Wings” alojaba visitantes en calles sin asfaltar, entre almendros y algarrobos.
Los hoteles Avenida y Les Dunes abrían sus puertas en 1957, mientras aún se construían.
Cuando faltaban camas, se construían más plantas.
Clarksons incluso prestaba dinero a los hoteleros, sin intereses.
A cambio, fijaban el precio de las camas durante años.
Los turistas británicos eran distintos.
Corteses, discretos, generosos con las propinas.
Venían por pocos días, pero dejaban una huella profunda.
Se hospedaban en la primera línea y recorrían la Nacional en taxi hasta las salas de fiesta.
Había poco ocio, pero mucho encanto.
No necesitaban más que una cerveza fría y una puesta de sol.
El auge fue tal, que en 1967 se inauguró el aeropuerto de Alicante-El Altet.
Aterrizaba un Convair Metropolitan, y con él, una nueva era.
En cinco años, el tráfico se disparó.
En 1972 se inauguró una nueva terminal.
En 1974, ya se ampliaba.
En 2011, se abría una terminal de 333.500 m², para veinte millones de pasajeros.
La inversión fue de más de 628 millones de euros.
Hoy, los británicos siguen llegando.
En 2024, más de 895.000 se alojaron en hoteles de Benidorm.
Representan casi el 8 % más que el año anterior.
En primavera y otoño superan al turismo nacional.
Buscan sol, sí, pero también tapeo, naturaleza y cultura.
Ya no se concentran solo en Levante.
Muchos prefieren el centro o la playa de Poniente.
Su perfil ha cambiado: más activo, más diverso, más familiar.
Benidorm, en junio de 2024, rozó el lleno técnico.
Un 90,5 % de ocupación hotelera.
El mejor dato de toda la Comunitat Valenciana.
El 41,7 % de las estancias fueron de turistas británicos.
Les siguió muy de cerca el turismo nacional.
Portugal, Irlanda, Bélgica y Países Bajos completan el podio.
Los hoteles de cuatro estrellas alcanzaron el 91,2 % de ocupación.
Los de tres, un 89,3 %.
Y para julio, las reservas ya rozaban el 87 %.
Benidorm arranca el verano como un gigante imparable.
Motor del turismo mediterráneo.
Hijo del mar, pero impulsado por el cielo.
Forjado por la necesidad, y consagrado por la fidelidad británica.
Lo que empezó con aviones reciclados, hoy es un fenómeno internacional.
Benidorm: un sueño volado desde Londres… y aterrizado en la historia.
No eres de Benidorm si… come fly with me, let’s fly away!
No eres de Benidorm si…
Benidorm siempre vivió de cara al mar.
Nació en el Mediterráneo, con las puertas abiertas al azul infinito.
Pero fue el cielo, no el agua, quien trajo su verdadero destino.
A partir de los años cincuenta, las nubes comenzaron a soltar turistas.
Llegaban desde el Reino Unido, cansados del frío, deseando sol y silencio.
Tenían pasaporte nuevo, vacaciones pagadas y un sueño en la maleta.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra acumuló miles de aviones inútiles.
Eran máquinas de guerra almacenadas como lastre para la economía.
La solución fue tan ingeniosa como inesperada: convertirlos en aviones turísticos.
Los técnicos de la RAF los transformaron para transportar pasajeros.
En mayo de 1958, los primeros turistas británicos aterrizaban en Manises.
Les esperaban horas de viaje por la antigua N-332, llena de baches y promesas.
Al final del camino, Benidorm aparecía como un espejismo cálido y blanco.
La bahía los recibía como una postal perfecta, hecha realidad.
Llegaban familias trabajadoras, modestas, pero llenas de ilusión.
Eran los pioneros del turismo de masas.
Tenían ganas de mar, sol, descanso y un trato amable.
Ni la escasez de infraestructuras, ni el polvo de las calles, los detenía.
Buscaban algo que no se vendía en su país: la alegría sin culpa.
Y Benidorm supo ofrecérselo, con una sonrisa y un plato de arroz.
El escritor inglés Charles Wilson lo explicó con claridad.
Era el inicio del turismo moderno en España.
Los británicos llegaban porque podían permitírselo.
Y porque el cielo británico era, sencillamente, insoportable incluso en verano.
El excedente de aviones y las vacaciones retribuidas sellaron el destino.
El Mediterráneo fue su refugio, y Benidorm, su paraíso posible.
Las compañías aéreas civiles crearon rutas pioneras desde Londres.
Los aviones C-47 aterrizaban sin problemas en pistas rudimentarias como Manises.
La reconversión de aeronaves militares fue esencial para el boom turístico.
British European Airways conectaba Londres y Valencia en menos de tres horas.
A partir de los años sesenta, Benidorm se preparaba para una avalancha.
En 1960, la BEA ya operaba seis vuelos semanales entre Londres y España.
Todo era nuevo, experimental, improvisado.
Hoteleros, guías, turistas… todos aprendían sobre la marcha.
El operador “Wings” alojaba visitantes en calles sin asfaltar, entre almendros y algarrobos.
Los hoteles Avenida y Les Dunes abrían sus puertas en 1957, mientras aún se construían.
Cuando faltaban camas, se construían más plantas.
Clarksons incluso prestaba dinero a los hoteleros, sin intereses.
A cambio, fijaban el precio de las camas durante años.
Los turistas británicos eran distintos.
Corteses, discretos, generosos con las propinas.
Venían por pocos días, pero dejaban una huella profunda.
Se hospedaban en la primera línea y recorrían la Nacional en taxi hasta las salas de fiesta.
Había poco ocio, pero mucho encanto.
No necesitaban más que una cerveza fría y una puesta de sol.
El auge fue tal, que en 1967 se inauguró el aeropuerto de Alicante-El Altet.
Aterrizaba un Convair Metropolitan, y con él, una nueva era.
En cinco años, el tráfico se disparó.
En 1972 se inauguró una nueva terminal.
En 1974, ya se ampliaba.
En 2011, se abría una terminal de 333.500 m², para veinte millones de pasajeros.
La inversión fue de más de 628 millones de euros.
Hoy, los británicos siguen llegando.
En 2024, más de 895.000 se alojaron en hoteles de Benidorm.
Representan casi el 8 % más que el año anterior.
En primavera y otoño superan al turismo nacional.
Buscan sol, sí, pero también tapeo, naturaleza y cultura.
Ya no se concentran solo en Levante.
Muchos prefieren el centro o la playa de Poniente.
Su perfil ha cambiado: más activo, más diverso, más familiar.
Benidorm, en junio de 2024, rozó el lleno técnico.
Un 90,5 % de ocupación hotelera.
El mejor dato de toda la Comunitat Valenciana.
El 41,7 % de las estancias fueron de turistas británicos.
Les siguió muy de cerca el turismo nacional.
Portugal, Irlanda, Bélgica y Países Bajos completan el podio.
Los hoteles de cuatro estrellas alcanzaron el 91,2 % de ocupación.
Los de tres, un 89,3 %.
Y para julio, las reservas ya rozaban el 87 %.
Benidorm arranca el verano como un gigante imparable.
Motor del turismo mediterráneo.
Hijo del mar, pero impulsado por el cielo.
Forjado por la necesidad, y consagrado por la fidelidad británica.
Lo que empezó con aviones reciclados, hoy es un fenómeno internacional.
Benidorm: un sueño volado desde Londres… y aterrizado en la historia.
No eres de Benidorm si… come fly with me, let’s fly away!