¿Y si tuvieramos un mapa de la vida? Con sus monumentos y calles principales, con el horario de los transportes y una lista valorada de sitios para dormir y comer.

Si tuviéramos un mapa con los nombres que han de besar nuestros labios, ¿los reconoceríamos al primer vistazo o, como es costumbre, tendríamos que perdernos una par de veces hasta topárnoslos de frente?

La vida es un viaje y los viajes son el relleno de los mapas. Si tuviéramos un mapa, sabríamos por donde ir en cada encrucijada, qué parada es la nuestra y en dónde hay buenas vistas para hacernos un selfie con el porvenir.

Aunque, no sé... Las veces que he tenido mapas, al final, de tanto doblarlos y desdoblarlos sin cuidado acaban olvidados en el bolsillo trasero del pantalón, o encima de la mesilla de la habitación. O en el fondo de la maleta.

Porque prefiero perderme y aprender, porque nunca he sabido leer los mapas, porque no soy partidario de poner cruces rojas en el plano, creo que, si tuviéramos un mapa, yo lo guardaría en un cajón y saldría a la calle a encontrarte donde te encuentro siempre, en ese sitio en el que menos me imaginaba que estarías.

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