¿Sabes? Antes de que Jesús naciera, la bondad de Dios se hallaba también oculta porque ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero.... cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella.

La Palabra de Dios dice que efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por los profetas. Y decía: “Yo tengo designios de paz y no de aflicción”. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo van a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? Por ello, los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio?

Pero ahora los seres humanos tendrán que creer con sus propios ojos, ya que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso su tienda al sol.
Y de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío, de su realidad. Ya no es anuncio profético, sino que su presencia está entre nosotros, acá en la profundidad del ser. Dios ha vaciado sobre la tierra, sobre cada corazón, sobre cada ser humano toda su misericordia; y esa misericordia hizo chuza en el nacimiento, en la vida, y en la pasión de Jesús para que se derramara nuestro precio, oculto en un Pequeño Bebé lleno de amor o mejor, un Pequeño Bebé que es el amor mismo de Dios.
Un niño -en quien habita toda la plenitud de la divinidad- se nos ha dado, pero. Dios mismo, el Amor verdadero vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes no conocían el amor, en la aparición de su humanidad pudiéramos reconocer su extraordinaria bondad.
Hoy ya no nos queda duda de que Dios nos ama. Y nos ama porque nos ama, simplemente porque sí. Nos quiere felices, nos quiere libres de paradigmas errados, nos quiere libres de ataduras emocionales, nos quiere libres en el amor, en Jesús, nos quiere nuevos, en ese Pequeño de Belén.

Ver todos los episodios