Escuchar "No te rindas ante la depresión vence con la fe"
Síntesis del Episodio
Nuestras deficiencias psicológicas, carencias afectivas, contradicciones y conflictos, desorden interno, originan gran ansiedad, porque no nos sentimos completos en nosotros mismos, porque no hay armonía interior, porque no hemos resuelto nuestros problemas internos, por ello experimentamos una gran insatisfacción.
En el camino hacia la educación de la consciencia, hacia la madurez interior y la integración psíquica, la mente es uno de los retos que nos costará más pero el único que nos llevará a la estabilidad interior, a la sabiduría de vivir. Como durante años no hemos cultiva¬do, atendido y cuidado la mente, ésta se ha ido dispersando, dete¬riorando y neurotizando. La mente ha enfermado, ha entrado en un circuito viciado de reactividades que se retroalimentan creando confusión, desorden, insatisfacción y caos. Una mente así genera sufrimiento, tensión, división y conflicto. Es la mente de la gran mayoría de los seres humanos, que engendra avidez, ira, celos, envidia, vanidad, agresividad y otras trabas. Hemos dejado a nuestra mente a tontas y a locas sin buscar el verdadero camino que es la Sabiduría y así se nos impone, nos limita, esclaviza y embota.
Esta es preci¬samente la mente que hay que cambiar, modificar, transformar. Porque: La misma mente que es enemiga, puede ser amiga. La misma mente que es un obstáculo, puede convertirse en aliada. La misma mente que ata, es la que libera. La misma mente que es un impedimento, es una preciosa herramienta para la autorrealización.
Todo se vive, se piensa, se siente y se hace con la mente. Por ello la Palabra de Dios nos dice: ¡Cuida tu mente más que a nada en el mundo! Proverbios 4, 23 Pero todo depende de qué enfoque, alimento y atención concedemos a la mente, para bien o para mal.
Lo que la mente termi¬ne siendo, dependerá del trabajo que se lleve a cabo con ella. Este trabajo nadie puede realizarlo por nosotros. Nadie puede purificar la mente por nosotros. Si en el mundo hay tantos pro-blemas, desencuentros y horrores, es porque los problemas, desen¬cuentros y horrores comienzan en la mente. Si no aprendemos a so¬lucionar los problemas en la mente, ¿cómo podremos solucionarlos en el exterior? Mentes conflictivas, neuróticas y ávidas, hacen una sociedad conflictiva, neurótica y ávida. Debemos aprender a convivir con nuestra mente sin dejar nunca de educarla. Es insatisfactoria e indócil, pero puede volverse dócil y dichosa. La mente admite una radical transformación. Tal como es ahora, también podría ser de otra forma. Todas las faculta¬des de la mente pueden desarrollarse, pero lo más importante y prometedor: se pueden modificar los cimientos de la mente y pro¬porcionarle una nueva manera de vivenciar, mirar, relacionarse. No es un trabajo rápido ni fácil, pero la mente del año próximo será cómo nosotros vayamos haciéndola a cada momento hoy, aquí y ahora. Recogeremos la mente que cultivemos, como ahora hemos recogido la mente que hemos permitido. Todo está en la men¬te, en el sentido de que en última instancia todo (placer y dolor, alegría y descontento, paz o inquietud) lo experimentamos a través de la mente.
Poner orden en la mente es uno de los objetivos de nuestros “Talleres para saber vivir” basándonos en la fe adulta, el perdón incondicional, el amor verdadero y en la psicobiología y neurociencia cognitiva. El desorden engendra posterior desorden. Cuando hay desorden, hay insatis¬facción, incertidumbre, ansiedad y dolor. El desorden proviene de tantas contradicciones internas, enfoques incorrectos, aferramiento a puntos de vista, conflictos subconscientes, hábitos coagulados, si¬tuaciones inacabadas, frustraciones indigeridas, traumas insuperados y heridas aún abiertas. El desorden es visión incorrecta, confusión, caos, ofuscación. Nada hermoso puede surgir de este desorden. En el desorden anidan el apego, la agresividad, el autoengaño y los tó¬xicos mentales que a su vez generan más desorden. No hay belleza en el desorden, ni mucho menos armonía, ni por supuesto tranqui¬lidad.
Sin paz interior, ni siquiera el disfrute es disfrute. Hay muchos impedimentos en la mente: avidez, aversión, autoengaños, ignorancia, celos, agresividad, juicios equivocados, enfoques incorrectos, falsas interpretaciones, egocentrismo y tantos otros. No hay belleza, no hay compasión, no hay amor. Nosotros, que nos preo¬cupamos por limpiar nuestra habitación o nuestro hogar, que nos afanamos por vestir adecuadamente y que atendemos a la higiene del cuerpo, ¿cómo es posible que seamos tan despreocupados con nuestra mente y hagamos de ella un estercolero? Un estercolero que llevamos siempre con nosotros. Un almacén de odios, dudas, afanes neuróticos, afán de posesividad, resentimientos, miedo infundado, incomprensiones hacia otros porque somos incapaces de comprendernos a nosotros mismos y otras negativida¬des que conforman nuestra cárcel mental. Detengámonos a ver qué somos. Es interesante que nos pregunte¬mos por nuestra vida interior ya que siempre la llevamos encima, y que con nosotros estará hasta la muerte. Si uno tiene miedo a su miedo, ya hay dos mie¬dos. Nuestras resistencias neuróticas alimentan más neurosis. Sí se puede cambiar de la mano de Dios. Del mismo modo que nuestra mente un día se desvió y tomó el camino de la inseguridad, la negatividad y los pensa¬mientos poco provechosos, puede tomar el camino de las actitudes hermosas y los pensamientos benéficos.
