Recibí una carta inesperada una noche, una invitación a una peregrinación que, según me dijeron, debía seguir sin desviarme. Con la carta, venía una lista de reglas extrañas: caminar solo de día, no mirar las cruces rotas, evitar mi propio reflejo en el agua. Cada regla parecía absurda hasta que rompí una, y algo empezó a acecharme desde las sombras. A medida que avanzaba, entendí que no era una simple peregrinación, sino un ritual oscuro, un sacrificio en el que mi propia voluntad se desmoronaba. Al final, comprendí que había sido elegido para alimentar una fuerza antigua, y que mi lugar en el ciclo sería pronto ocupado por otro.

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