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Síntesis del Episodio
Episodio 12 – Los diez barrios: un laberinto de vida
La judería de Calatayud fue una de las más extensas de Aragón y llegó a tener diez barrios perfectamente documentados: Burgimalaco, Villanueva, Paprota, Coracha, la Sinagoga Mayor, Torremocha, Quatorze, la Entrada, San Andrés y el Barrio Nuevo.
Cada uno de ellos constituía un microcosmos:
Burgimalaco, corazón de la judería vieja.
Villanueva, expansión extramuros del siglo XIV.
Paprota, con sus casas cueva excavadas en la peña.
Coracha, junto a la muralla defensiva.
Sinagoga Mayor, centro espiritual de la comunidad.
Torremocha, el barrio vigilado desde la gran atalaya.
Quatorze, con sus calles estrechas y sinuosas.
La Entrada, puerta simbólica de acceso a la aljama.
San Andrés, vinculado a las murallas altas.
Y el Barrio Nuevo, destruido en 1362 y recuperado por la arqueología.
La vida en estos barrios estaba marcada por la proximidad y la solidaridad: calles angostas, casas encaladas, fachadas con ventanas azules, posadas, hornos comunales, carnicerías, hospitales, cofradías y sinagogas pequeñas que completaban la red espiritual y social.
Los diez barrios eran como un laberinto vivo, donde el murmullo del mercado, el sonido de la lengua judeoespañola y las oraciones hebreas llenaban el aire. En ellos convivían comerciantes, artesanos, sabios y familias humildes, todos formando una comunidad que, a pesar de persecuciones y dificultades, floreció durante siglos.
La judería de Calatayud fue una de las más extensas de Aragón y llegó a tener diez barrios perfectamente documentados: Burgimalaco, Villanueva, Paprota, Coracha, la Sinagoga Mayor, Torremocha, Quatorze, la Entrada, San Andrés y el Barrio Nuevo.
Cada uno de ellos constituía un microcosmos:
Burgimalaco, corazón de la judería vieja.
Villanueva, expansión extramuros del siglo XIV.
Paprota, con sus casas cueva excavadas en la peña.
Coracha, junto a la muralla defensiva.
Sinagoga Mayor, centro espiritual de la comunidad.
Torremocha, el barrio vigilado desde la gran atalaya.
Quatorze, con sus calles estrechas y sinuosas.
La Entrada, puerta simbólica de acceso a la aljama.
San Andrés, vinculado a las murallas altas.
Y el Barrio Nuevo, destruido en 1362 y recuperado por la arqueología.
La vida en estos barrios estaba marcada por la proximidad y la solidaridad: calles angostas, casas encaladas, fachadas con ventanas azules, posadas, hornos comunales, carnicerías, hospitales, cofradías y sinagogas pequeñas que completaban la red espiritual y social.
Los diez barrios eran como un laberinto vivo, donde el murmullo del mercado, el sonido de la lengua judeoespañola y las oraciones hebreas llenaban el aire. En ellos convivían comerciantes, artesanos, sabios y familias humildes, todos formando una comunidad que, a pesar de persecuciones y dificultades, floreció durante siglos.