Me mudé a una casa en un vecindario aparentemente tranquilo, pero pronto descubrí que nada era normal. Una lista de reglas extrañas llegó a mi puerta: saludar al vecino cada mañana, no mirar su jardín al anochecer, responder a golpes en la pared, y otras instrucciones inquietantes. Al principio, pensé que era una broma, pero pronto las consecuencias de ignorar las reglas se volvieron claras. Cada noche, algo en las sombras se acercaba más, y la figura de mi vecino, alta y sin rostro, parecía observar cada uno de mis movimientos. Seguir las reglas era la única manera de sobrevivir... hasta que rompí una.

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