Lc 24,46-53:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo). Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.


Quedaos en la ciudad.
Quédate.
Me dices que me quede.
Que espere.
¿Hasta cuando?
Hasta que venga tu fuerza.
Hasta que el Padre cumpla su promesa.
Jesús.
Yo solo pensando en qué voy a hacer en verano.
Donde iré.
Con quién.
Cuanto tiempo.
Tú estás a otras historias. Me dices que viva esperándote, que viva sabiendo que me darás tu fuerza, la que viene de lo alto, por eso debo esperarla abajo. Más abajo. Y siempre alegre. Siempre abajo. Siempre haciéndo de cada circunstancia un canto que te bendiga. Tal vez esa promesa la cumplas cuando me saques Tú de la ciudad. Como a los apósotoles. Me pides que me quede en mi ciudad, y ya me sacarás cuando quieras para darme aquello que me quieras dar. Tal vez lo hagas en Jerusalén. Tal vez no. Y cuando pase, vuelva nuevo.
Pero sea lo que sea, sea siempre lo que Tú quieras. Como Tú quieras. Cuando Tú quieras.

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