En el camino hacia la educación de la consciencia, hacia la madurez interior y la integración psíquica, la mente es uno de los retos que nos costará más pero el único que nos llevará a la estabilidad interior, a la sabiduría de vivir. Como durante años no hemos cultiva¬do, atendido y cuidado la mente, ésta se ha ido dispersando, dete¬riorando y neurotizando. La mente ha enfermado, ha entrado en un circuito viciado de reactividades que se retroalimentan creando confusión, desorden, insatisfacción y caos. Una mente así genera sufrimiento, tensión, división y conflicto. Es la mente de la gran mayoría de los seres humanos, que engendra avidez, ira, celos, envidia, vanidad, agresividad y otras trabas. Hemos dejado a nuestra mente a tontas y a locas sin buscar el verdadero camino que es la Sabiduría y así se nos impone, nos limita, esclaviza y embota.
Esta es preci¬samente la mente que hay que cambiar, modificar, transformar. Porque: La misma mente que es enemiga, puede ser amiga. La misma mente que es un obstáculo, puede convertirse en aliada. La misma mente que ata, es la que libera. La misma mente que es un impedimento, es una preciosa herramienta para la autorrealización.
Todo se vive, se piensa, se siente y se hace con la mente. Por ello la Palabra de Dios nos dice: ¡Cuida tu mente más que a nada en el mundo! Proverbios 4, 23 Pero todo depende de qué enfoque, alimento y atención concedemos a la mente, para bien o para mal.
Lo que la mente termi¬ne siendo, dependerá del trabajo que se lleve a cabo con ella. Este trabajo nadie puede realizarlo por nosotros. Nadie puede purificar la mente por nosotros. Si en el mundo hay tantos pro-blemas, desencuentros y horrores, es porque los problemas, desen¬cuentros y horrores comienzan en la mente. Si no aprendemos a so¬lucionar los problemas en la mente, ¿cómo podremos solucionarlos en el exterior? Mentes conflictivas, neuróticas y ávidas, hacen una sociedad conflictiva, neurótica y ávida. Debemos aprender a convivir con nuestra mente sin dejar nunca de educarla. Es insatisfactoria e indócil, pero puede volverse dócil y dichosa. La mente admite una radical transformación. Tal como es ahora, también podría ser de otra forma. Todas las faculta¬des de la mente pueden desarrollarse, pero lo más importante y prometedor: se pueden modificar los cimientos de la mente y pro¬porcionarle una nueva manera de vivenciar, mirar, relacionarse. No es un trabajo rápido ni fácil, pero la mente del año próximo será cómo nosotros vayamos haciéndola a cada momento hoy, aquí y ahora. Recogeremos la mente que cultivemos, como ahora hemos recogido la mente que hemos permitido. Todo está en la men¬te, en el sentido de que en última instancia todo (placer y dolor, alegría y descontento, paz o inquietud) lo experimentamos a través de la mente.
Poner orden en la mente es uno de los objetivos de nuestros “Talleres para saber vivir” basándonos en la fe adulta, el perdón incondicional, el amor verdadero y en la psicobiología y neurociencia cognitiva. El desorden engendra posterior desorden. Cuando hay desorden, hay insatis¬facción, incertidumbre, ansiedad y dolor. El desorden proviene de tantas contradicciones internas, enfoques incorrectos, aferramiento a puntos de vista, conflictos subconscientes, hábitos coagulados, si¬tuaciones inacabadas, frustraciones indigeridas, traumas insuperados y heridas aún abiertas. El desorden es visión incorrecta, confusión, caos, ofuscación. Nada hermoso puede surgir de este desorden. En el desorden anidan el apego, la agresividad, el autoengaño y los tó¬xicos mentales que a su vez generan más desorden. No hay belleza en el desorden, ni mucho menos armonía, ni por supuesto tranqui¬lidad.
Sin paz interior, ni siquiera el disfrute es disfrute. Hay muchos impedimentos en la mente: avidez, aversión, autoengaños, ignorancia, celos, agresividad, juicios equivocados, enfoques incorrectos, falsas interpretaciones, egocentrismo y tantos otros. No hay belleza, no hay compasión, no hay amor. Nosotros, que nos preo¬cupamos por limpiar nuestra habitación o nuestro hogar, que nos afanamos por vestir adecuadamente y que atendemos a la higiene del cuerpo, ¿cómo es posible que seamos tan despreocupados con nuestra mente y hagamos de ella un estercolero? Un estercolero que llevamos siempre con nosotros. Un almacén de odios, dudas, afanes neuróticos, afán de posesividad, resentimientos, miedo infundado, incomprensiones hacia otros porque somos incapaces de comprendernos a nosotros mismos y otras negativida¬des que conforman nuestra cárcel mental. Detengámonos a ver qué somos. Es interesante que nos pregunte¬mos por nuestra vida interior ya que siempre la llevamos encima, y que con nosotros estará hasta la muerte. Si uno tiene miedo a su miedo, ya hay dos mie¬dos. Nuestras resistencias neuróticas alimentan más neurosis. Sí se puede cambiar de la mano de Dios. Del mismo modo que nuestra mente un día se desvió y tomó el camino de la inseguridad, la negatividad y los pensa¬mientos poco provechosos, puede tomar el camino de las actitudes hermosas y los pensamientos benéficos.
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