Verdad: En la fiesta de Nuestra Señora de la Merced contemplamos la figura de la mujer con rasgos liberadores. Pues Dios se vale de ellas para realizar su proyecto de salvación. Por eso María, como las grandes mujeres del Antiguo Testamento, canta la gloria de Dios que libera a su pueblo de la esclavitud. Judit ha realizado una obra que ha traído la dicha al pueblo, y auguran para ella la bendición divina. Pablo reconoce que es por la disposición de una mujer que Dios ha entrado en la historia humana, haciéndose miembro vivo de su comunidad. Jesús, al terminar su vida terrena, entrega a María el cuidado de los hijos. En nuestros pueblos latinoamericanos María tiene un lugar de privilegio en la lucha por la justicia y la paz. La herencia salvífica de los hijos de Dios pasa por la obediencia de una mujer, María, y su gran disposición para otorgarnos al Verbo en su carne, en sus obras, en la justicia, en la acogida de todo lo humano. Ella asume las últimas palabras de su Hijo crucificado, “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, como voluntad divina y pone en movimiento todo su potencial para corresponder al pedido con solicitud materna y como portadora de un mensaje de justicia y liberación, tal como Lucas lo describe en el cántico del Magnificat. Por eso los cristianos están convencidos de que en ella tienen refugio seguro, poderosa defensora y fiel intercesora ante el trono de la gracia y la misericordia.

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