Verdad: El nacimiento de la santísima Virgen, por quien vino la salvación
del mundo y cuya existencia gloriosa ilumina a toda la Iglesia, es
día de regocijo y alegría, pues de María viene la luz que iluminará a las
naciones que viven en tiniebla y en sombra de muerte. María sobresale
entre los humildes y pobres del Señor que reciben y esperan de Él la
salvación; en ella se cumple la salvación de los tiempos. En efecto, ¿qué
otra explicación tiene, entonces, el que Dios haya fijado su mirada en
la humildad de una joven campesina de Nazaret, y, sobre todo, haya
sido escogida de antemano y elegida para “reproducir la imagen de su
Hijo”, para llevar en su seno al salvador del mundo, sino la pureza de su
corazón, la consistencia de su fe y la grandeza de su humildad?
No en vano san Mateo recalca que las promesas de Dios se hacen
realidad gracias a una mujer que, desde su humildad, supo captar el
paso de Dios por nuestra historia. La figura de María es relevante por
haber participado del plan de salvación, por haber creído a la Palabra
del Señor, por su silencio y su mirada de fe ante la compleja realidad a
la que se enfrentaba. Por su convicción, María es el prototipo de quien
lo arriesga todo por escuchar la Palabra, por vivir la fe con discreción,
por no buscar explicación racional al plan de Dios, sino aceptarlo desde
la razón, por sufrir y por comprender todo el misterio que rodea al
ser humano.

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