Escuchar "Luna nueva en Escorpio. 1/11. Drenarse."
Síntesis del Episodio
Como en cada luna nueva y llena, nuestro informe.
¡feliz luna nueva!
No voy a escaparme más,
lo prometo
(...) incluso si el barco naufraga
lo prometo
Radiohead
Esta luna nueva nos invita a permanecer mirando lo que duele, pero no como un regocijo que nos ancle al sufrimiento, sino permanecer como un modo de atravesar. No correr, no escapar, no eludir ni aplazar más aquellas cosas que necesitamos tramitar y procesar.
Dejar que el dolor retenido en el cuerpo se vaya, que abandone lentamente el cuerpo, requiere un momento pasivo de reposo y distensión que nos habilita a permitir que algo salga. Soltar no es algo que se haga, es algo que se acepta, algo a lo que nos rendimos o a lo que nos enfrentamos. Perdemos, cedemos, entregamos, y eso trae un alivio enorme, aunque a veces para llegar a él tengamos que atravesar la angustia.
Los traumas que están todavía apretando nuestro cuerpo nos piden, en esta luna nueva, ser mirados. Ante el espanto, tenderemos a querer huir. No siempre la huida es fruto de la cobardía, a veces replegarse es la opción más sabia, más saludable. Pero sabremos reconocer el momento en donde huir es más dañino, más pernicioso que permanecer. Mirar lo que nos duele, lo que nos ha dolido, libera. Más temprano que tarde, libera.
Quizás la emoción aflore sin nombre, sin palabras, sin representación en esta luna nueva. Ese puede ser el modo en el que logremos alojar las emociones y sensibilidades que sólo necesitan eso: ser alojadas, bienvenidas, recibidas. En el intento de comprender, de darle palabras, de interpretar lo que nos habita muchas veces sólo nos perdemos, hacemos un ruido innecesario. Dejar que algo se mueva adentro, debajo de la piel, entre la carne y los huesos, dejar que salga, que se vaya.
Esta luna nos permite también reordenar nuestro mundo interior para dejar de estar tan tomadxs, tan condicionadxs por la exigencia. Registrar lo que perseguimos al exigirnos, registrar de qué nos protegemos con la exigencia. Para poder dejar salir de nuestro cuerpo las capas de exigencia cruel que hemos construido, necesitamos apoyarnos en un suelo firme. Una firmeza que no necesita ser eterna, porque tampoco será eterna nuestra pisada. Unos días bastan para que las serpientes cambien la piel. Unos días son suficientes para que las arañas muden su esqueleto externo.
Lo muerto necesita un espacio. A pesar de lo intangible que pueda parecer, a pesar de lo difícil de concebirlo, lo muerto necesita un espacio. Podemos alojarlo adentro o afuera del cuerpo, con un sinfín de matices. Retener lo putrefacto nos daña. Posarnos en la fuerza creativa de lo heredado nos potencia. Dejar adentro los restos fértiles y afuera la carga morbosa de lo muerto es prodigioso, aunque nunca lleguemos a hacerlo completamente, es un vector interesante para pensar nuestra relación con lo que ya no existe más, con lo que nunca existió.
En la vida, en el vivir, hay algo siempre excesivo. Algo desborda, no es controlable, incluso a veces ni siquiera visible. Vivir es tejer una trama armónica con lo intangible, con lo que no tiene palabras. Mientras más reaccionamos a lo opaco, más nos asusta. Hay tanto que no podemos entender, que es posible nadar en ese misterio con la fuerza activa de nuestra confianza moviéndonos entre las mareas silenciosas.
Visualización
En una caverna oscura algo se mueve. No hay luz, pero en la piel pueden percibirse las variaciones en el aire, los sonidos sutiles del suelo y las paredes. Faltan algunas horas para el amanecer y, recién entonces, la claridad entrará suavemente, iluminando apenas la profundidad de la cueva. Mientras dura la noche, sólo es posible confiar en la persistencia de la vida.
