Roberto Bueno Hernández

En España, y en el mundo, la región del Priorat (Tarragona) es conocida por sus excelentes vinos. Su complicada orografía, llena de agrestes colinas difíciles de aterrazar, y sus profundos barrancos, de los que es difícil sacar agua por los acusados estiajes, hizo de esta región una de las más despobladas de Cataluña. Ahora corren otros tiempos, para la gente y las tierras. El auge de la cultura del vino ha animado a propios y foráneos a trabajar sus tierras con el cultivo que mejor se adapta a sus suelos pizarrosos y calizos: el viñedo, que no necesita mucha agua para crecer. La tecnología se ha puesto al servicio de la preparación de las empinadas laderas. El aterrazamiento de cultivos con maquinaria especializada, guiada por topografía láser de última generación, es mucho más fácil. La nivelación precisa de los terrenos permite el óptimo aprovechamiento del agua de riego necesario que, en el caso de algunos viñedos de la zona, se obtiene del agua que aporta el nivel freático del río Siruana en el pozo de una mina abandonada. El viejo Priorat y las nuevas tecnologías se han unido, dando lugar a la aparición de nuevos y sorprendentes paisajes humanos como este piramidal viñedo.

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