Escuchar "El juego"
Síntesis del Episodio
Empecé a escribir versos cuando era muy niño, primero por imitación, luego por fijación y más tarde por placer. Lo hago hasta el día de hoy y no sé cuantos poemas, muchos, sin duda, permanecen por ahí desperdigados en las ya polvosas estanterías virtuales de lo que hoy metafóricamente llaman “la nube”.
La poesía es hoy para mí una broma, o para decirlo con mayor precisión, un juego. La página en blanco es un arenero en el que me divierto como niño levantando efímeros castillos de arena que el tiempo y el viento echan por tierra una y otra vez, pero no importa: el objetivo de todo esto es seguir moviéndose, seguir diciendo.
Harold Bloom explica que la poesía nos ayuda a vivir porque nos ayuda a resistir las pulsiones de la muerte; es decir, la poesía nos alienta y conforta mientras llega la hora de hundirnos definitivamente en el abismo. No sé si pueda decir lo mismo porque no creo que la poesía sea un asunto de plano tan solemne. Para mí, insisto, se trata de un juego, y lo diré otra vez, un juego hecho de palabras y ritmos que me permite conocerme vivo, escucharme, viajar por mis memorias, imaginar cosas, mentir impunemente. Escribiendo un poema recupero en mi adultez las mismas sensaciones que tuve alguna vez cuando correteaba con otros niños, jugaba al beisbol o salía disparado a toda velocidad en mi bicicleta con esa radical sensación de libertad que experimentamos al ir rodando cuesta abajo con el viento como una mano cariñosa alborotando todos nuestros cabellos. Tal vez, pues, la poesía se trate de recuperar estos dos aspectos propios de la infancia: inocencia y libertad. Atención, no es poca cosa.
La poesía es hoy para mí una broma, o para decirlo con mayor precisión, un juego. La página en blanco es un arenero en el que me divierto como niño levantando efímeros castillos de arena que el tiempo y el viento echan por tierra una y otra vez, pero no importa: el objetivo de todo esto es seguir moviéndose, seguir diciendo.
Harold Bloom explica que la poesía nos ayuda a vivir porque nos ayuda a resistir las pulsiones de la muerte; es decir, la poesía nos alienta y conforta mientras llega la hora de hundirnos definitivamente en el abismo. No sé si pueda decir lo mismo porque no creo que la poesía sea un asunto de plano tan solemne. Para mí, insisto, se trata de un juego, y lo diré otra vez, un juego hecho de palabras y ritmos que me permite conocerme vivo, escucharme, viajar por mis memorias, imaginar cosas, mentir impunemente. Escribiendo un poema recupero en mi adultez las mismas sensaciones que tuve alguna vez cuando correteaba con otros niños, jugaba al beisbol o salía disparado a toda velocidad en mi bicicleta con esa radical sensación de libertad que experimentamos al ir rodando cuesta abajo con el viento como una mano cariñosa alborotando todos nuestros cabellos. Tal vez, pues, la poesía se trate de recuperar estos dos aspectos propios de la infancia: inocencia y libertad. Atención, no es poca cosa.
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