¡feliz luna nueva!
No voy a escaparme más,
lo prometo
(...) incluso si el barco naufraga
lo prometo
Radiohead
Esta luna nueva nos invita a permanecer mirando lo que duele, pero no como un regocijo que nos ancle al sufrimiento, sino permanecer como un modo de atravesar. No correr, no escapar, no eludir ni aplazar más aquellas cosas que necesitamos tramitar y procesar.
Dejar que el dolor retenido en el cuerpo se vaya, que abandone lentamente el cuerpo, requiere un momento pasivo de reposo y distensión que nos habilita a permitir que algo salga. Soltar no es algo que se haga, es algo que se acepta, algo a lo que nos rendimos o a lo que nos enfrentamos. Perdemos, cedemos, entregamos, y eso trae un alivio enorme, aunque a veces para llegar a él tengamos que atravesar la angustia.
Los traumas que están todavía apretando nuestro cuerpo nos piden, en esta luna nueva, ser mirados. Ante el espanto, tenderemos a querer huir. No siempre la huida es fruto de la cobardía, a veces replegarse es la opción más sabia, más saludable. Pero sabremos reconocer el momento en donde huir es más dañino, más pernicioso que permanecer. Mirar lo que nos duele, lo que nos ha dolido, libera. Más temprano que tarde, libera.
Quizás la emoción aflore sin nombre, sin palabras, sin representación en esta luna nueva. Ese puede ser el modo en el que logremos alojar las emociones y sensibilidades que sólo necesitan eso: ser alojadas, bienvenidas, recibidas. En el intento de comprender, de darle palabras, de interpretar lo que nos habita muchas veces sólo nos perdemos, hacemos un ruido innecesario. Dejar que algo se mueva adentro, debajo de la piel, entre la carne y los huesos, dejar que salga, que se vaya.
Esta luna nos permite también reordenar nuestro mundo interior para dejar de estar tan tomadxs, tan condicionadxs por la exigencia. Registrar lo que perseguimos al exigirnos, registrar de qué nos protegemos con la exigencia. Para poder dejar salir de nuestro cuerpo las capas de exigencia cruel que hemos construido, necesitamos apoyarnos en un suelo firme. Una firmeza que no necesita ser eterna, porque tampoco será eterna nuestra pisada. Unos días bastan para que las serpientes cambien la piel. Unos días son suficientes para que las arañas muden su esqueleto externo.
Lo muerto necesita un espacio. A pesar de lo intangible que pueda parecer, a pesar de lo difícil de concebirlo, lo muerto necesita un espacio. Podemos alojarlo adentro o afuera del cuerpo, con un sinfín de matices. Retener lo putrefacto nos daña. Posarnos en la fuerza creativa de lo heredado nos potencia. Dejar adentro los restos fértiles y afuera la carga morbosa de lo muerto es prodigioso, aunque nunca lleguemos a hacerlo completamente, es un vector interesante para pensar nuestra relación con lo que ya no existe más, con lo que nunca existió.
En la vida, en el vivir, hay algo siempre excesivo. Algo desborda, no es controlable, incluso a veces ni siquiera visible. Vivir es tejer una trama armónica con lo intangible, con lo que no tiene palabras. Mientras más reaccionamos a lo opaco, más nos asusta. Hay tanto que no podemos entender, que es posible nadar en ese misterio con la fuerza activa de nuestra confianza moviéndonos entre las mareas silenciosas.
Visualización
En una caverna oscura algo se mueve. No hay luz, pero en la piel pueden percibirse las variaciones en el aire, los sonidos sutiles del suelo y las paredes. Faltan algunas horas para el amanecer y, recién entonces, la claridad entrará suavemente, iluminando apenas la profundidad de la cueva. Mientras dura la noche, sólo es posible confiar en la persistencia de la vida.
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