LA CARRERA CRISTIANA.

A una maratón olímpica asisten un centenar de personas para ver competir a los mejores atletas de esa rama. Los atletas para dar un buen espectáculo a los espectadores, se tienen que desprender de todo el peso que les estorba para agilitar sus pasos y llegar más rápido a la meta y obtener la victoria. El escritor de la carta a los Hebreos y al igual que otros discípulos de Cristo como el apóstol Pablo, ven una similitud entre la maratón olímpica y la vida cristiana, por eso, nos da estas recomendaciones a cada uno de nosotros. “Por lo tanto, ya que estamos rodeados por una enorme multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante.” Hebreos 12:1 NTV.

Sin ninguna duda, la vida cristiana es similar a una competencia atlética, y todos los que intervienen en ella deben dar lo mejor sin desfallecer para llegar a la meta final. Esta carrera cristiana requiere que pongamos a un lado todo lo que ponga en peligro nuestra relación con Dios, y nos desvié de nuestra meta final.

Debemos despojarnos del peso del pecado que puede impedir que avancemos con agilidad. La idolatría, la inmoralidad sexual, y la incredulidad son algunos de los pecados que pueden causarnos peso para que avancemos en nuestra carrera, y muchas veces nos puede hacer tropezar y hacer que quedemos relegados en esta carrera. Otros pesos que nos puede obstaculizar nuestro avance a la meta pueden ser: las posesiones materiales, los vínculos familiares, el amor a la comodidad, la falta de movilidad. Para poder llegar a la meta debemos correr con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Debemos despojarnos de todas las cargas que nos puedan hacer tropezar e impedir que lleguemos al premio de la suprema gracia.

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