La casa como espacio de planificación y organización del hogar. Las tareas de cuidado y la función materna como característica central. Aún siendo el hogar, el lugar por excelencia para la violencia machista, que no cesa, allí también es posible buscar rastros de esas tácticas poderosas, de agencias femeninas con la potencia de transformar el statu quo.
Existe un modo, liberal y moderno, de concebir a las mujeres madres como sujetas meramente oprimidas, ocupando lugares inactivos, sagrados y frágiles. Una disputa por el significante que no debe encontrarlas en el lugar donde el enemigo las quiere, construyéndolas como madres estigmatizadas y recluidas en la casa.
Aún entendiendo que hay una clara inequidad en las responsabilidades adjudicadas a padres y madres en el sistema, tal y como está: patriarcal y violento; es preciso observar cómo la función de madre puede también ser llevada hacia sentidos que evoquen espacios de liberación.
Una vez el trabajo doméstico es reconocido y visibilizado la mutación se convierte en preguntas nuevas y esas preguntas implican siempre, en el feminismo, reivindicaciones. Las tareas de cuidado y el trabajo emocional llevado adelante por mujeres son puestos en valor y la pregunta que inevitablemente emerge es por qué esos esfuerzos no pueden ser compartidos con varones.
No son sólo los roles y atributos masculinos los que deben ser democratizados: una vez se instala en la arena pública el aporte invaluable de las mujeres en términos del sostenimiento de la vida y la sociedad, es momento de democratizar también su acceso a los varones. Y como cualquier otra democracia, ésta implica derechos y  responsabilidades.
Formas nuevas de ejercer la paternidad aparecen para recordar que el amor y la dedicación no son de exclusividad materna, sino humana; familias no heteronormadas salen del closet y exigen derechos.

Créditos:
Me arrepiento- Rozalén.
A mi nadie me levanta la voz- Bebe.

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