Recuerdo que, en cierta ocasión en una de las clases de la universidad, un maestro se molestó bastante porque un compañero se había quedado dormido. Ciertamente era un buen alumno, muy inteligente, pero le faltaba orden en su vida.
Cuando el maestro lo vio recostado en el pupitre, le pegó un grito y le dijo: “despiértese, está en clase, no en un hotel para que se duerma; de seguro anoche, en lugar de dormir andaba en la fiesta muy contento”.
He querido comenzar con la anécdota anterior porque muchas veces en nuestra vida nos encontramos muy distraídos y no aprendemos lo que de verdad deberíamos de aprender. Hoy, en el Evangelio de Lc 9, 18-22, vamos a escuchar que Jesús les pregunta a sus discípulos sobre su persona, quería ver qué tanto habían aprendido de él.

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