Verdad: La primera lectura destaca algunos rasgos distintivos del apóstol de todos los tiempos: humilde, amable y paciente. “Esta disposición del alma por la que están siempre preparados a buscar no su voluntad, sino la de Aquel que los envió” (PO 15) se aplica a todo fiel cristiano, en cuanto todos somos llamados a ser servidores del Reino. Cuánto mejoraría nuestra convivencia diaria si nos esforzáramos por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz, teniéndonos paciencia y soportándonos unos a otros con amor. No olvidemos que todos hemos recibido diversidad de dones para la edificación y el crecimiento de la comunidad, hasta llegar a la plenitud de la madurez en Jesucristo. Ante Dios todos somos aptos para trabajar por el Reino. Pero acontece que, cuando se busca candidatos para el servicio de la Iglesia o para cualquier cargo específico, nos detenemos en su hoja de vida, en su perfil profesional, en sus capacidades, en su “pasado” judicial, en su “pureza” de sangre... y no en personas generosas, capaces de tomar decisiones ponderadas, sin miedo y sin escrúpulos para permitir que el Maestro entre en su casa. Si Jesús hubiera pensado como nosotros, Mateo jamás hubiera hecho parte de su grupo, pues no encaja en el “cuadro de honor”. Jesús no mira el pasado sino la disposición del corazón. Y Él lo puede hacer porque cuenta con la sabiduría del Espíritu. Por eso Él sólo dice: “Ven y sígueme”. Cuánta falta nos hace contar con el Espíritu de Dios a la hora de tomar decisiones y de juzgar a las personas.

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