Imaginen por un momento las calles empedradas de la Zamora de antaño, cuando el alba se anunciaba no con el ruido de motores, sino con el cliqueteo metálico de los cántaros y el paso acompasado de un burro sobre el adoquín. En ese escenario, una figura destacaba por su importancia en la vida diaria de cada hogar: la lechera. Con su porte firme y su mercancía vital, representaba mucho más que un simple oficio; era un pilar de la comunidad, un vínculo directo entre el campo y la ciudad. Este relato es un viaje a través del tiempo para narrar la historia de estas mujeres y hombres, la evolución de su labor y su inevitable desaparición ante el avance de la industria moderna.La leche que se vendía entonces era radicalmente distinta a la actual. Era un producto fresco, recién ordeñado y sin procesar, que llegaba a las casas con una característica capa de nata abundante. Esta nata no se desperdiciaba; las familias la aprovechaban para elaborar postres caseros tradicionales. Sin embargo, esta frescura conllevaba riesgos, por lo que era un ritual indispensable en cada cocina hervir la leche concienzudamente para eliminar posibles patógenos y evitar enfermedades.Ante la imposibilidad de continuar con la venta directa, la alternativa para los ganaderos fue unirse en cooperativas. De este modo, podían agrupar su producción y venderla a grandes centrales lecheras que se encargarían del procesamiento, envasado y distribución, cumpliendo con todas las garantías sanitarias.El ejemplo más emblemático de este nuevo modelo en Zamora es Leche GAZA (Ganaderos de Zamora). Fundada en 1966 por un grupo de ganaderos locales que decidieron unir sus fuerzas, GAZA se convirtió rápidamente en la marca de referencia en la provincia y un símbolo de la modernización del sector.

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