Escuchar "Coomonte,la forja de un genio Zamorano"
Síntesis del Episodio
Con la sobriedad castellana que siempre definió su obra, el arte español se despide de una de sus figuras más singulares. El 4 de diciembre de 2025, a los 93 años de edad, ha fallecido el escultor José Luis Alonso Coomonte. Su propia voz, recogida en una de sus reflexiones más íntimas, resuena hoy como el epitafio perfecto para una vida entregada a la materia y a la memoria:
“Toda mi vida he navegado por el Duero sin moverme de mi orilla. Cruzo puentes sin barandas. Regreso de Portugal a contracorriente una y otra vez, y otra. Castilla, Zamora, se desborda en mares de paja seca y me ha enseñado sus piedras: un tronco que esconde la historia; una ermita abandonada; una hogaza caliente. Esto me ha dado mi tierra: un cincel, una fragua. Supe como moldear el aire, aún tengo que aprender cómo esculpir el agua”.
Presentar a José Luis Alonso Coomonte únicamente como escultor sería limitar la magnitud de su figura. Fue, ante todo, una fuerza elemental de Castilla, un «trabajador de las formas» cuya existencia fue un diálogo ininterrumpido y profundo con su tierra, sus materiales y su historia. Su trayectoria no fue meramente la de un artista, sino la de un pensador de la materia que supo interrogar la relación entre la herencia artesanal y la vanguardia conceptual. Este análisis recorrerá el camino de un artista que supo moldear el metal como si fuera aire, dejando una huella imborrable en el paisaje artístico español.Para comprender la gramática formal de Coomonte, es imprescindible regresar a sus orígenes en Benavente. ¿Cómo forjó su sensibilidad un entorno donde el paisaje castellano de «mares de paja seca» y «piedras» era el horizonte cotidiano? La respuesta no yace en la academia, sino en la herencia dual de los oficios paternos, que se convertirían en la base conceptual de toda su producción posterior: el rigor estructural de la madera y la alquimia transformadora de la masa.La formación de Coomonte se articula en torno a una aparente paradoja que, en su obra, se resuelve como una síntesis magistral: la disciplina técnica de la academia española tradicional y la conmoción conceptual provocada por su encuentro con la vanguardia europea. Su genio no residió en rechazar la tradición en favor de la modernidad, sino en su capacidad para interpretar la vanguardia como la continuación natural de la herencia artesanal a través de nuevos medios tecnológicos y materiales.
Su trayectoria en esta década crucial se puede sintetizar en los siguientes hitos:
Educación Formal: Entre 1950 y 1954, estudió en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Bajo la tutela de profesores como Eduardo Capa, adquirió una base técnica rigurosa que, aunque anclada en la estética inmovilista del franquismo, le proporcionó un dominio del oficio que él mismo consideró fundamental.
• Primeras Obras Sacras: Su destreza fue reconocida tempranamente. En 1953, aún estudiante, talló en madera el Nuestro Señor Flagelado para la Cofradía del Silencio de Benavente, seguido en 1955 por el Cristo para Santa Lucía de Gordón (León), obras que consolidaron su prestigio inicial.
• El Viaje a París: En 1955, un viaje de fin de estudios a París supuso una revelación que redefinió su lenguaje. El descubrimiento de la obra de Pablo Gargallo, Brancusi y, de manera fundamental, Julio González, le mostró un nuevo universo. Fue González quien le reveló la clave conceptual de su futura obra: la posibilidad de "dibujar en el espacio" con hierro soldado, liberando a la escultura de la tiranía de la masa sólida. Esta idea prefiguraba directamente la poética de Coomonte, la de un hombre que aprendería a "moldear el aire".
Tras unos comienzos difíciles en un taller de la Calle Luna en Madrid, regresó a Benavente. Allí, lejos de claudicar, estableció un taller de forja y se sumergió en el aprendizaje del arte del herrero. Fue en esa fragua donde comenzó su idilio definitivo con el hierro, el material que definiría su carrera. Se estaba preparando, sin saberlo
“Toda mi vida he navegado por el Duero sin moverme de mi orilla. Cruzo puentes sin barandas. Regreso de Portugal a contracorriente una y otra vez, y otra. Castilla, Zamora, se desborda en mares de paja seca y me ha enseñado sus piedras: un tronco que esconde la historia; una ermita abandonada; una hogaza caliente. Esto me ha dado mi tierra: un cincel, una fragua. Supe como moldear el aire, aún tengo que aprender cómo esculpir el agua”.
Presentar a José Luis Alonso Coomonte únicamente como escultor sería limitar la magnitud de su figura. Fue, ante todo, una fuerza elemental de Castilla, un «trabajador de las formas» cuya existencia fue un diálogo ininterrumpido y profundo con su tierra, sus materiales y su historia. Su trayectoria no fue meramente la de un artista, sino la de un pensador de la materia que supo interrogar la relación entre la herencia artesanal y la vanguardia conceptual. Este análisis recorrerá el camino de un artista que supo moldear el metal como si fuera aire, dejando una huella imborrable en el paisaje artístico español.Para comprender la gramática formal de Coomonte, es imprescindible regresar a sus orígenes en Benavente. ¿Cómo forjó su sensibilidad un entorno donde el paisaje castellano de «mares de paja seca» y «piedras» era el horizonte cotidiano? La respuesta no yace en la academia, sino en la herencia dual de los oficios paternos, que se convertirían en la base conceptual de toda su producción posterior: el rigor estructural de la madera y la alquimia transformadora de la masa.La formación de Coomonte se articula en torno a una aparente paradoja que, en su obra, se resuelve como una síntesis magistral: la disciplina técnica de la academia española tradicional y la conmoción conceptual provocada por su encuentro con la vanguardia europea. Su genio no residió en rechazar la tradición en favor de la modernidad, sino en su capacidad para interpretar la vanguardia como la continuación natural de la herencia artesanal a través de nuevos medios tecnológicos y materiales.
Su trayectoria en esta década crucial se puede sintetizar en los siguientes hitos:
Educación Formal: Entre 1950 y 1954, estudió en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Bajo la tutela de profesores como Eduardo Capa, adquirió una base técnica rigurosa que, aunque anclada en la estética inmovilista del franquismo, le proporcionó un dominio del oficio que él mismo consideró fundamental.
• Primeras Obras Sacras: Su destreza fue reconocida tempranamente. En 1953, aún estudiante, talló en madera el Nuestro Señor Flagelado para la Cofradía del Silencio de Benavente, seguido en 1955 por el Cristo para Santa Lucía de Gordón (León), obras que consolidaron su prestigio inicial.
• El Viaje a París: En 1955, un viaje de fin de estudios a París supuso una revelación que redefinió su lenguaje. El descubrimiento de la obra de Pablo Gargallo, Brancusi y, de manera fundamental, Julio González, le mostró un nuevo universo. Fue González quien le reveló la clave conceptual de su futura obra: la posibilidad de "dibujar en el espacio" con hierro soldado, liberando a la escultura de la tiranía de la masa sólida. Esta idea prefiguraba directamente la poética de Coomonte, la de un hombre que aprendería a "moldear el aire".
Tras unos comienzos difíciles en un taller de la Calle Luna en Madrid, regresó a Benavente. Allí, lejos de claudicar, estableció un taller de forja y se sumergió en el aprendizaje del arte del herrero. Fue en esa fragua donde comenzó su idilio definitivo con el hierro, el material que definiría su carrera. Se estaba preparando, sin saberlo
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