Verdad: La liturgia de hoy quiere alertarnos sobre el peligro de la vanidad,
el orgullo y la autosuficiencia, que ponen al hombre en el centro
de la vida, desplazando de la misma a Dios y a la comunidad. Y de lo
primero que tenemos que tener cuidado, dice Pablo, es de la sabiduría
que se obtiene sólo de la experiencia humana, del conocimiento del
mundo, que vuelve al sabio tan arrogante que, incluso, quiere ocupar
el lugar de Dios y llevar a sus seguidores a la idolatría. La humanidad
necesita de hombres sabios que los guíen hacia el desarrollo, pero éstos
deben estar revestidos de humildad, reconociendo su respectivo lugar:
que el centro del mundo, de la vida, de la comunidad es Cristo Jesús.
Pedro reconoce la centralidad de Jesús en la nueva humanidad; por
eso, a pesar de la desilusión de no haber pescado nada en toda la noche,
confía en su Palabra y lo que obtiene es tan sorprendente, que no
duda un instante en reconocerse un ignorante, indigno, ante el Logos
(Sabiduría) de Dios y ponerse a su servicio. Y Jesús, que no ha venido
a condenar a nadie, sino a salvar a los pecadores, pronuncia dos palabras
que debemos tener siempre presente y que deben alentarnos en
todo momento: “No temas”. Si ponemos a Jesús en el centro de nuestra
vida, reconociendo que todo lo que somos y tenemos viene del amor
de Dios, no hay nada que temer.

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